Nadie pierde en Excell, dice la máxima de los negocios. Y es cierto, mientras uno juegue con las variables y quien decida el valor de cada una de ellas sea el autor del plan de negocios, no hay manera de que los números salgan mal.
Algo similar sucedió con los Planes de Desarrollo de los últimos sexenios, de Luis Echeverría para acá (entes de ello seguro pasaba lo mismo, pero no vivía para sufrirlo). Los planes eran una carta de buenas intenciones, con números y metas grandilocuentes generadas a voluntad del magnánimo, y al final nunca fuimos capaces de exigirle cuentas por no haber cumplido lo que ellos mismos escribieron como compromisos.
No sé si para bien o para mal, es decir si estamos ante un ejercicio de sinceridad o de cinismo puro, el Plan Nacional de Desarrollo que entregó el Presidente López Obrador es -valga el homenaje a Jis y Trino- una chora interminable: no hay un solo indicador, un estrategia, un meta del que el lector común pueda asirse para evaluar el desempeño del Gobierno. Si hacemos la nube de palabras de estas páginas resulta que las más repetidas con conceptos genéricos como México, nacional, país, desarrollo, seguridad, social, mientras que palabras que implican compromiso como seguridad, violencia, economía, económica, instituciones aparecen mucho menos, y democracia, violencia, salud o empresas pasan a una tercera categoría.
De acuerdo con las palabras del propio Presidente este es el primer plan que no se ciñe a la voluntad de los organismo internacionales -esos tercos que se empeñan en decir que aquello que no se puede medir tampoco se puede avaluar- y por lo tanto es realmente nacionalista. De la lectura del plan, a penas 64 cuartillas redactadas en tono de panfleto, se puede desprender dos cosas: la primera es que el neoliberalismo es la madre de todos nuestros males y, la segunda, es que en 2024 creceremos seis por ciento y el promedio del sexenio será cuatro por ciento anual. Si logra esto nadie se acordará de todo lo demás. El problema es que eso no se sostiene ni en Excell y no concuerda con los criterios de política económica de la propia Secretaría de Hacienda que estimó, ya con optimismo, que el promedio de crecimiento en el sexenio será de 2.8 por ciento.
Es evidente que el Presidente López Obrador no cree en la planeación: él es un hombre de intuiciones. Lo ha demostrado una y otra vez, y parece no importarle. Ese es su estilo personal de gobernar, pero luego no se extrañen que la confianza en el país baje como ha bajado o que los empresarios se vean dubitativos a la hora de invertir.
El Plan Nacional de Desarrollo es un rollo. Lo que era una oportunidad para mandar un gran mensaje a los inversionistas nacionales y extranjeros, terminó en un choro que sirve para cumplir (lo más vergonzoso es que en el Congreso se lo van a aprobar con vítores) y nada más. Nomás que no nos extrañe que la inversión privada no llegue o que la pública no tenga la eficiencia esperada.
fuente.-Diego Petersen/
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