Quién lo hubiera dicho: aquella frase de Felipe Calderón en Guadalajara cuando era Presidente, hoy se ha vuelto realidad. Sus palabras fueron profecía al responder a un hombre que lo increpó públicamente por la violencia en México:
“A lo mejor viene otro Presidente y hace lo que tú quieres: que no se metan. Se va a quedar sentadito, calladito, volteando para otro lado. Pero pensar que eso va a acabar con la violencia o con la criminalidad, es una ingenuidad…”, dijo Calderón.
Pocos años después, tenemos un Presidente que, efectivamente, desde el inicio de su sexenio, prefirió quedarse “sentadito, calladito”, y aplicar el “dejar hacer, dejar pasar” ante el crimen organizado. Cruzarse de brazos. Andrés Manuel López Obrador, en sólo 9 meses de Gobierno, ya tiene el arranque más sangriento de la historia, con más de 17 mil ejecutados durante el primer semestre del año, cifra superior a la misma etapa inicial de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
La violencia, hoy por hoy, está fuera de control.
Y si bien la estrategia – por llamarla de alguna manera- de Calderón, fue “patear el avispero”- como acusa AMLO-, y emprender una guerra desaforada que jamás se iba a ganar y que se basó en el poderío de armas de soldados y marinos contra los sicarios del narcotráfico, cobrando las vidas de miles de inocentes civiles; si bien Peña Nieto ejerció el salinista “ni los veo ni los oigo” y desde el primer día de su mandato no sólo desapareció a la Secretaría de Seguridad Pública de manera equivocada, sino que borró del discurso gubernamental la lucha contra el crimen organizado, minimizando sus efectos contra la sociedad y reduciendo el problema más grave que había heredado del sexenio calderonista a un asunto estrictamente de percepción, ahora, con López Obrador a la cabeza, parece optarse por la peor de las soluciones: ignorar la peligrosidad de los poderosos narcotraficantes mexicanos y mantenerlos prácticamente intocables.
AMLO refleja una ignorancia absoluta sobre cómo piensan, cómo operan, cómo planean y cómo ejecutan sus planes los grupos criminales. Les pide que se porten bien y que no hagan sufrir a sus mamás (¿?).
AMLO muestra ignorancia respecto a qué pretenden y cuál es el objetivo final del poder narco: el control de los territorios y que nadie los moleste a la hora de distribuir la droga. “El narco es pueblo”, responde el Presidente de México. Bajo esa percepción, ahora nos explicamos por qué ya no se combate a los criminales.
Para López Obrador, todo el pueblo es bueno, con excepción de quienes lo contradicen o lo critican.
Por supuesto que nadie le pide a AMLO que continúe la batalla sin estrategia que aplicó Calderón. Sería un error. Tampoco se le plantea que haga lo mismo que Peña: sacar del discurso el tema de la violencia. Significaría otro error mayúsculo. Sin embargo, hasta ahora, ni estrategia definida, ni combate eficaz, ni operativos de fondo, se han emprendido en contra de los barones de la droga.
Cree el Presidente que con darles dinero a los más pobres se acabará el tráfico de drogas. Confunde el diagnóstico. Ignora la naturaleza real del narcotráfico: la riqueza ilimitada y el control absoluto de ciudades y autoridades a través de la violencia sin tregua.
La situación es más que preocupante. Si el Presidente ya claudicó para enfrentar al crimen organizado, estamos metidos en un serio problema.
Mientras tanto, la violencia repunta. En Michoacán. En Jalisco. En Tabasco. En NL. En Veracruz. En Guerrero. En Chihuahua. En Edomex. En ciudad de México. Las ejecuciones se multiplican en todo el país, la droga corre sin ninguna restricción, los sicarios de cárteles se pasean en caravana sin que nadie los moleste en camionetas blindadas y con rifles y metralletas mostrándose de manera amenazante, y los jefes de los grupos criminales se carcajean del nuevo gobierno que permanece “sentadito, calladito”, sin molestarlos.
El Presidente ordenó que no se enfrente a los criminales.
El Ejército está de adorno.
Los narcos están de fiesta.
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Por sus palabras los conocerás.
Echemos un vistazo, entonces, a la “estrategia” de saliva y ocurrencias que López Obrador ha presentado como sus recursos para enfrentar al empoderado crimen organizado, que hoy opera a sus anchas sin que ninguna autoridad le haga frente o intente desarticularlo:
“Ya no hay guerra contra el narco…”, decretó López Obrador desde el primer día de febrero pasado. La suspendió sin detallar cual sería, ahora, la nueva estrategia para combatir a los criminales: confiscarle bienes y dinero, legalizar drogas, o alguna otra acción. Se acabó por decreto. Y ya.
“No es nuestra función detener a los capos”, aseguró AMLO. ¿Entonces de quién diablos es esa función? ¿De los grupos de autodefensa, armados hasta los tobillos y que han regresado también a la vista de todos? ¿De la sociedad civil? Vaya con López Obrador: abandonando la obligación del Estado de procurar la captura de jefes del narco que si bien son sustituidos de inmediato tras ser capturados, su encarcelamiento lanza un escarmiento a quienes desafíen al Gobierno y violen las leyes. Los capos están de fiesta, libres e impunes.
“Pórtense bien. No hagan daño ni perjudiquen a la ciudadanía, a la sociedad…”, pide AMLO a los sicarios y criminales. Sin comentarios.
“Que (los criminales) se porten bien porque hacen sufrir mucho a sus mamás…”, es parte del diagnóstico del Presidente. Sin comentarios. ¡No se dialoga con los agresores. Se garantiza el derecho inmediato. Manden al Ejército inmediatamente, no tenemos armas! le reclaman oaxaqueños a AMLO.
“El Ejército no se usa para reprimir al pueblo”, responde el Presidente. ¡Carajo! ¿El narco es pueblo?, le refutan. “Sí, es pueblo. Todos son seres humanos”, es la respuesta final de López Obrador. Bajo esa óptica, el narco que mata, envenena, viola, extorsiona y delinque, merece el respeto absoluto de los demás. De alto riesgo lo que dice AMLO. De altísimo riesgo.
Con una sola declaración, AMLO ofende la memoria de quienes han combatido y muerto bajo las balas del crimen organizado y su brazo más poderoso: el narcotráfico. De los valientes que no se dejaron despojar de sus propiedades y les arrebataron la vida por enfrentarlos. De los comerciantes que se negaron a ser extorsionados y fueron masacrados. De los ciudadanos que fueron ultimados por negarse a cooperar con los traficantes de drogas. De aquellos policías honestos que dieron su vida al combatirlos. Con una sociedad hundida en la violencia. Con un país con esa violencia ya fuera de control.
De ese tamaño es la claudicación del Presidente de México ante el crimen organizado, hoy más empoderado que nunca y de manteles largos.
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De poco o nada servirá una Guardia Civil militarizada si por órdenes del Presidente de la República, tiene prohibido enfrentar a los criminales.
Allí están casos humillantes de soldados sometidos por “el pueblo bueno”: 40 militares fueron retenidos por habitantes del poblado de “Heliodoro Castillo”, Guerrero, al oponerse a la destrucción del cultivo de amapola; tres militares fueron golpeados y capturados en Tula, Hidalgo, por huachicoleros; un grupo de soldados fue capturado en La Huacana, Michoacán, por autodefensas que exigían que les devolvieran armas incautadas. (Fuente: Reforma-26/Agosto/2019). Los casos son numerosos. Los criminales hacen lo que quieren. Los militares son arrodillados literalmente por los grupos delictivos porque el Presidente ordenó no enfrentar al crimen organizado.
Sentaditos. Calladitos. Cruzados de brazos.
Esa es la estrategia de la mal llamada Cuarta Transformación contra el narcotráfico.
Pobre México.
Fuente.- Martin Moreno/
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