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domingo, 2 de agosto de 2015

LOS "DIAS de PLOMO"....periodismo es "publicar" lo que no quieren que publiques,lo demás es "relaciones publicas".


En 2011 Veracruz fue considerado por la Relatoría de Naciones Unidas para la Promoción Protección de Libertad de Opinión y Expresión como el estado más peligroso para ejercer el periodismo en México. En este reportaje se reconstruyen algunos de los casos de periodistas asesinados en esa entidad.
El 24 de marzo de 2011 un fotógrafo de La Prensa de Monclova llegó a Monterrey para entrevistar a un popular animador de televisión. El viaje acabó mal.
El fotógrafo tenía 20 años. Se llamaba José Emmanuel Ruiz. Acababa de estrenarse en la profesión, pero una foto suya había ganado ya el premio estatal de periodismo. José Emmanuel había sabido entonces que servía para el oficio. Decidió emprender un trabajo mayor: hacer un documental que contara la vida de José Luis Cerda Meléndez, un presentador de Televisa Monterrey conocido como La Gata, que había surgido de los barrios bajos de esa ciudad y, al dejar atrás un pasado marcado por las adicciones y la delincuencia, se había convertido en estrella indiscutible de un programa de entretenimiento: ahora caminaba por las calles repartiendo autógrafos.
La tarde de aquel jueves en que llegó a Monterrey con una cámara de video al hombro, José Emmanuel se reunió con su entrevistado y presenció la grabación del programa. A las ocho de la noche, acompañados por un primo del animador, abordaron un Stratus. Antes de subir al auto, La Gata se tomó una foto con una admiradora. Iba a ser la última de su vida.
Una cuadra más adelante, una Suburban les cerró el paso. Los cuerpos de José Emmanuel y el primo del animador fueron localizados 12 horas más tarde, amarrados con cinta adhesiva. Cada uno había recibido un balazo en la frente.
Un automovilista descubrió el cadáver de La Gata en un terreno baldío del municipio de Guadalupe. Sus asesinos habían escrito con aerosol, en un muro cercano: “Ya no sigan cooperando con Los Zetas”.
Llegaron agentes ministeriales y municipales, que marcaron el perímetro con cinta amarilla, y reporteros enviados a cubrir la nota. Los policías recibieron entonces “una llamada”, y pidieron a los periodistas que se retiraran “porque existe riesgo de que regrese algún comando y abra fuego”. Minutos más tarde, un grupo de sicarios apareció a bordo de un Mercedes y se llevó el cuerpo del presentador.
El cadáver reapareció el mismo día frente al Parque Fundidora. Le habían buscado algo en los bolsillos —los tenía de fuera— y le habían quitado los zapatos. Le habían tirado encima “unas botas de cowboy muy usadas”.
La nota se la llevó el presentador. El asesinato de José Emmanuel fue informado por los medios sólo de paso. Un año después las autoridades estatales presentaron a los presuntos asesinos, quienes declararon que La Gata trabajaba “para un grupo contrario”. Según la procuraduría, el animador “seguía implicado en la venta de droga”. No existe una nota que explique por qué se dio muerte al fotógrafo de La Prensa.
De todas las historias de periodistas asesinados recientemente en México a causa del ejercicio de su profesión, ésta es una de las peores, porque le pusieron fin cuando apenas comenzaba. Aquella salida a Monterrey era el primer viaje de trabajo que el joven fotógrafo realizaba. Cuando salió de Monclova con una maleta, una cachucha y una cámara, a José Emmanuel le faltaban unos días para graduarse de la carrera de Comunicación. Estaba preparando su tesis de licenciatura. Terminó tirado con las manos atadas a la espalda en el baldío de una ciudad extraña, pagando por algo que no le correspondía. Su última foto estremece.
El periodista Humberto Millán, asesinado el mismo año en Culiacán, se ubicaba al otro borde del espectro: con casi 30 años en el oficio conocía como pocos los atajos y los pliegues de la política sinaloense. Jefe de prensa en tiempos del gobernador Renato Vega Alvarado (1993-1998), había tejido una red de información que incluía fuentes de primer nivel. Fundador del polémico semanario A Discusión —reza alguno de sus obituarios—, “frecuentemente obtenía primicias que exhibían los sótanos de la función pública”.
El 25 de agosto de 2011, a las 6:20 de la mañana, ocho hombres que habían estudiado sus trayectos lo interceptaron cuando se dirigía a las instalaciones de Radio Fórmula, en donde conducía el programa Sin ambages.
Millán pidió a sus agresores que dejaran en libertad a la persona que lo acompañaba, su hermano, alegando que estaba enfermo de las piernas. Los desconocidos accedieron. A él se lo llevaron en su propia camioneta.
En Sinaloa todavía estaba fresco el recuerdo espeluznante de la muerte del conductor del noticiero radiofónico Línea directa, José Luis Romero, quien fue encontrado en una bolsa de plástico, con los huesos de las manos y las piernas quebrados. Lo habían secuestrado a las afueras de un restaurante de mariscos. Permaneció en calidad de desaparecido durante 16 días. Cuando una manta colocada en un puente pidió al ejército que fuera a buscarlo a Plan del Río, Guasave, y señaló los nombres de sus presuntos asesinos (“el Chapo Isidro, elGüero Wives, Chuy y Nacho González”), los restos del periodista fueron desenterrados de alguna parte y arrojados, sucios de lodo, y en completo estado de descomposición, en un paraje solitario de la carretera Los Mochis-El Fuerte.
A un año de aquellos sucesos, con el fantasma de Romero rondándoles en la cabeza, los periodistas de los medios más importantes acordaron ejercer la máxima presión, en un intento de que Humberto Millán fuera devuelto con vida. La impresión del gremio era que no podía tratarse de un secuestro orquestado por el crimen organizado: el periodista no acostumbraba tocar ese tipo de temas. “Su ángulo era político, no policial”, explica su hijo, César Millán, actual director del semanario.
Los reporteros sitiaron en enjambre las oficinas del procurador, del secretario de gobierno, del delegado de la PGR. La petición fue la misma: “Queremos a Millán con vida”.
La camioneta del comunicador fue encontrada 26 horas después en un campo de riego. Millán estaba en el asiento trasero con dos tiros de 9 mm. en la nuca.
La procuraduría admitió que la línea de investigación más poderosa era la relacionada con su desempeño profesional. La indagatoria iba a centrarse en las críticas que el periodista había realizado a los políticos que protagonizaron el complicado proceso electoral de 2010, que condujo a la gubernatura a un súbito desertor del priismo, el abanderado panista Mario López Valdéz, Malova. Varios de los funcionarios que habían hallado acomodo en el gabinete del gobernador habían sido cuestionados por el periodista.
—La procuraduría revolvió su oficina, revisó sus archivos, se llevó su CPU: dos años después no lo han devuelto, ni dado muestras de avance en la investigación. Todo está encaminado a que gane el olvido —relata César Millán.
A Discusión había sido vetado en tiempos del gobernador priista Jesús Aguilar Padilla (2005-2010): según el hijo del fundador, la publicación fue asfixiada desde el palacio de gobierno, desde la presidencia municipal de Culiacán, a cuyo frente estaba Jesús Vizcarra, y desde la oficina del rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, Héctor Melesio Cuén: ningún impresor de la entidad admitió al semanario en sus rotativas. Humberto Millán decidió convertirlo, entonces, en una publicación digital.
A Discusión había dado a conocer la supuesta relación entre el alcalde Vizcarra y El Mayo Zambada, uno de los jefes del Cártel del Pacífico (el asunto se convirtió luego en escándalo nacional), y los presuntos vínculos que uno de los yernos del rector de la UAS tenía con narcotraficantes.
—Un personaje del crimen organizado le mandó decir “amablemente” a mi padre que le iba a ir mal si seguía tocando el tema de los políticos y el narcotráfico —recuerda César Millán—. Él registró la amenaza, sintió que estaba en peligro, y decidió no volver a tocar el asunto.
El asesinato sobrevino en momentos en que una guerra de sangre y lodo enturbiaba el paisaje político del estado. Seis meses antes del asesinato del periodista, una de sus principales fuentes de información había sido secuestrado en casa de una vidente. Se trataba de Luis Domingo Pérez, un ex funcionario al que se acusaba de dirigir los servicios de espionaje político durante la gestión del gobernador priista Juan S. Millán (1999-2004). Su cuerpo apareció en el estacionamiento de un centro comercial, con signos de tortura. En el ambiente político local se afirma que Pérez había entregado información sensible que favoreció el triunfo de Malova. Algunos de los principales medios locales han anotado que el ex funcionario aspiró a convertirse en secretario de seguridad pública de la actual administración, y que cuando se le dio la espalda filtró datos que afectaban al círculo cercano al gobernador.
La vidente con la que Pérez se encontraba el día de su secuestro, una cartomanciana de moda entre los políticos, fue asesinada al poco tiempo de un tiro en la cabeza. Dos meses más tarde, secuestraron y asesinaron a Humberto Millán, el principal contacto que Pérez tenía en la prensa.
Millán era el cuarto periodista asesinado en Sinaloa en los últimos ocho años. En México existe la impresión de que ocho años son muchos y cuatro muertos son nada. El secuestro y asesinato de este comunicador se inserta, sin embargo, en un contexto de agresiones sistemáticas a la prensa en aquel estado. Un reporte de Artículo 19 —organización independiente que protege y promueve el derecho a la libertad de expresión— ilustra las condiciones en que se practica el periodismo en Sinaloa: en noviembre de 2008 las oficinas del periódico El Debate de Culiacán son atacadas con granadas de fragmentación: directivos del diario afirman que se trata de un “mensaje” de intimidación; en septiembre de 2009 un grupo armado corta con tenazas los candados de una cortina de acero, logra levantar esta última unos centímetros y arroja en la planta baja del semanario RíoDoce un artefacto explosivo; en enero de 2010 es incendiado un vehículo de la Organización Impulsora de Radio de Los Mochis, al lado del cual se deja un mensaje: “Esto les pasará a todos los reporteros. Los quemaremos. Atte: La Mochomera”; en septiembre de ese año son acribilladas las instalaciones del periódico El Noroeste de Mazatlán: al poco tiempo, desconocidos exigen el pago de 200 mil pesos para que el edificio no sea “volado”; en octubre, ametrallan con AK-47 y AR-15 la fachada del El Debate de Mazatlán; en julio de 2011 aparecen dos cuerpos decapitados a las puertas de El Debate y El Noroeste, con mensajes dirigidos al gobernador Malova.
—Lo que esas muertes y esas agresiones han provocado —concluye César Millán— es un cambio radical en la forma de hacer periodismo en Sinaloa. El miedo, la amenaza, la eterna sensación de riesgo han provocado que se eviten temas, que se cuiden las palabras, que la información se edite hasta llegar a la autocensura total. El mensaje es claro: si matan a alguien que revela ciertas cosas, todos tienen que cuidarse de revelar esas cosas. Nadie quiere aparecer en una carretera dentro de una bolsa, así que la prensa dejó de investigar, dejó de documentar, dejó de narrar. El periodismo en este estado ha sido totalmente silenciado. El resultado está a la vista: nuestra prensa es absolutamente oficialista.
Los días de plomo
Los años críticos
20 de noviembre de 2006. El periodista michoacano José Antonio García Apac sale de la redacción del modesto semanario que dirige, Eco de la Cuenca del Tepalcatepec, y enfila rumbo a Morelia. Ha dejado dicho que va a entrevistarse con alguien en el cruce conocido como La Ruana. A las 7:30 llama a su casa por celular para preguntar si hace falta algo para la cena. Su hijo Aldo, de 24 años, toma la llamada. Mientras conversan, Aldo escucha que su padre es detenido y que alguien le pregunta: de dónde vienes, a dónde vas, a qué te dedicas. El muchacho no se alarma. En los últimos tiempos, los retenes se han vuelto frecuentes en la zona. “Siempre lo dejaban seguir cuando les decía que era periodista”, dice Aldo en entrevista.

Aquella tarde, sin embargo, la frase no surte efecto. Aldo escucha una voz que ordena a su padre: —Apaga el teléfono.
El periodista oprime algunas teclas para simular que obedece, y se guarda el celular en la bolsa de la camisa. Su hijo escucha que abren la portezuela, oye un forcejeo, oye que su padre es sacado del auto. En ese instante, el saldo del teléfono se agota.
El semanario que García Apac dirigió hasta aquella noche había dado a conocer la lucha entre los grupos criminales que buscaban dominar el tráfico de droga en Michoacán. Ese año se habían contabilizado en la entidad cerca de 500 asesinatos relacionados con el crimen organizado: acababa de hacerse pública la existencia de La Familia Michoacana. La noticia de que un grupo de sicarios había arrojado cinco cabezas cortadas a machete en un bar de Uruapan le puso los cabellos de punta al país entero.
García Apac llevaba a las páginas del semanario el clima de inseguridad, las extorsiones a comerciantes y empresarios, el aumento en la cifra de homicidios, la percepción de violencia desmedida que estaba sacudiendo al estado. El Eco llegaba a todos los quioscos de Tierra Caliente. “Era un semanario muy leído en esa zona”, cuenta Aldo.
En los meses previos a su desaparición, García Apac había denunciado ante la PGR el acoso de autoridades municipales (el semanario había acusado al presidente municipal de Tepalcatepec de presuntos vínculos con el narcotráfico) y la llegada de varias amenazas por parte de grupos del crimen organizado.
—Aquella noche, cuando la llamada se cortó, una columnista del semanario, Silvia Martínez Peña, intentó averiguar si las autoridades habían montado algún retén en La Ruana. Nadie supo informarle. Nos hicieron esperar 48 horas para poder levantar la denuncia por desaparición. Hicimos por fin la denuncia, y llevamos siete años esperando resultados.
Los familiares de García Apac intentaron tomar en sus manos la investigación. Presentaron recortes de las notas más polémicas publicadas por el semanario. Entregaron a las autoridades copia de las denuncias que su padre había levantado por el delito de amenazas. Ofrecieron una lista que contenía los nombres de los funcionarios municipales a los que el semanario había incomodado. En un esfuerzo por conocer con quién iba a reunirse su padre en La Ruana, solicitaron sin éxito las “sábanas” de las llamadas que García Apac había recibido en los últimos días.
—Fue como si las autoridades no existieran. Pasaron dos administraciones estatales, pasó un gobierno federal, y el caso fue enviado a la reserva. Siete años después, estamos como el primer día —dice Aldo.
En contra de los consejos de familiares y amigos, Aldo y su madre, la periodista Rosa Isela Caballero, decidieron seguir al frente de la redacción. Tres semanas después de la desaparición, el 11 de diciembre de 2006, el gobierno de Felipe Calderón declaró la guerra al narcotráfico e inició en Michoacán el primer Operativo Conjunto. “Nos cayeron encima los años críticos, no sólo para el pueblo de Michoacán, sino también para los periodistas del estado. Quedamos sumergidos en un periodo de inseguridad crónica”, explica el director del Eco. Entre 2007 y 2010, a la redacción del semanario llegaron noticias sobre la muerte o la desaparición de otros seis reporteros michoacanos.
—El caso de mi padre fue significativo porque estaba anunciando lo que iba a venir. No representó sólo la desaparición de un periodista: representó la desaparición del periodismo. Los medios locales comenzaron a mesurar la información. Se dejó de hablar del crimen organizado. Cada vez fue más difícil decir las cosas directamente. A partir de ese día ya no fue posible practicar con libertad el periodismo.
El Eco sigue apareciendo cada miércoles, “pero procuramos no publicar nada que ponga en riesgo la integridad de los reporteros. Al igual que en el resto del estado, el nivel de la cobertura se deterioró. Hoy gran parte de la información se hace a partir de boletines”, concluye Aldo.
En un pequeño poblado de Michoacán comenzaba lo que el Comité de Desaparición de Periodistas, con sede en Nueva York, ha considerado “uno de los periodos más violentos para la prensa que jamás se haya registrado en el mundo”. Un periodo de ataques reiterados a periodistas y medios de comunicación, que entre 2006 y 2012 dejó 42 periodistas muertos (en 20 casos se ha confirmado que las muertes estuvieron directamente relacionadas con el ejercicio de la profesión), seis desaparecidos y 26 comunicadores desplazados de sus respectivas regiones. Una etapa en la que se registrarían 39 agresiones a medios de comunicación, y una caída en la calidad de la información en 14 estados, casi la mitad del país. Según el Comité de Desaparición de Periodistas, México iba a colocarse en ese tiempo —al lado de Colombia, Iraq, Somalia y Sri Lanka— “entre los cinco países con mayor índice de impunidad, donde la violencia letal contra la prensa no se castiga”. De acuerdo con el Centro Nacional de Documentación, en el último sexenio quienes ejercieron el periodismo pasaron a formar parte de una población altamente vulnerada. “El crimen organizado fue uno de los agresores más contundentes —se lee en un informe del Cencos, ¿Por qué tanto silencio? Daño reiterado a la libertad de expresión en México—, pero uno de los principales perpetradores de agresiones en contra de periodistas fueron los propios agentes del Estado”.
Saltillo, Coahuila.- El 29 de diciembre de 2009, el reportero Valentín Espinosa, del periódico Zócalo, publica una nota que narra la captura de El Comandante Cachorro, un líder de Los Zetas, y de un sujeto conocido como Ricochet, auditor de las células de esa organización en varios estados de la República. Cachorro y Ricochet habían sido aprehendidos, con 10 de sus guardaespaldas, en un hotel de Saltillo: el Marbella.
Días más tarde, el 7 de enero de 2010, un grupo armado irrumpe en el hotel para exigir los videos de seguridad que han registrado la detención de los líderes. Los empleados piden ayuda, se activa el “código rojo” y varias unidades del grupo de elite Acción Rápida acuden al llamado. La persecución culmina en el fraccionamiento Privadas La Torre. Hay una balacera intensa. Aparece el ejército. Tres sicarios son aprehendidos. El reportero Espinosa es enviado a cubrir la información. Su nota aparecerá al día siguiente.
El mismo día de la publicación, varios desconocidos lo esperan a las puertas del periódico. Van por él, por nadie más: los dos colegas que lo acompañan son golpeados severamente, pero al final son puestos en libertad.
El cuerpo de Valentín Espinosa es hallado horas más tarde frente al hotel Marbella, con cinco disparos y una nota de advertencia en el pecho: “Esto les va a pasar a los que no entiendan. El mensaje es para todos”. La versión que corre en el periodismo local es que, al dar a conocer la detención, Espinosa echó por tierra la posibilidad de un “arreglo”.
Acapulco, Gro.- En la tarde del 7 de junio de 2011, reporteros del periódico Novedadescomienzan a indagar el paradero de su jefe de información, Marco Antonio López Ortiz. “No se presentó a trabajar como de costumbre”, informará el diario. La búsqueda entre amigos, familiares y conocidos revela que López Ortiz había asistido la noche anterior al bar Dos Arbolitos, ubicado en el centro de Acapulco. Abandonó aquel lugar a las 23:30. Cuando se disponía a abordar su auto, varios vehículos lo rodearon. Se encuentra desde entonces en calidad de desaparecido. La procuraduría de justicia del estado admitió que estaba manejando una sola línea de investigación, pero no detalló nunca el carácter de ésta.
Tras dos meses de pesquisas fallidas, las autoridades locales dejaron de contestar las llamadas de los familiares del periodista. La desaparición de López Ortiz no era más que un eslabón la serie de hechos de violencia que en menos de cuatro años había dejado siete periodistas muertos en el estado. La ola había comenzado con el asesinato del corresponsal de Televisa en Guerrero, Amado Ramírez, acribillado frente a una estación de radio, y con la confusa investigación que terminó por acreditar su muerte a “problemas con una muchacha” (los asesinos de Ramírez se habían entregado a la policía alegando que sus propios contratantes —miembros de un grupo armado— los buscaban para matarlos, luego del escándalo que el crimen que había desatado en la prensa). La violencia imparable perseguía desde entonces a periodistas y medios de comunicación del estado:
13 de febrero de 2009. Mientras se dirigía a cubrir a un accidente automovilístico, fue asesinado en Iguala el fotógrafo Jean Paul Ibarra, del periódico El Correo. Los testigos vieron descender de un auto deportivo a un desconocido que, ignorando a la reportera que iba en compañía del fotógrafo (viajaban en una motocicleta), le dio un disparo en la cara.
29 de julio de 2009. Alguien localiza en un baldío de Acapulco, semienterrado, y con cinta adhesiva cubriéndole la cara, el cadáver del conductor del noticiero W-Radio Guerrero, Juan Daniel Martínez Gil. El periodista había sido brutalmente golpeado. La cinta canela le había provocado asfixia por sofocación. Era especialista en la fuente policiaca. Las autoridades dejaron entrever que los asesinos “probablemente eran sicarios contratados por particulares”. Hasta la fecha se desconoce la identidad de los responsables.
29 de enero de 2010. En Ayutla de los Libres es asesinado en el asiento de su auto el director de El Sol de la Costa, Jorge Ochoa Martínez. En el piso del auto aparece un casquillo de .45 mm. Seis meses antes, en una denuncia ante el ministerio público, el periodista se había declarado víctima de amenazas. Señaló que lo presionaban para que dejara de publicar “notas sobre algunos políticos de la Costa Chica” y denunció, también, acoso telefónico. “Sé dónde estás. Te estoy viendo ahorita”. Las autoridades atribuyeron la muerte “a una discusión de vialidad”.
21 de marzo de 2010. Un cadáver llega en calidad de desconocido al forense de Chilpancingo. La identidad se corrobora 24 horas más tarde: es el reportero Evaristo Pacheco Solís, del semanario Visión informativa. El cuerpo presenta tres impactos de bala. Se desconoce el móvil. El crimen permanece sin castigo.
28 de junio de 2010. En un café internet de Coyuca de Benítez, dos individuos que empuñan armas cortas disparan sobre el corresponsal de El Sol de Acapulco, Juan Francisco Rodríguez Ríos, y su esposa, la editora del semanario Nueva Línea, María Elvira Galeana. Él había ventilado en su trabajo periodístico el acoso sufrido por periodistas de la región, a manos de crimen organizado y las autoridades locales. La hipótesis de la Policía Investigadora es que se trató de un robo. La UNESCO condena los asesinatos y afirma que “tiñen de luto a toda una profesión”. La Sociedad Interamericana de Prensa y la Comisión Nacional de Derechos Humanos exigen que el caso sea llevado a la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos contra Periodistas. Cinco meses después, en noviembre de ese año, la investigación aún se hallaba “en trámite” ante un juez penal del fuero común.
10 de noviembre de 2010. Un grupo de hombres armados se ubica frente a la fachada del periódico El Sur, editado en Acapulco. Uno de ellos ingresa en la redacción con un bote de cinco litros de gasolina y comienza a rociarla por el lugar. Sus acompañantes, mientras tanto, hacen varios disparos sobre la fachada del edificio. La aparición de la Policía Estatal los hace huir. En la redacción de El Sur se desata una crisis de pánico. Las autoridades dicen que el ataque tuvo como fin “destruir documentos de la publicación”.
Según Artículo 19, Guerrero se ha convertido en un estado de alto riesgo para ejercer el periodismo: “La cobertura de los hechos de violencia se ha modificado debido a la desconfianza que hay en las autoridades, sobre todo en los cuerpos policiacos”, señala la organización. Uno de sus reportes indica que “hay certeza entre editores locales de que el trabajo de los medios es fiscalizado por la delincuencia organizada y para evitar malentendidos se recurre cada vez más a los boletines oficiales como una forma de no colocarse en riesgo”.
Xalapa, Veracruz.- El cuerpo de Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso, es encontrado con una mordida en el cuello, dos costillas rotas y el maxilar destrozado. Una vecina, alarmada porque la casa de la periodista había permanecido abierta durante todo el día, acababa de alertar a la policía. Son las seis de la tarde del 28 de abril de 2012.
Con Regina Martínez llega a cinco el número de periodistas asesinados en Veracruz en sólo 14 meses, el tiempo que en ese entonces lleva al frente del gobierno el priista Javier Duarte.
La computadora de la corresponsal ha desaparecido. También una pantalla de plasma y dos teléfonos celulares. La procuraduría local establece el robo como línea principal de investigación. Al poco tiempo filtra la hipótesis de que el asesino puede ser un periodista del estado. Varios reporteros son llamados a comparecer. Se les toman fotografías y placas dentales, para compararlas con la mordedura encontrada en el cuello de la víctima. Procesoresuelve que se trata de un acto intimidatorio —“destinado a considerar a los periodistas como sospechosos”, explica el reportero Jorge Carrasco—, y protesta porque la procuraduría excluyó desde el principio la hipótesis profesional.
Duarte había anunciado la creación de una comisión encargada de esclarecer el asesinato. Como representante del semanario, el propio Jorge Carrasco es designado “coadyuvante en la investigación”. El reportero proporciona a las autoridades copias de los trabajos de la corresponsal, para que determinen si pudieron acarrear algún tipo de represalias. “Lo que pretendíamos era que no se descartara ninguna línea de investigación”, afirma Carrasco. La investigación se centra, sin embargo, en el entorno de la periodista.
Los días de plomo
El 30 de octubre se anuncia el esclarecimiento del caso: crimen pasional. La procuraduría atribuye el asesinato a un sujeto apodado El Jarocho, con quien la corresponsal habría tenido una relación sentimental. Según las autoridades, tras una fuerte discusión, El Jarocho golpeó a Martínez con una manopla. Luego, la asfixió.
El Jarocho permanece prófugo y el hombre que proporciona esa versión a las autoridades, Jorge Antonio Hernández, El Silva, presunto copartícipe en el crimen, afirma poco después que fue obligado a declarar bajo tortura.
—La revista solicitó que el caso fuera atraído por la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos Contra la Libertad de Expresión —dice Carrasco—, pero la procuraduría de Veracruz le escatimó a ésta la entrega de datos, alegando problemas técnicos.
El semanario dudó de la investigación, “porque las conclusiones de la procuraduría no están apoyadas en ningún procedimiento pericial”, y lanzó una serie de artículos críticos. Cuenta Carrasco:
—En el pasado mes de abril, después de la publicación de uno de mis reportajes, la revista recibió información de que funcionarios del gobierno de Veracruz habían decidido que yo no entendía, y estaban planeando detenerme, incluso atentar contra mi integridad. Acudimos a la Comisión de Derechos Humanos, a la PGR y a la Secretaría de Gobernación, y fui puesto bajo el mecanismo de protección a periodistas. No me está permitido ir a Veracruz y, por lo tanto, no puedo seguir escribiendo sobre el tema. Si querían que me callara, lo lograron.
A los cinco días del asesinato de la corresponsal, los cuerpos de tres reporteros gráficos que durante años habían trabajado la fuente policiaca, y el de la pareja sentimental de uno de ellos, Irasema Becerra, empleada de ventas del diario El Dictamen, aparecieron en un canal de aguas negras de Boca del Río. Los cuatro cadáveres estaban desmembrados. Los restos fueron metidos en bolsas. Los tres fotorreporteros habían huido del estado un año antes por amenazas directas del crimen organizado, y se hallaban en una lista de periodistas desplazados de la región por razones de seguridad. Uno de ellos, Gabriel Huge, había emigrado tras la decapitación de la reportera de Notiver, Yolanda Ordaz de la Cruz, ocurrida en julio de 2011. Huge era el fotógrafo que acompañaba a la periodista en sus coberturas. Aunque Artículo 19 reportó a la PGR y a la Secretaría de Gobernación la situación de los comunicadores, ni Huge ni sus compañeros recibieron protección alguna. Se afirma que el fotógrafo volvió a la entidad apremiado por la falta de trabajo, y se dedicó desde entonces a hacer freelances. Los otros asesinados eran Guillermo Luna y Esteban Rodríguez. El primero trabajaba para la agencia VeracruzNews; el segundo acababa de renunciar al periódico AZ Veracruz.
Un año antes, cuando el cuerpo de la reportera de Notiver Yolanda Ordaz apareció decapitado con un mensaje que decía: “También los amigos traicionan, atentamente Carranza”, el entonces procurador estatal Reynaldo Escobar relacionó la muerte de la periodista con la delincuencia organizada. “El asesinato nada tiene que ver con el ejercicio de su función como periodista —dijo—. Se investigan versiones que señalan la presunta relación de comunicadores con el crimen organizado”.
El procurador había señalado que el responsable de la decapitación era Juan Carlos Carranza, El Ñaca, un ex agente de tránsito de Veracruz a quien también se acusaba del asesinato, “por graves diferencias”, del columnista de Notiver, Miguel Ángel López Velasco. La muerte de “Milo Vela” —tal era el seudónimo con que López Velasco firmaba sus artículos— había dado la vuelta al mundo: la madrugada del 20 de junio de 2011, en el puerto de Veracruz, un grupo numeroso, a bordo de tres camionetas negras, cerró ambos extremos de la calle donde vivía López Velasco, destruyó las puertas de su casa y disparó más de 30 veces. Quedaron cerca del periodista los cuerpos de su esposa Agustina y de su hijo Misael, que acababa de debutar como fotógrafo del diario.
López Velasco era el columnista más leído de Notiver. La noticia de su muerte no apareció en el periódico en el que había escrito durante más de 20 años porque al día siguiente éste suspendió su edición en señal de protesta. Ni El Ñaca ni los otros probables responsables de la agresión fueron detenidos.
El 15 de agosto de 2012, el nuevo procurador de justicia del estado —el anterior, Reynaldo Escobar, renunció tras el hallazgo de 67 cadáveres en Boca del Río: también había relacionado esas muertes con la delincuencia organizada— informó sobre la aprehensión de una célula perteneciente al cártel Jalisco Nueva Generación. Uno de los detenidos, Isaías Flores Pineda, confesó el asesinato de los fotorreporteros. En una conferencia en la que no se admitieron preguntas, el procurador aseguró que Flores Pineda había declarado que la muerte de los periodistas gráficos obedecía “a que ellos fueron los causantes de la muerte de otros periodistas asesinados por Los Zetas”. Es decir, “que los reporteros se estaban matando entre ellos”, según ironizó un columnista local.
Los días de plomo
El gobierno estatal comenzó a filtrar versiones que indicaban que los comunicadores asesinados en el puerto recibían de la delincuencia organizada “sueldos” de entre ocho y 15 mil pesos al mes, y se hallaban bajo las órdenes de Rolando Veytia Bravo, jefe de Los Zetas en la entidad. Según esas versiones, Yolanda Ordaz “era la que daba línea a los reporteros del puerto de qué sí y qué no publicar en los medios”; la publicación de notas “no autorizadas” habría desatado la carnicería que en aquellos días se vivió en el puerto.
Los asesinatos culminaron con un rosario de renuncias masivas en diversos medios de comunicación. “Ahora nos manda la mafia”, escribió un columnista. En ese estado el periodismo también fue silenciado. La organización Reporteros sin Fronteras indica en un informe que encontró en Veracruz “un panorama de miedo de los periodistas por el crimen organizado, pero también por el control tremendo del gobierno del estado sobre los reporteros que se atreven a cuestionar determinados datos o situaciones”.
En 2011 Veracruz fue considerado por la Relatoría Especial de Naciones Unidas para la Promoción y Protección de Libertad de Opinión y Expresión como el estado más peligroso para ejercer el periodismo en México.
En negros
La lista de periodistas asesinados durante los años de violencia desmedida que singularizaron el sexenio de Felipe Calderón pasa por la ciudad de Oaxaca, en donde el columnista Raúl Marcial Pérez fue acribillado en diciembre de 2006 en la propia redacción del periódico en que trabajaba, El Gráfico; por Nuevo Casas Grandes, Chihuahua, en donde el reportero de la fuente policiaca Saúl Noé Martínez fue secuestrado en abril de 2007, a las puertas de la estación de policía a la que había llegado a pedir ayuda, y luego machacado a golpes hasta perder la vida; por Agua Prieta, Sonora, en donde el cadáver del articulista y asesor jurídico de Noticias de la Frontera, Gastón Alonso Acosta, fue hallado con el rostro y el cuerpo destrozados en un basurero municipal, en diciembre de 2007; por Uruapan, Michocán, en donde ese mismo mes el reportero del periódico La Opinión, Gerardo Israel García, fue muerto a tiros en su domicilio, hasta donde llegó perseguido por pistoleros.

Pasa también por Camargo, Tamaulipas, en donde el periodista Francisco Ortiz Monroy, corresponsal del Diario de México, recibió ocho disparos desde una camioneta en movimiento; por Villahermosa, Tabasco, en donde el conductor radiofónico Alejandro Fonseca Estrada cayó acribillado mientras se manifestaba contra el crimen organizado y colocaba una manta que decía: “No al miedo, no al secuestro, no a la impunidad”; por la ciudad de Chihuahua, en donde hombres armados que se identificaron como efectivos de la AFI masacraron en un bar al reportero de El Diario de Chihuahua, David García Monroy; por Santa María del Oro, Durango, en donde el periodista Carlos Ortega Melo Samper, deEl Tiempo, recibió tres tiros en la cabeza mientras se resistía a ser secuestrado por los tripulantes de una camioneta; por Gómez Palacio, Durango, en donde el líder de una célula de Los Zetas, Lucio Fernández, El Lucifer, decretó el asesinato ejemplarizante del reportero de La Opinión Eliseo Barrón, secuestrado por 11 encapuchados y ultimado a plomo para que los periodistas de la Comarca Lagunera no siguieran publicando información sobre las actividades de ese cártel; por Montemorelos, Nuevo León, en donde el conductor del noticiario Informativo 800 de Radio La Tremenda fue hincado en un paraje y muerto de un tiro; por Ciudad Juárez, Chihuahua, en donde el reportero gráfico deEl Diario, Luis Carlos Santiago Orozco, fue abatido a tiros en el estacionamiento de un centro comercial (sobre su cuerpo quedó colgando el gafete que lo acreditaba como periodista); y pasa también por Tamaulipas, en donde el periódico El Mañana recibió en menos de un mes dos ataques con granadas y armas de alto poder; en donde diversos medios han sufrido siete ataques en el transcurso de seis años, y en donde  —indica un informe de Reporteros sin Fronteras— “la autocensura se convirtió en el único recurso de las redacciones, expuestas como nunca a atentados y ataques a mano armada”.
En 2010 la realidad que a lo largo del país habían vivido cotidianamente los periodistas y los medios de la mayor parte de la República, estuvo a punto de alcanzar a la empresa de comunicación más poderosa de México.
El 22 de julio de ese año, Milenio Televisión dio a conocer un narcovideo en el que un policía de Lerdo, Durango, hincado, con el torso desnudo, el rostro golpeado y las manos atadas, acusaba a la directora del Cereso de Gómez Palacio de permitir que un grupo de reos del Cártel de Sinaloa saliera por las noches, con armas y vehículos del penal —a veces acompañados por custodios—, a realizar asesinatos por encargo entre los miembros de una organización rival, Los Zetas. El video, que revelaba también el apoyo de diversas autoridades de Lerdo a la mafia sinaloense, llegaba en el momento en que una serie de masacres ocurridas en bares de Torreón convulsionaba a México. Dichas matanzas habían cobrado en semanas la vida de 35 personas.
En la redacción de Punto de Partida, el programa de televisión que conduce Denise Maerker, se decidió que el reportero Héctor Gordoa realizara un reportaje sobre la lucha entre los cárteles que deseaban dominar la Comarca Lagunera. La directora del Cereso acababa de ser destituida. El ejército y la Policía Federal habían ingresado al penal. Familiares de los reos se manifestaban contra la remoción de la funcionaria.
—Por como iban sucediendo las cosas en el país —relata Maerker—, nuestros reporteros habían tenido cada vez más encuentros con el crimen organizado. Cada vez nos estaban rozando más. Pero éste no era uno de los casos que a mí me asustaban. Héctor no iba a ir a la sierra: iba a ir a Torreón, iba a ir a Gómez Palacio, a hacer entrevistas y cubrir una manifestación de familiares de los presos, en donde, por lo demás, seguramente estaría el resto de los medios del país. En el equipo de Punto de Partida no imaginamos ni de lejos lo que iba a ocurrir.
Gordoa voló el 26 de julio. El camarógrafo Marco Tinoco perdió el avión: el retraso lo salvó, pero llevó a vivir la peor pesadilla de su vida a un camarógrafo de Televisa Laguna, Alejandro Hernández.
—Alejandro Hernández fue enviado a apoyarme —cuenta Gordoa—. Nos fuimos a entrevistar al presidente municipal de Gómez Palacio y cuando bajábamos del coche una mujer policía que iba en una Van nos dijo: “Van a ir por ustedes, cabrones, abusados”. No la tomamos en cuenta.
Los periodistas grabaron los testimonios del alcalde, del secretario de Seguridad Pública de Durango, de varios policías municipales que hablaron sobre los riesgos que vivían en aquella zona “caliente”. Más tarde se trasladaron al Cereso y entrevistaron a los familiares de los reos, que negaban las acusaciones en contra de la directora y se oponían a su detención.
Relata Gordoa:
—A las tres de la tarde nos retiramos. Unos metros más adelante nos cerraron el paso. Conté tres autos. De cada uno bajaron tres personas. Vi pistolas y cuernos de chivo. Abrieron la puerta de atrás, me dieron unos cachazos y dijeron: “Sigue al auto de adelante”. Había un agente de tránsito en una esquina contraria, se detuvo un camión con gente que empezó a gritar, escuché los gritos. Nadie hizo nada. Me ordenaron meterme en una brecha, los cuatro autos pasamos a buena velocidad frente a un convoy militar, pero tampoco ellos hicieron caso. Nos detuvimos junto a un canal. Allí nos bajaron con la playera en la cabeza y comenzaron a revisar nuestras cosas. Nos quitaron carteras e identificaciones. En mi libreta estaban los nombres del director de Seguridad Pública y del policía que había aparecido en el video. “¿Por qué tienes teléfonos del director de Seguridad Pública? ¿Por qué tienes el nombre de este cabrón anotado aquí? Ya valiste verga con todo esto”, me dijeron. Volvieron a pegarme. Después, nos encajuelaron. Serían las tres y media, y estábamos en verano, en una cajuela, a más de 40 grados. Alejandro dijo: “Dios mío, te encargo a mi familia, te encargo a mis hijos”. Le respondí: “Te necesito firme, vamos a echarle ganas”. Pero lo que pensé fue: “Que sea un tiro, que no haya tortura”. Pasó media hora, no sé, 40 minutos. Abrieron la cajuela y preguntaron: “¿Quién es Héctor Gordoa?”.
Para entonces, la noticia del secuestro ocurrido a plena luz del día había llegado a México. Denise Maerker recibía a esas horas una llamada del director de Milenio TV, Ciro Gómez Leyva:
—Acaban de “levantar” a unos periodistas en La Laguna. Hay uno nuestro y otros tuyos —le dijo a Maerker.
Gordoa lo ignoraba aún, pero el grupo que lo tenía en su poder se había apoderado también de un reportero de Milenio Laguna, Javier Canales.

—¿Está confirmado? —preguntó la periodista.
—Lo siento mucho, pero está confirmado —respondió Gómez Leyva.
Recuerda Maerker:
—Sabía que el procurador del Estado de México, Alfredo Castillo, tenía línea directa con un alto mando de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, Luis Cárdenas Palomino, y le llamé. Fue lo primero que hice. A partir de entonces no dejé de hacer llamadas. Intenté averiguar quiénes eran los que los tenían, para saber si había alguna posibilidad de sacarlos vivos, y decidí que el asunto debía cobrar la mayor magnitud posible, a la menor brevedad, para que los secuestradores supieran que iba a ser muy costoso si les hacían algo. Ésa fue mi apuesta.
A Gordoa lo habían sacado de la cajuela y colocado bajo la sombra de un árbol. Uno de sus raptores jugaba con una pistola. “Va a ser un tiro. Así nos va tocar”, pensó el reportero.
—De repente —dice—, me cayó el 20: “¿Y si nos trajeron porque necesitan algo de nosotros?”. Le dije a uno de ellos: “Oiga, pregúntele a su jefe qué necesita, en qué les podemos ayudar”. Oí que se comunicaban por radio: “Que dice el güero que en qué nos puede ayudar”. Alguien contestó: “Tráiganlos para acá”. Nos aventaron al piso trasero de otro auto y ahí sentí a otra persona, era el reportero de Milenio, Javier Canales. Fuimos trasladados a una casa de seguridad. Había un cuarto en obra negra en un patio trasero. Ahí estaban secuestrados tres agentes ministeriales, un taxista y un policía municipal. En medio había una cubeta llena de orines y excremento. Pensé: “Llevan varios días”. Nos pusieron dos guardias y nos prohibieron hablar entre nosotros. El calor nos hacía sudar. Era una tortura. Cuando tienes miedo, el sudor pica. Como a las siete de la noche nos llevaron, vendados, al interior de la casa. El líder del grupo, le decían El Adán, nos dijo: “A ver cabrones, queremos que pasen unos videos en la tele. Ésa es la condición para que los dejemos ir con vida”.
Gordoa entendió que querían “responder” al video difundido por Los Zetas. Dijo: “Para que eso sea posible necesito hablar con Denise Maerker”. Se ofreció como interlocutor, dice, para que en Televisa supieran que estaba con vida —y para hacerse “necesario” ante los secuestradores.
—Cuando Héctor me habló a mi celular —recuerda Maerker—, y nos enteramos de que lo que ellos pedían era “aire”, entendí que el caso era delicadísimo. Hasta donde yo sabía, era la primera vez que pasaba una cosa semejante en la historia de la televisión en México.
Sigue Gordoa:
—Denise me preguntó: “¿Estás bien?”. Le dije: “Sí. Pero quieren que se transmitan unos videos en la televisión”. Se quedó callada un segundo. “Está bien, vamos a ver qué podemos hacer”, contestó. Le dije: “Sólo necesitamos ese apoyo”. Javier Canales intentaba, mientras tanto, comunicarse a Milenio Laguna. No le querían contestar. Estaba entrando en desesperación. Tuve que llamar yo mismo, y decir que era de Televisa, para que le contestaran. Pasó un rato y volvieron a sacarnos del cuarto, nos dijeron: “Este es el link del video que tienen que transmitir”. Volví a hablarle a Denise: “Ya esta gente sabe que no somos los dueños de la televisora, pero haz lo posible, haz el esfuerzo por favor”. En el video, los policías ministeriales y el agente que tenían capturados hablaban de la protección que el gobierno de Humberto Moreira le daba a Los Zetas en Torreón.
—Logramos que Televisa Laguna sacara algo en el noticiero local. No el video, sino una pequeña nota sobre el video —dice Maerker.
Los periodistas no fueron liberados. Pasó esa noche, el olor de los desechos contenidos en la cubeta inundaba el cuarto, había moscos y alacranes. Uno de los sicarios, drogado, entraba al cuarto a amedrentarlos, cortando cartucho.
El Adán regresó al mediodía:
—Nos dijo: “Queremos otro favor para liberarlos. Que los videos pasen a nivel nacional. Eso, si sus jefes quieren volverlos a ver con vida”. El abatimiento en que caímos era indescriptible. No habían cumplido. No había ninguna probabilidad de que cumplieran.
En la sala de Televisa en donde Maerker y el equipo de Cárdenas Palomino aguardaban noticias de los reporteros, el ambiente era semejante:
—Cárdenas Palomino me dijo que el panorama era sombrío, que se acababan las posibilidades de que regresaran con vida —cuenta la periodista—. En ese momento llegó la nueva llamada de Héctor, con la exigencia de que querían el video a nivel nacional. Le dije: “Pásame a las personas”. Volví a escuchar la petición, ahora por boca de uno de ellos. Le dije: “Qué garantías me da usted de que ahora sí van a cumplir. Porque hasta ahora, ustedes son los que no han cumplido: los reporteros no han sido liberados”.
El jefe de los sicarios replicó: “Háganlo y ellos van a estar bien”. Las comunicaciones se interrumpieron durante más de 12 horas.
—Se acerca lo peor —dijo Cárdenas Palomino—. Las posibilidades se agotan.
La Policía Federal había detectado que las llamadas venían de una colonia de Gómez Palacio. Pero la ubicación del domicilio no era precisa.
—Cárdenas proponía que sus agentes iniciaran cuanto antes un operativo —relata Maerker—. Pero la búsqueda tendría que hacerse prácticamente casa por casa. A mí me parecía importante que los criminales sintieran la presencia de la policía en la zona, pero entonces todo podía terminar en un tiroteo y los antecedentes de rescates de este tipo no eran prometedores. Sentía que había que presionar mucho al Estado, que tenía que involucrarse incluso el presidente, para que los secuestradores supieran que habían pasado una línea, y que eso no podía pasar ni en Gómez Palacio, ni en ningún otro medio, ni en ningún otro lado.
El miércoles 29, a las seis de la tarde, El Adán llamó nuevamente a Gordoa:
—Queremos que Televisa mande un reportero a investigar lo que verdaderamente está pasando en la Comarca Lagunera y que el reportaje se transmita a nivel nacional.
—Les dije: “Ese reportaje ya está hecho. A qué creen que vine. Ahí en la cámara están las entrevistas. Ya hablé con el alcalde de Gómez Palacio, con el secretario de Seguridad Pública, con los familiares de los reos y de los custodios del Cereso: todos niegan que la directora dejara salir a nadie, dicen que no es cierto”. “Eso queremos que salga”, me respondió El Adán.
Maerker recibió a la medianoche la llamada del reportero:
—Ya me van a soltar, pero tengo que pasar una nota. Mis compañeros van a quedarse como garantía. Dicen que si no cumplo, los van a asesinar.
Continúa su relato el periodista:
—Era la medianoche del miércoles. Pasó la mañana del jueves, y no me liberaron. Les expliqué que editar una nota llevaba varias horas, que si querían verla en la televisión esa misma noche tenían que dejarme ir. Trajeron un auto, me despedí de mis compañeros, los tres nos pusimos a llorar. Les dije: “Tengo que irme a hacer una nota para liberarlos, pero les juro que no los voy a dejar”. Me vendaron, y luego me dejaron, con la cámara, en una calle cualquiera. Paré un taxi y me fui a Televisa Laguna. Ni siquiera pensé en llamar a mi familia. Quería terminar el reportaje para volver a ver a los otros con vida.
Denise Maerker sostiene que aquellas horas figuran entre las más difíciles  de su vida, y han sido las más críticas de  su carrera:
—En la reunión más complicada que tuvimos en Televisa, Bernardo Gómez fue contundente: me dijo que no podíamos poner el Canal 2 al servicio de un grupo de narcotraficantes. Que no era Héctor, que no eran los reporteros que estaban retenidos, sino todos los periodistas de este país los que iban a volverse rehenes de los mensajes que estos señores quisieran mandar. Entendí las consecuencias que eso tendría. Me resultaba dificilísimo explicárselo a Héctor, pero era cierto, no podíamos transmitir lo que quería un narco. Escribimos un editorial con la idea de que no íbamos a dirigirnos a los narcotraficantes, con la idea de que era el Estado quien tenía que garantizar las condiciones para ser periodista en un país donde no se podía y no se puede hacer periodismo. Héctor llegó a Televisa Chapultepec cuando estábamos por grabar el editorial. Le di un abrazo y le dije: “No voy a sacar tu nota, pero tampoco va a haber programa. Espero que me entiendas”. Entré en el foro. Nunca había sido tan difícil entrar en él.
—No comprendí la decisión —explica Gordoa—, la vida de mis compañeros dependía de la transmisión del reportaje. Denise me explicó sus razones. Le dije: “No te comprendo, pero te apoyo en tu decisión”. Hoy entiendo lo que habría pasado si ese reportaje sale al aire.
Esa noche, por primera vez en la historia de la televisión mexicana, el Canal 2 decidió suspender su transmisión y dejar la pantalla en negro. Maerker anunció que no había condiciones para la realización del programa.
—Irnos del aire era una forma de decir que estaba pasando algo muy grave en México. Era una forma de decirlo sin decirlo, porque no queríamos poner en riesgo la vida de los reporteros. El objetivo no era salir a hacer un programa que tratara de otras cosas: poner la pantalla en negro tenía por objeto provocar un gran impacto, decirle al Estado que así no era posible hacer periodismo, decirle a los narcos la gravedad de lo que estaban haciendo.
La pantalla quedó en negro, y todo se aceleró. Helicópteros de la Policía Federal comenzaron a sobrevolar Gómez Palacio. Los narcotraficantes liberaron a Alejandro Hernández y a Javier Canales en una calle, y abandonaron la casa de seguridad en la que los habían retenido. No se supo más del resto de los secuestrados. La historia terminó, emblemáticamente, con una conferencia de prensa en la que el secretario Genaro García Luna indicó que los periodistas habían sido rescatados “en un operativo de la Policía Federal, ordenado por el presidente de la República”.·
Los días de plomo no terminaron para la prensa con el sexenio que tocó a su fin el 30 de noviembre de 2012. En los primeros cuatro meses de la nueva administración, Artículo 19 reportó cinco secuestros de periodistas, un asesinato y cuatro agresiones a oficinas de medios de comunicación… n

***Fuente: 

Héctor de Mauleón. Escritor y periodista. Autor de La perfecta espiral, El derrumbe de los ídolos El secreto de la Noche Triste, entre otros libros.

PERIODISTA EJECUTADO: huia de la "MUERTE en VERACRUZ"...y lo alcanzo en el D.F


Rubén Espinosa Becerril no quería que hubiera un periodista número 13 asesinado en Veracruz y por eso abandonó ese estado el 9 de junio y huyó al Distrito Federal: salió huyendo de la entidad gobernada por el priista Javier Duarte de Ochoa, a quien señaló de ser el autor de los acosos y amenazas que estaba recibiendo, le dijo a SinEmbargo en su última entrevista, realizada el 1 de julio.

Ahora, Rubén es el número 13. Fue asesinado en la colonia Narvarte, de la Ciudad de México junto a otras cuatro personas. Lo asesinaron en las narices de las organizaciones en donde denunció las amenazas de las que era víctima y lo más grave, del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de la Secretaría de Gobernación (Segob).

En un auto exilio de Veracruz, obligado por el acoso y las amenazas de las fue víctima llegó al DF. El joven colaborador de ProcesoCuartoscuro y de la agencia de noticias AVC huyó luego de protagonizar varios episodios de acoso.
El reportero gráfico era originario de la Ciudad de México, pero desde hace ocho años radicaba en Veracruz. En esa entidad dejó su trabajo, sus corresponsalías, amigos, su casa y hasta su perro por el miedo a ser asesinado como los 12 periodistas que antes fueron ejecutados.
“No sabes lo difícil que esto. Dejé a mi perro, quisiera regresar por él”, indicó Rubén con los ojos humedecidos. Quería volver a la entidad que gobierna Javier Duarte, pero tenía claro que regresar era jugarse la vida. Por eso mejor se quedó en el DF.
El día de la entrevista Rubén llegó a la redacción ataviado con una camisa a cuadros, pantalón casual, unos tenis, su chaleco y la bolsa donde resguardaba su cámara fotográfica. Llegó listo para cubrir la marcha de los nueve meses de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. Esa sería su siguiente parada luego de conversar en las oficinas de SinEmbargo.
A pesar de que se sentía nervioso, su gusto por la cobertura de movimientos sociales lo impulsaba a salir a la calle a tomar fotos. En el Distrito Federal se sentía seguro y aunque le estaba costando trabajo adaptarse de nuevo a la ciudad, la certeza de que en la capital del país podía resguardarse de las amenazas que había recibido, lo alentaba a continuar.
“Me molesta mucho que una persona decida el rumbo de mi vida. Que por un capricho, una necedad, una inmadurez a todas luces notable, tenga que salirme de un estado al cual quiero muchísimo”, “me cuesta trabajo arrancar otra vez para acá. Ya no me acostumbro a la dimensión de la ciudad, es complicado para mí porque los recursos que traigo comienzan a terminarse. El transporte aquí es caro, comidas más caras, la renta más cara, claro me está costando mucho trabajo y la intención que tengo es regresar, cuando el estado dé condiciones para poder trabajar”, confesó.

Rubén Espinosa vestía modestamente. Traía una tableta vieja y rayada, desde donde mandaba sus fotografías a las agencias para las que trabajaba.
Sentado en una de las sillas de la sala de juntas, Rubén reveló el estado de la prensa y de la libertad de expresión en Veracruz; el modus operandi del gobierno de Javier Duarte de Ochoa para mantener sometidos a los medios de comunicación y la vida que deben llevar los reporteros y fotógrafos que no quieren recibir dinero a cambio de no ejercer su libertad de expresión.
La anarquía es tal, que todos la están pasando mal, menos la corrupción, dijo, en un Veracruz que la muerte escogió para vivir, en brazos de un gobierno admirador del ex dictador Francisco Franco.
“DEJA DE TOMAR FOTOS O VAS A TERMINAR COMO REGINA”
Rubén dijo a este diario digital que salió huyendo de Veracruz porque era acosado por el gobierno de Javier Duarte, debido a que publicaba fotos incómodas para el Gobernador y porque cubría marchas y movimientos sociales.
En una de esas coberturas andaba – una manifestación de estudiantes que fue reprimida y que a él le tocó registrar a través de su lente–, cuando un hombre, al que identificó como una persona de “ayudantía del Gobierno del Estado”, lo amenazó con que terminaría como la periodista de la Proceso Regina Martínez Pérez, quien fue asesinada en su departamento en 2012.
“Le di la cobertura y cuando tomo la foto de que estaban deteniendo a los estudiantes, me toma del cuello una persona de ayudantía del Gobierno del Estado y me dijo: ‘Deja de tomar fotos si no quieres terminar como Regina’. Eso me lo dijo una persona de gobierno. Son policías vestidos de civil. La persona que orquestó el operativo de esos estudiantes está en la Secretaría de Seguridad Pública”, aseguró.
Igual que Regina Martínez, Rubén Espinoza fue asesinado entre las cuatro paredes de un departamento, pero en la Ciudad de México.
– ¿Qué detonó tu salida de Veracruz? ¿Qué día saliste del estado?, se le preguntó hace un mes.
– Salí el 9 de junio por un acoso de parte de personas que desconozco. Salí a las nueve de la mañana del martes 7 a trabajar y una persona me observó detenidamente. No le puse mucha atención. De ahí fui a mi cobertura. Regresé a mi casa, en eso por Facebook me avisó una compañera que estaban estudiantes reunidos en una mesa de diálogo con autoridades de la Universidad Veracruzana. Me fui a las tres de la tarde y exactamente en la esquina de mi casa había tres sujetos con un taxi prendido. No quise mirarlos porque noté la presencia muy insistente. Pude identificar a uno. Saqué mi teléfono para anotar sus señas, cuando paro mi taxi, volteó a verlo y me toma una foto. Me subí al taxi, los tipos mal encarados, no eran de ahí de Xalapa. Tenían pinta porteña. Ahí me di cuenta que era el mismo que vi en la mañana. Por la tarde iba camino a mi casa y veo que vienen dos tipos hacia mí, en actitud violenta, se vienen y no se quitaron. Yo me pegué a la pared, y uno de ellos me pasa cerca, sentí su respiración. Me puse de lado, no lo seguí con la mirada, seguí mi camino, volteo y me están viendo. Iban de negro. Me vine el jueves nueve.
– ¿Qué coberturas haces en Veracruz? ¿Crees que detonaron este acoso?
– Yo me especializo en movimientos sociales. Tengo una portada en la revista Proceso con el Gobernador, esa portada lastimó mucho, de hecho la compraron a granel…
– ¿Qué foto es?
– Es una fotografía donde el Gobernador sale con una gorra de policía y de perfil que va caminando. Nosotros en Xalapa nos hemos manifestado siempre que asesinan a un compañero. Fui golpeado en el desalojo de maestros en 2013, en la plaza Lerdo, junto con otros compañeros, a raíz de eso tuvimos que ir a marchar. Hicimos que el Congreso hiciera la Comisión para la Atención y Protección de Periodistas, que no sirve de nada. Estuve en la colocación de la placa en la plaza Lerdo, donde le pusimos Regina Martínez. He dado cursos de seguridad para los fotógrafos y me han hecho saber que soy un fotógrafo incómodo para el Gobierno del Estado.

– ¿Cómo te hacen saber eso?
– No me dejan entrar a los eventos oficiales. En una ocasión cuando fue lo de los 35 cuerpos que encontraron en el Monumento a los Voladores de Papantla en Boca del Río, el entonces Procurador Reynaldo Escobar Pérez iba a dar una conferencia. Entonces me dice una persona encargada de prensa, Edwin, no recuerdo su apellido, que yo qué hacía ahí, que yo no tenía nada que hacer y que estaba estorbando. Entonces de ahí comenzaron a tomarme fotos por parte de la gente de Gobierno del Estado.
– ¿Sólo te acosan a ti?
– A mí y al grupo de los periodistas en los que estoy.
– Este último acoso que detonó que te salieras de allá, está muy cerca al ataque a los jóvenes de la Universidad Veracruzana, ¿tu cubriste esto?, ¿tomaste fotos de la escena?
– De todo. Lo que pasa es que lo que hago es darle seguimiento a los casos. No me quedo con tomar eso que pasó a los estudiantes y ya. Con todos los movimientos que han tenido los estudiantes. Cubrí el del 20 de noviembre del mismo año que asesinaron a Regina, el desfile, estaba Javier Duarte y no podíamos estar enfrente del templete. A los fotógrafos y camarógrafos nos encerraban a los lados. Yo pedí que me dejaran tomar unas fotos y en el momento que me acerco, veo que despliegan una mata que decía: ‘Javier Duarte, el pueblo te tiene en la mira, no perdona ni olvida’. En eso viene un estudiante y me dice que estaban golpeando a unos estudiantes. Le di la cobertura y cuando tomo la foto de que estaban deteniendo a los estudiantes, me toma del cuello una persona de ayudantía del Gobierno del Estado y me dijo: ‘Deja de tomar fotos si no quieres terminar como Regina’. Eso me lo dijo una persona de gobierno. Son policías vestidos de civil. La persona que orquestó el operativo de esos estudiantes está en la Secretaría de Seguridad Pública. Había una señora que iba saliendo de hacer sus compras, que les dijo que dejaran de golpear a un estudiante y llegó ese personaje: a la señora la jaló del cabello, le tiró sus compras y se la llevó a golpes. Estamos hablando de una anarquía generalizada. No puedes decir nada ni hacer nada. Había francotiradores arriba de un hotel para el desfile.
– Hace unos días vinieron los jóvenes que fueron agredidos a machetazos en Veracruz, dijeron que hay una lista negra de personas incómodas para el gobierno. ¿Estás en esa lista?
– No, de hecho yo pensé que iba a estar en esa lista, pero no estoy.
–¿Hay otros compañeros tuyos, fotógrafos, periodistas qué estén?
– No, puro activista, consejeros del INE [Instituto Nacional Electoral] y gente del PT [Partido del Trabajo]. A mí me llaman los mismos compañeros fotógrafos anarquista, porque he cubierto ese tipo de eventos
– ¿Me estás hablando de la misma prensa? ¿Te llaman fotógrafo anarquista?
–De hecho al grupo que tenemos nos han llamado guerrilleros. A mí me han llamado guerrillero, porque he dado cursos de seguridad y profesionalización a los compañeros. Me parece ridículo.
– ¿Y qué arma cargas para que te digan guerrillero?
– Ninguna. Mi cámara y ética sobre todo. Nunca he recibido un sólo peso. No lo pienso hacer. Cada que sale un estudiante y se mete al gremio trato, de si lo quieres llamar ‘robármelo’ y decirle, ‘oye no recibas dinero’, esto no es así.
LA PRENSA QUE SE CALLA CON UN CHAYOTE
En la entrevista Rubén Espinosa denunció el modus operandi del gobierno de Javier Duarte para mantener a la prensa sometida.
El fotoperiodista aseguró que alrededor del 98 por ciento de la prensa en Veracruz, desde directivos de medios, hasta reporteros, recibe “chayote” como automóviles y dinero para publicar a gusto del Gobernador.
De hecho, contó, hay unos desayuno llamados “Desayunos de la Libertad de Expresión”, donde se rifan vehículos, pantallas, iPads y teléfonos.
“Lo que ya no se quiere hacer en Veracruz, es periodismo de investigación, está prohibido, todos deben conformarse con el boletín. Estamos hablando de que van 12 compañeros asesinados, cuatro desaparecidos y del 2000 a la fecha, 17 exiliados. Y cada que llama un Diputado y el mismo Gobernador a sus desayunos se llena, porque desgraciadamente la prensa en Veracruz está al servicio de quien le echa de comer”, dijo.
Espinosa Becerril recordó el caso de Víctor Báez, director de Reporteros Policiacos, quien fue asesinado, descuartizado y “aventado” frente a las instalaciones del Diario de Xalapa, una semana después de recibir un automóvil como regalo.
“Le duró una semana su coche. Yo estoy muy en desacuerdo con que a la prensa se le tenga que dar dinero, no tiene que hacerlo. Entiendo que los sueldos son bajos, pero si exigimos prestaciones, seguro como gremio, posiblemente lo vamos a conseguir, pero para todos es más fácil recibir dinero”, expresó.
“Cuando quemaron la Junta Local del INE en Ruiz Cortines llegamos los medios, atrás de nosotros venían unos albañiles, entonces los granaderos los detuvieron y nosotros les tomamos fotos. Lo grave de esto, no es esa detención sin sustento; lo grave es que la que dirigió la detención es una periodista. Ella fue la que le dijo a los policías: huélele las manos, ábrele la mochila, revísale esto y es una periodista que porta armas y que su hija está trabajando en la Procuraduría de Justicia”, narró.
EL DF DEJÓ DE SER SEGURO: ARTÍCULO 19
La última vez que Darío Ramírez, director de la organización internacional Artículo 19, habló con Rubén, fue hace una semana. El joven fotoperiodista estaba más tranquilo y seguía en contacto con sus colegas de Veracruz. Preocupado por seguir difundiendo lo que sucedía en esa entidad, le dijo.
Hoy con Rubén muerto, Darío Ramírez está consternado. Artículo 19 le ayudó con el desplazamiento de Veracruz al Distrito Federal y ahora la organización está ante una terrible negligencia del gobierno de Veracruz y del gobierno federal.
“Es un dolor profundo, es un momento de frustración y cólera, por la indolencia de las autoridades del Distrito Federal y del gobierno federal. Esta muerte está en los hombros de funcionarios públicos del estado de Veracruz y del gobierno federal”, dijo.
Ramírez indicó que Artículo 19 le dio aviso al Mecanismo de Protección de la Secretaría de Gobernación y además emitió una alerta por las amenazas que recibió Rubén en Veracruz.
“Dimos a conocer la alerta y la necesidad de que el gobierno reaccionara. Hay un nuevo fondo y me refiero a que la violencia está mucho más cercana al Distrito Federal. Ya no es ese santuario a donde podían venir y sentirse tranquilos los periodistas. No podemos presumir que el DF es un santuario, sino que la violencia está en las calles. Seguimos hablando de un alto grado de esquizofrenia, de locura, porque las autoridades hablan de una protección inexistente, un mecanismo inútil”, dijo.
Rubén se convirtió en el periodista de Veracruz asesinado número 13 y el 16 del gobierno de Enrique Peña Nieto. En total en los últimos años suman 88.
Hace un mes Espinosa Becerril aseguró que no confiaba en los mecanismos de protección del gobierno y que prefería acercarse a los organizaciones de defensa de periodistas: “He hablado con Artículo19, con CPJ [Comité para la Protección de los Periodistas], con los medios con los que colaboro, con Proceso y Cuarto Obscuro, con AVC, ellos están conscientes. Estoy buscando a Periodistas de a Pie, porque en Veracruz no hay esa garantía. La Comisión Estatal de Atención y Protección a Periodistas no sirve de nada. El día de la golpiza del 14 de septiembre a un compañero le dieron con toletes eléctricos en el corazón y la misma Comisión le dijo: ‘Mejor recibe dinero, no hagas escándalo, ya te pasó, ya te robaron’. He venido acá y me preguntan si ya me acerqué a la Comisión. No tienen idea de la corrupción que hay en esa Comisión. Yo no confío en ninguna institución del Estado, no confío en el gobierno, temo por mis compañeros, temo por mí. No es nada más Rubén, es familia, amigos, yo no quiero perjudicar a nadie más con eso”, dijo.
Antes de despedirse, el joven fotógrafo auguró días difíciles para el estado del que huyó y pidió a la sociedad “voltear a ver a Veracruz”.
“Viene una represión muchísimo más grande que la que tenemos hoy en día y recordemos que Javier Duarte al inicio de su mandato dijo que era admirador de Franco, es un referente al que la gente no puso mucha atención y lo están viviendo los veracruzanos. Sólo le pido a la gente, a la sociedad y a los periodistas que volteen a ver a Veracruz, porque nos están matando a toda libertad de expresión”, indicó.

Al final de la entrevista Rubén se acomodó la cámara fotográfica, saludó a sus colegas y se encaminó a la salida. Sonrió y se despidió con un abrazo. Minutos más tarde, el fotógrafo retrataba a los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa en la marcha que salió a las cinco de la tarde del Ángel de la Independencia y que concluyó con una lluvia a las afueras del Palacio de Bellas Artes.

fuente.-


CAPTURAN en TEXAS a "MATON a SUELDO" del "CARTEL DEL GOLFO"...era gente del "WICHO".


Un asesino a sueldo del cártel del Golfo es acusado de haber amagado con una pistola a un agente del alguacil en la frontera de Texas mientras trataban de huir tras un fallido  allanamiento de morada.

Brownsville,TX.-02/Ago/2015 La invasión de la casa tuvo lugar el viernes por la mañana temprano, cuando dos hombres armados, uno de los cuales se confirmó más tarde era un asesino a sueldo del cártel, irrumpieron en una casa en la zona rural de San Benito, Texas, según  información dada a conocer por la Oficina del Sheriff del Condado de Cameron. Durante el robo  dos hombres armados vestidos de negro irrumpieron en la casa en busca de drogas y dinero en efectivo. Cuando agentes del alguacil llegaron, los pistoleros huyeron. Al intentar huir, uno de los hombres armados apunto con una pistola Colt 9mm a un agente del alguacil antes de desaparecer en la oscuridad.

Con la ayuda de otras agencias y un K-9, las autoridades fueron capaces de localizar a Manuel Martínez Duenes que fue acusado formalmente de varios delitos vinculados con el caso y su fianza fue fijada en $ 150.000.

Manuel "El Meme" Martínez Duenes es en realidad un miembro del cártel del Golfo, de acuerdo a la información proporcionada a Breitbart de Texas por los funcionarios federales encargados de hacer cumplir la ley en México.

Martínez Duenes había sido un matón de confianza del temido Comandante del Cártel del Golfo José Luis "El Wicho" o "XW" Zúñiga Hernández antes de huir a los EE.UU. y al parecer estaba escondido en San Benito.

El asesino a sueldo del cártel conocido como El Wicho había sido un alto comandante de la organización, pero se vio obligado a huir a los EE.UU. con sus colaboradores más cercanos en 2011 después de una serie de batallas feroces con una facción rival del cártel.

Agentes federales arrestaron a Zúñiga en octubre de 2011 junto a Luis Iván "Machin XW-13" Nino Duenes y Armando "Mando o XW-2" Arizmendi Hernández. En el momento de la detención, los agentes les incautaron  una pistola enjoyada que se cree  vale alrededor de $ 50.000.

No está claro si Nino Duenes y Martínez Duenes están relacionados. Las autoridades están buscando al segundo hombre armado de invasión de la casa de esta semana.

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"MARINOS SECUESTRADOS y TORTURADOS...por MARINOS",un caso que se "desmorona".


A partir de las declaraciones –obtenidas mediante tortura– de un exmarino presuntamente ligado con el crimen organizado, varios efectivos de la Armada –entre ellos dos capitanes de navío– fueron aprehendidos a mediados del año pasado por sus compañeros de armas y por agentes de la PGR. Estuvieron secuestrados e incomunicados en alta mar durante mes y medio, sometidos a torturas y amenazas contra sus familias, para obligarlos a declararse culpables de trabajar para Los Caballeros Templarios. Ahora, presos en el Campo Militar Número Uno, se han amparado, incluso dos de ellos ya están libres. 

El caso de la Semar contra los suyos se desmorona.
En mayo de 2014 los aprehendieron. Durante mes y medio sus compañeros de armas los tuvieron secuestrados e incomunicados en alta mar. Los llevaron de nave en nave y los torturaron física y mentalmente. Los obligaron a estampar sus firmas en declaraciones fabricadas, en las cuales confesaban trabajar para Los Caballeros Templarios. Falsificaron las rúbricas de quienes, pese a todo, se negaron a firmar. Son 15 marinos y dos capitanes de la Décima Zona Naval (DZN) de la Secretaría de Marina (Semar).
Mientras tanto, en la DZN –con sede en Lázaro Cárdenas, Michoacán– les mentían a las esposas de los detenidos: “Están de comisión”, se justificaban ante la falta de noticias de sus cónyuges. Denunciaron también que sus domicilios eran “acechados y fotografiados” por personas a bordo de vehículos de la Semar.
No conocieron la situación de sus maridos sino hasta los últimos días de junio de ese año, cuando se oficializó su detención y los trasladaron al Campo Militar Número Uno, en la Ciudad de México, acusados de delitos contra la salud y traición a las Fuerzas Armadas.
De acuerdo con testimonios que obran en la causa penal 197/2014 –de la cual este semanario tiene copia–, la mayoría de los detenidos asegura que fueron obligados a firmar sus declaraciones después de que los torturaron agentes de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) de la PGR y de la Unidad de Inteligencia Naval (UIN) de la Semar, quienes los amenazaron con dañar a sus familias.
Declaración “espontánea”
El 19 de abril de 2014, una patrulla de marinos detuvo en Lázaro Cárdenas a José Luis Murguía Márquez, El Lic, perteneciente al Cuerpo General de Infantería de Marina, en posesión de 10 paquetes de mariguana y un fusil de asalto AK-47.
Al ponerlo a disposición ante el Ministerio Público del Fuero Común en Lázaro Cárdenas, sus captores –los marinos Jesús Sandoval García y Wilbert Alvarado Chávez– asentaron que mientras revisaban su vehículo, Murguía “espontáneamente” confesó ser desertor de la Armada y estar involucrado con sicarios y jefes de plaza de los Templarios. Y citó a 14 marinos (además de él) y dos capitanes navales –por nombre, rango y apodo– como también implicados con el crimen organizado.
Sin embargo, de acuerdo con la causa penal 197/2014, es falso que Murguía declarara “espontáneamente”, pues según el certificado médico expedido ese mismo 19 de abril por el doctor Norberto Barrientos Jacinto, de la Procuraduría General de Justicia de Michoacán, presentaba huellas “de violencia física y de tortura”.
El secuestro y detención de los marinos se conoció púbicamente 11 meses después de ocurrido, el pasado 6 de abril, cuando Alfredo Esparza Salinas, abogado defensor del tercer maestre Cristian Baruch Méndez García, aseguró que el caso se basa sólo en la imputación directa de Murguía, mientras que el resto de las declaraciones son “dichos de oídas”.
Agregó que las confesiones de Murguía y de la mayoría de los inculpados fueron obtenidas a base de tortura.
Según la puesta a disposición, cuando lo aprehendieron, Murguía aceptó tener trato directo con el templario jefe de plaza en Lázaro Cárdenas, a quien llaman El Primazo, y con otros jefes, como El Niño de Oro, Lico y Retra, este último, persona de confianza de Servando Gómez, La Tuta.
También dijo conocer a Julio César Torres Sánchez, La Bodega, operador de Pablo Toscano Padilla, El Quinientos; a Ulises Quintero Arreguín, El Centauro, jefe de sicarios de Lázaro Cárdenas; y a Santiago Ayala, El Mont Blan o El Chato, quien cobra las cuotas a las minas y al puerto.
Murguía involucró a los capitanes de navío Eugenio Gómez Linares y Carlos Martínez Cortés, quienes, declaró, recibían 50 mil pesos mensuales a cambio de información de las operaciones de la DZN contra los Templarios; al primer maestre Álvaro Gerardo Capetillo Villa; al tercer maestre Cristian Baruch Méndez García; a los cabos Juan Sotelo Calvo y Hugo Lázaro Molina López, y al marinero Gerardo Solorio Valdovinos.
Más adelante se agregaron los tenientes de fragata Oniver Flores Sotelo y José Iván Calles Pascual, el primer maestre José Luis Carrillo Maciel, los segundos maestres Juan Antonio Castro Cabrera y Pedro Cuevas Herrera, el tercer maestre Arturo Morán Pérez, el cabo Alberto Cadena Sandoval y los marineros Aldo León Aguilar y Jhovanny Torralva Rodríguez.
“Baño de marino”
En las ampliaciones de sus declaraciones, al menos la mitad de ellos narra el secuestro y los diversos métodos de tortura física y psicológica empleada por la UIN y la SEIDO.
Proceso retoma fragmentos de sus dichos:
El cabo Cadena declaró: “El 30 de abril me encontraba de guardia en la cocina de la Décima Zona Naval. Estaba prendiendo la plancha y llegaron dos personas vestidas de civil; me preguntaron si yo era el cabo Cadena, les dije que sí. Uno de ellos me pidió el celular. Lo saqué de la bolsa de mi pantalón, pero dudé en dárselo y me lo arrebató. Otro ordenó que los llevara al alojamiento de la zona; allí me piden que abra mi taquilla. Sacó mis cosas, las puso sobre mi cama, revisando todo”.
Al terminar lo llevaron a la Inspección del Mando Naval, lo metieron a un cuarto donde lo agredieron verbalmente. Le decían que escribiera lo que ellos le dictaban, si no, se los iba a “cargar la chingada” a él y a su familia: “Me dieron un golpe en el estómago y varios en la cabeza. Uno de los elementos sacó un cable de luz y me lo pegaba en la espalda y en las manos. (…) Después le dijeron que al volver a la UIN debía firmar una declaración.
Recuerda el 22 de mayo, cuando lo bajaron del buque y lo llevaron esposado ante el personal de la UIN, como “el más doloroso de su vida, en el que sufrió más vejaciones y tormentos:
“Me pasaron a un cuarto en donde tenían una planta de luz como las que utilizan los herreros de mi pueblo para soldar, me piden que me voltee y, sin quitarme las esposas, entre dos me quitan la ropa, incluyendo la interior. En ese momento escucho un tronido y siento una descarga eléctrica en mis partes nobles que me recorrió de cabeza a pies, mi cuerpo brincó involuntariamente y caí al suelo, al parecer me desmayé por unos minutos porque de pronto estaba dormido, o soñando y me despertó un chorro de agua en el cerebro.
“Escuché una voz que no puedo olvidar: ‘Es tu baño de marino, por traidor’, dijo. Supliqué que me dejaran en paz; en su lugar me dijeron que lo mismo le iba a pasar a mi familia, y me siguieron pegando. Al ver que no podía ponerme de pie, dijeron que me volverían a embarcar para que se quitaran mis ‘cariñitos’ y no tuviera marcas visibles en mi cuerpo, que al tocar tierra tenía que firmar los documentos que me entregaran”, señala Cadena.
La tortura continuó en los días sucesivos: “Siguieron burlándose de mí, me pegaban en las nalgas con una tabla mojada y en una ocasión me oriné, mojando mi ropa y el piso; por eso decidí firmar la hoja en la cual acepté ser parte de la red de marinos que trabajaba para Los Caballeros Templarios”.
Firma falsificada
Quien a pesar de ser torturado se negó a firmar una declaración en la que “injustamente” involucraba a sus compañeros con la organización criminal es el teniente Calles Pascual, detenido el 1 de mayo. Aseguró en su declaración que los agentes de la SEIDO y de la UIN “copiaron” su firma en una declaración:
“Me golpeaban en varias partes de mi cuerpo y me daban toques en las manos con una chicharra mientras era grabado con una cámara”, detalla. Después de la tortura y de saber que hostigaban a su familia, redactó lo que le pedían. Le aseguraban que tenían órdenes del secretario de Marina.
“Como a las seis de la tarde me llevaron al muelle y me subieron a una embarcación interceptora que me trasladó al barco ARM Godínez, en donde me mantuvieron vigilado y me ordenaron que no me comunicara con la tripulación del barco ni con el cabo Cadena ni con el contramaestre Morán, quienes se encontraban a bordo, detenidos e incomunicados. Sentí un fuerte dolor en la garganta, el pecho y la espalda, acudí con el enfermero Marciano Baltazar Montes, quien lo registró en su bitácora”, asentó.
“El 4 de mayo, estando en alta mar, fuimos trasladados por medio de otra embarcación interceptora al barco ARM Berriozábal, con la misma instrucción de no tener comunicación con nadie. El 13 de mayo subieron al oficial Oniver Flores Sotelo. El barco llegó al muelle de la DZN el 22 de mayo. El teniente Eloy Valentín Cinaca y el teniente de corbeta Gallegos me escoltaron a firmar la nómina. Estaba cerca el hermano del cabo Cadena, también militar, le pedí que avisara a nuestras esposas que estábamos allí.”
La esposa de Calles Pascual obtuvo un permiso para reunirse con él: “Me dijo que personal de la Marina rondaba y fotografiaba nuestra casa y que en tres ocasiones fue a preguntar por mí, sólo que el primer maestre Ponciano Coria, el teniente de corbeta Víctor Acosta Aguirre y el almirante Luis Orozco –en su respectivo turno– le dijeron que yo estaba de comisión.
“El 22 de mayo, a las 19:00 horas, en otra embarcación interceptora nos llevaron a alta mar, al barco ARM Holzinger (…) El 29 me bajaron de ese barco y en el muelle me esperaba personal vestido de civil con placa de judicial, quienes portaban esposas y pistola.
“En el trayecto de la Zona Naval, me dijeron que tenía que declarar lo mismo que estaba escrito en una hoja en blanco que me hicieron firmar. Llegamos a una oficina en la que me encontré con personal de la SEIDO-PGR. Entró una persona que se identificó como el mayor de Justicia Militar Julio César Domínguez Trueba; él me dijo que tomaría mi declaración y que sólo tenía que decir lo mismo que había platicado anteriormente con los judiciales militares y me daría mi libertad por escrito, pero que si no lo hacía, me entregaría a la SEIDO.”
Calles Pascual narra que a las 02:00 horas del 30 de mayo fue llevado al buque Azueta, pero ocho horas después, a las 10:00, él y el maestre Morán fueron llevados a la nave Berriozábal, anclada en Lázaro Cárdenas, donde permaneció hasta el 31 de mayo.
“Apaga la cámara”
Por su parte, Flores Sotelo detalla en su declaración: “El 13 de mayo me encontraba en el Departamento de la Sección de Información e Instrucción, Sección de Información y Operaciones del Segundo Batallón Anfibio de Infantería de Marina; a las 11 horas ingresaron tres personas vestidas de civil, armados con pistola a la cintura; se acercaron a mí, sacaron al personal que se encontraba en el lugar, cerraron la puerta y empezaron a golpearme, primero en la cabeza y con el puño cerrado me golpeaban en el estómago. Uno preguntó si trabajaba para el marinero Murguía; contesté que no. Otro me dio una cachetada”.
Luego lo trasladaron a la DZN. “Uno de ellos me introdujo en un cuarto en el que me esperaba otro civil, quien me recibió con una patada en los testículos”.
Cayó doblegado por el dolor: “Me levantaron de los cabellos y me sentaron en una silla; me preguntaba sobre mi función con Los Caballeros Templarios; les dije que no sabía de qué hablaban y recibí una patada en el pecho que me hizo caer de espalda. Cuando me levantaron, me obligaron a firmar unos papeles que no me permitieron leer. Esposado, me llevaron a la entrada de la Zona Naval y me entregaron con el capitán de navío Domingo Murgado Gómez; él me dio mi teléfono para que hablara a un familiar, para avisar que me iría de comisión”.
Flores Sotelo habló con su esposa: “Me dijo que hombres civiles acompañados de marinos entraron a mi casa y tomaron fotos a nuestras pertenencias y de la familia. Después me llevaron esposado al muelle y me subieron a una patrulla interceptora; personal armado me llevó a alta mar al buque ARM Berriozábal. El capitán de fragata Óscar Melchor Ramírez me dijo que estaba detenido. Me encerraron en un camarote. Sólo me llevaban comida”.
El 22 de mayo el buque tocó puerto en el muelle de la DZN, pero no le permitieron salir ni comunicarse con su familia: “Entre las 10 y las 11 de la mañana llegó el teniente Eloy Valentín Cinaca, quien me llevó a firmar la nómina y me regresó. A las 16 horas, José Iván Calles Pascual, Arturo Morán Pérez, el cabo Cadena y yo fuimos llevados al buque ARM Holzinger, del cual es comandante el capitán Édgar Hunda Pomposo.
“El 24 de mayo llegó un marinero del Departamento Jurídico de la DZN y me dio un oficio para comparecer el 27 de mayo. Ese día, el teniente Cinaca me entregó con unos civiles, quienes me metieron en un cuarto; dijeron que eran judiciales militares y de la SEIDO. Me esposaron y me golpearon en la nuca, después pusieron mis manos atrás de mi espalda y me pusieron una bolsa de plástico en la cabeza. Cuando me ahogaba me la quitaron, mientras uno decía: ‘Apaga la cámara, pa’ calentarlo’. Tenían fotos de mi familia.
“Luego fuimos al edificio del Segundo Batallón de Infantería. Entré en un cuarto en donde había más civiles. Uno se identificó como el mayor licenciado Julio César Domínguez Trueba, quien me dijo que si firmaba, tenía la facultad de dejarme en libertad o entregarme a la SEIDO. Firmé por temor, pero no obtuve mi libertad. Posteriormente, un policía militar me esposó y me llevó nuevamente al barco, en donde estuve hasta el día 4 de junio, cuando fui entregado en calidad de detenido al capitán de navío José Arturo Torres Molina.”
Amparados y libres
El caso contra los marinos se ha ido desmoronando. Jueces federales han concedido amparos a seis de los acusados, dos de los cuales ya obtuvieron la libertad.
Uno es el capitán de navío Eugenio Gómez Linares, liberado el pasado febrero gracias a la ejecutoria dictada en el juicio de garantías de fecha 23 de diciembre de 2014, por Alberto Díaz Díaz, juez tercero de Distrito de Amparo en Materia Penal en el Distrito Federal, por falta de elementos para procesar y violaciones al debido proceso.
El otro es el cabo Hugo Lázaro Molina López, liberado el viernes 3 por las mismas razones que en el caso del capitán Gómez.
Pese a las violaciones a los derechos humanos cometidas por el personal de la Semar, como se señaló en la sentencias de amparo dictadas en los juicios de garantías interpuestos por la defensa de los capitanes de navío y marinos procesados, el juez quinto militar Juan Arroyo Martínez incumplió la ejecutoria del 15 de enero de este año, dictada en el juicio de amparo 703/2014.
Por considerar que no hay elementos probatorios suficientes que acrediten su participación en los delitos que se le imputan, el capitán Eugenio Gómez Linares quedó en libertad; sin embargo al capitán Martínez Cortés le han dictado auto de formal prisión cinco veces, pese a que Alberto Díaz Díaz, juez decimocuarto de Amparo en el Distrito Federal, las mismas veces ha señalado que tampoco existe sustento probatorio que lo condene.
Incluso en una de las resoluciones, Díaz Díaz le advirtió a Arroyo Martínez sobre su posible separación del cargo en caso de persistir en su actitud de dictar resoluciones judiciales sin observar el derecho al debido proceso, previsto en el artículo 19 constitucional. En caso de no obedecer, añadió, podría hacerse merecedor de una pena de cinco a 10 años de cárcel.
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