Olvídense de “Narcos” y de las películas de estafadores: la trama de corrupción en Pemex destapa desde EE.UU una comedia involuntaria protagonizada por Ramón Alexandro Rovirosa Martínez, un abogado convertido en “zar petrolero” de cartón piedra, y Mario Alberto Ávila Lizárraga, político del PAN y florero exalto cargo de Pemex.
Rovirosa se vendía como Mr. Gasoductos, pero detrás del show solo había una colección de empresas fantasmas, relojes Hublot de 12,500 dólares y maromas administrativas que harían temblar a cualquier torero… O al menos, a su “auditor torero”, el funcionario de Pemex que cobraba los sobornos con la euforia de quien acaba de sacar dos orejas.
Ávila, el “prófugo con carrera política”, operaba la movida con más desparpajo que un profesor de zumba: contactaba, sobornaba y se ponía sentimental por WhatsApp —sí, ¿quién guarda pruebas en 2020?— y celebraba cada contrato con emoticones estilo “¡Misión cumplida, hermano!”.
Las “mordidas” eran un festín digno de influencer: bolsas Louis Vuitton para la esposa del auditor, relojes para los cómplices, hasta una caminadora de 26,000 pesos para el funcionario que se cansó de correr por el dinero público. Todo esto por asegurar contratos para “rehabilitación de caminos, pozos y gasoductos” valuados en cientos de millones… y, claro, por cerrar una auditoría incómoda con el clásico “te cumplimos el trato, compa”.
En resumen, operaban como una mezcla torcida entre sindicato y grupo de WhatsApp de la secundaria: promesas de amor (léase, sobornos), mensajes cursis, y una obsesión por los lujos tan ridícula como el supuesto profesionalismo con el que subastaban obras públicas.
¿Lecciones? Que el verdadero deporte nacional no siempre es el futbol, sino el darle la vuelta a la ley con estilo y cinismo, usando relojes muy caros, regalos de diseñador y… una buena excusa para el juez cuando los agarren en la pista de baile.
Con informacion: DIARIO ESPAÑOL/ELPAIS
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