Los anuncios de los últimos días han empezado a aclarar el panorama sobre la política de seguridad del nuevo gobierno. Y han empezado a dejar una estela de ganadores y perdedores. ¿Quién está en cada una de esas categorías? Va mi lista personal:
Ganadores. 1. La Secretaría de la Defensa Nacional: gracias a la creación de la Guardia Nacional, la Sedena se hará el año que entra del presupuesto y personal de la Policía Federal. A niveles actuales, eso equivale a 28 mil millones de pesos y 37 mil elementos (tal vez 24 mil si solo se va el personal operativo). Súmen a eso lo que llegue de la Policía Naval y los reclutas adicionales prometidos para los primeros tres años. Sumado todo, podría incrementar su presupuesto y personal en 50% para 2021. Con la nueva estructura, su ventaja operativa y de recursos sobre Marina y la Secretaría de Seguridad va a ser apabullante.
2. Las dependencias del sector social, particularmente la Secretaría de Bienestar: aprovechando que para el Presidente electo no hay mejor instrumento de política de seguridad que la política social, van a fluir recursos millonarios a los programas asistenciales (por ejemplo, las becas para jóvenes). Si hay o no efectos en la disminución de la incidencia delictiva, es irrelevante en términos políticos.
3. Los consumidores de marihuana: todo parece indicar que el gobierno sí se propone avanzar hacia la regulación del mercado de cannabis. Eso probablemente signifique que, en dos a cuatro años, los consumidores de marihuana puedan acceder a la sustancia de manera legal y regulada.
Perdedores. 1. La Policía Federal: todo indica que la van a destruir. Dirán que sólo la trasladan a la Guardia Nacional, pero en los hechos la van a matar. Sus elementos no son militares, son policías. Su adaptación a la vida y condiciones labores militares va a ser difícil, sino es que imposible. No muchos van a aceptar la reducción salarial que va a venir para homologar sueldos con soldados y marinos. Los que sí la acepten muy probablemente se vean marginados dentro de un cuerpo que va a estar dominado por el Ejército. Mi pronóstico: la mayoría va a renunciar o desertar en menos de tres años.
2. La Secretaría de Gobernación: la dependencia reina en el sexenio de Peña Nieto quedó reducida a la insignificancia. Algo opinará sobre temas migratorios y derechos humanos, pero su capacidad para influir en las grandes decisiones del gobierno quedó anulada.
3. Alfonso Durazo: el que parecía ser el hombre del gran poder quedó condenado a la irrelevancia. Le crearon una súper secretaría que, dado el inminente traslado de la Policía Federal a la Guardia Nacional, quedó castrada de arranque. Le quitaron 50% de su presupuesto y 80% de su poder. Tiene aún al Cisen (o CNI en la nueva denominación), pero es probable que López Obrador le clave allí a un incondicional suyo. En términos reales, Durazo va a quedar como el secretario de las Prisiones, encargado del sistema penitenciario federal.
4. Andrés Manuel López Obrador. Con las decisiones de estos días, el Presidente electo se volvió doblemente rehén: de los militares y del tiempo. Para fines prácticos, no va a tener más inteligencia en materia de seguridad que la que quieran dar los secretarios de Defensa y Marina. No va a tener otro instrumento para operar que no sean las Fuerzas Armadas. Y va a estar con el reloj zumbándole en el oído: tiene, por calendario autoimpuesto, tres años para dar resultados tangibles. Ni un día más.
Y, por último, perdimos todos: vamos a estar inmersos en una política hipercentralista, altamente militarizada, sin vía civil y más vulnerables a los errores de juicio de muy pocos funcionarios.
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