Cuando esta carta comience a circular, serás ya presidente constitucional de México. Durante el largo periodo que pasó entre este momento y tu condición de presidente electo, propusiste cambios cuya precipitación, falta de metodología y desprecio a ciertos grupos, organizaciones civiles y personas que los cuestionan, han generado una fuerte tensión. Llegas así a la Presidencia con un país que, en medio de la violencia y la corrupción, lejos de unirse como es tu propuesta –“voy a gobernar para todos los mexicanos”–, se fractura más.
La razón de ello no radica en los cambios, sino, como digo, en la manera en que te comportas frente a ellos. En el caso de la seguridad, tú prometiste romper con la militarización del país. Sin embargo, bajo el eufemismo de policías militares, propusiste una ley que lo militarizará de una forma más terrible que tus antecesores. De nada han servido los diagnósticos ni las propuestas de las organizaciones nacionales e internacionales; de nada, los cientos de miles de muertos, desaparecidos y fosas que la militarización ha generado en su guerra contra el narcotráfico. De nada, los diálogos que sostuvimos contigo para articular la Justicia Transicional. De esta última, que es incompatible con una política de seguridad militarizada y pese al largo trabajo realizado con los responsables de Segob para diseñarla, no sabemos nada más que tu empecinamiento en la amnistía que, en las condiciones del país, nadie quiere y sólo aumentará la impunidad y la violencia.
Con respecto al aeropuerto sucedió algo semejante. Independientemente de mi posición, contraria a cualquier aeropuerto, la forma en que desechaste Texcoco por Santa Lucía está tan llena de precipitación, falta de diseño, método y consenso que, lejos de someter los poderes económicos al servicio de tu política social, los está polarizando contra ella.
Lo mismo parece suceder con el Tren Maya: no ha habido argumento que te permita pensar con otros su viabilidad. Estás procediendo de la misma forma que el foxismo y el peñismo con el aeropuerto que ahora, cuando el mal ya está hecho y debe ser replanteado, quieres desmantelar a costos altísimos.
Tu actitud hacia las personas y los grupos que buscan una mejor solución para tus propuestas ha sido, primero, la segregación bajo el epíteto de “fifís” o el despectivo: “los abajo firmantes que no saben”; segundo, la consulta al pueblo sobre esos temas.
¿Pero quién es el pueblo, Andrés Manuel? ¿Los “fifís” y “los abajo firmantes” no son, como el 0.9% de la población que asistió a la consulta, también el pueblo que se expresa mediante sus expertos? No dudo que entre algunos haya intereses corruptos. Pero la mayoría no los tiene –sobre todo quienes firmaron el desplegado en el que te invitan a repensar con ellos el Tren Maya. Es con ellos con los que hay que trabajar para acotar a los corruptos y para que el proyecto que te llevó a la Presidencia no fracase.
El pueblo, al que apelas, es más bien una abstracción, una cosa informe que se mueve bajo la emoción y la simplificación.
Albert Camus escribió: “Conozco algo peor que el odio, el amor abstracto”. Ha sido el amor a Dios, al proletariado, al Volk (el pueblo), a la democracia, lo que llevó a la Iglesia a levantar inquisiciones, a Stalin a aniquilar a su pueblo, a Hitler a asesinar judíos, a Truman a lanzar la bomba atómica.
Por ti y por nosotros, ya no uses así la palabra pueblo ni satanices a quienes, según lo abstracto, no pertenecen a él. En medio de la anomia que nos devora, ese proceder corre el riesgo, como sucedió con el nazismo, de exacerbarla. A veces la manera de buscar con Morena la Cuarta Transformación tiene el tufo del Tercer Reich: “un pueblo, un imperio, un líder”.
Hoy –no has dejado de repetirlo– necesitamos unidad, justicia, verdad, paz y poner a los poderes económicos al servicio de lo político. Ahora que estás ya en la Presidencia es tiempo de replantear tu proceder para llegar a ello: es tiempo de crear un programa de desmilitarización del país, de refundar la Policía Federal, de crear una política de Estado para la Justicia Transicional, de replantear el aeropuerto en Texcoco y convencer a los empresarios comprometidos en él, para acotar a los especuladores y reordenar el proyecto con profundos y serios programas sociales y ecológicos; tiempo de repensar con “los abajo firmantes” y la diversidad del pueblo yucateco el Tren Maya –es un asunto de ellos y no de las otras entidades federativas–; de trabajar y dialogar con las regiones y no someterlas, contra los principios republicanos, al espantoso centralismo de los “superdelegados”. Sólo se necesita serenidad –una palabra muy tuya–, confianza, humildad, sabiduría política para obtener consensos y aprender a dominar tus más profundas pasiones: tu amor por el yo que se pretende infalible y se apoya en lo abstracto. No queremos que ya no te pertenezcas –es la tentación de los fundadores de sectas y de los tiranos. Por el contrario, queremos que te pertenezcas en la justicia y la equidad. No necesitamos redentores. Necesitamos estadistas capaces de gobernar sabiamente. Necesitamos al mejor Juárez y al mejor Madero, no al peor Calles. No queremos terminar como hasta ahora –parafraseo a Anna Ajmátova– aullando una vez más ante los muros de Palacio Nacional.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales y refundar el INE.
fuente.-
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