Del trepidante gobierno reformador y tumba-narcos lo que hoy sobrevive es una administración ahogada por los cuestionamientos de corrupción, conflicto de interés e inseguridad.
Cuando se cumplió un año y medio de gobierno de Enrique Peña Nieto, un amigo me desafió con una pregunta: ¿qué me hubieras dicho si durante la campaña presidencial yo hubiera pronosticado que en 18 meses Peña iba a lograr que se aprobaran once reformas estructurales, metería a la cárcel a Elba Esther Gordillo y capturaría a El Chapo? Le contesté que me hubiera burlado de su tontería.
El arranque del actual sexenio ha sido el más inesperado, asombroso e importante de las últimas décadas. Pero desde el otoño del año pasado, la administración se volvió inmóvil… y luego inmobiliaria.
Tardó tanto en reaccionar el Presidente a la tragedia en Ayotzinapa que facilitó que el caso de los estudiantes se estrellara en las puertas de Los Pinos, aun cuando la desaparición es más responsabilidad de gobiernos de sus opositores que del suyo. Inmóvil, al grado que manchó —de sangre— su imagen internacional.
En tal tierra fértil surgió el sexenio inmobiliario. La casa del Presidente y su esposa, la del secretario de Hacienda, las rentas del de Gobernación, la de Luis Miranda, quien es mucho más que un subsecretario, es el gran amigo del primer mandatario.
Las explicaciones no han convencido a nadie. Las dudas que prevalecen y las preguntas que surgen no son respondidas. No hubo disculpas. No hubo transparencia. No hubo renuncias. Como si en el poder consideraran que esto no es grave, que ha pasado siempre y puede seguir sucediendo, como si la sociedad no evolucionara y estuviera dispuesta a tolerar lo que antes sí soportaba, como si “la gratitud” de un contratista hacia un político fuera una regla normal, aceptada, moderna.
Del trepidante gobierno reformador y tumba-narcos lo que hoy sobrevive es una administración ahogada por los cuestionamientos de corrupción, conflicto de interés e inseguridad. Del Presidente poderoso que tapaba bocas a los que evaluaban su capacidad sólo en función de los libros no leídos, lo que hay es un mandatario y su gabinete que no le toma el pulso a una población que diluye en el ácido de la desconfianza todas sus promesas, todos sus planteamientos, todas sus palabras.
Lo inmóvil le hizo perder fuerza. Lo inmobiliario le hizo perder credibilidad.
Mientras se siguen detectando las muestras de repudio a nivel internacional, el gobierno sigue su marcha como si nada pasara. ¿Apostándole al tiempo? ¿Apostando a las encuestas que les dicen que ganarán la elección intermedia y que eso es síntoma de que el pueblo apoya al régimen? No parece estrategia. Parece volado.
Un muy importante segmento de la sociedad ha escalado al segundo piso de la democracia, y el gobierno luce atorado en las escaleras de emergencia. Ya se sabe que se cuentan los votos de las boletas, ahora interesa quién paga las campañas. Ya no sólo importa que se hagan las obras, ahora también exige conocer a quién se le otorgan los contratos y a cambio de qué. Ya no basta la declaración patrimonial, también exhibir los conflictos de interés.
SACIAMORBOS. El reto es sacudirse el dinosaurio. ¿Podrá?
Fuente.-LortedeMola/El Universal/
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