La tercera campaña de López Obrador se parece poco a
las previas. Repetir la cantaleta de las críticas traídas es cerrar los ojos a
una transformación innegable. Sus dos intentos iniciales exhibieron a un
político de enorme talento que, al mismo tiempo, parecía abrigar la esperanza
de la derrota.
¿Cómo no pensar en ese anhelo cuando el tabasqueño parecía
esmerarse en boicotear su campaña con decisiones contraproducentes y reacciones
de torpeza inaudita? Sin adentrarse en los laberintos de la psique puede
decirse que el candidato de Morena se había distinguido por su sectarismo. Más
que pensar en el ensanchamiento de su base, parecía empeñado en cuidar la
pureza de su movimiento. No buscaba la conversión de los escépticos sino el
apasionamiento de sus leales. El sectario está convencido de que cualquier
pacto con el otro es obsceno, que hablar con quien piensa distinto es
ensuciarse.
De ahí que la autocrítica sea impensable para el sectario.
Atreverse a ver los errores propios, aceptar la responsabilidad en el fracaso
es inaceptable. El sectario ha de alimentar por ello las conspiraciones que lo
liberan de cualquier responsabilidad. Sólo el perverso todopoderoso es culpable
de su desgracia.
Queda poco de ese sectarismo en AMLO 3.0. Si en empeños anteriores mor-día cada anzuelo que sus enemigos le lanzaban, hoy se burla con gracia de su torpeza. Caía fácilmente en las provocaciones. Era irascible, intolerante, grosero. A cada cuestionamiento respondía con una descalificación moral.
Queda poco de ese sectarismo en AMLO 3.0. Si en empeños anteriores mor-día cada anzuelo que sus enemigos le lanzaban, hoy se burla con gracia de su torpeza. Caía fácilmente en las provocaciones. Era irascible, intolerante, grosero. A cada cuestionamiento respondía con una descalificación moral.
Hace apenas unos meses, se enfrentaba en pleitos
absurdos con periodistas que cometían el terrible pecado de hacer su trabajo y
hacerle preguntas incómodas. El tabasqueño rehusaba la respuesta para lanzarse
a la descalificación personal de los periodistas. Quien cuestiona al prócer le
hace el caldo gordo a la mafia del poder.Ofrecía entonces consejo a los periodistas para
hacer su trabajo. Cuestionarlo era venderse a los traidores.
Su intransigencia
llegó al extremo de anunciar públicamente el desconocimiento de un hermano suyo
que había osado discrepar públicamente de él. Si apoyas a otro partido dejas de
ser mi hermano. Aún no sabemos si el cambio sea perdurable pero es, sin duda,
visible. No se perciben esos reflejos en la tercera campaña. Otro es el talante
que muestra en estos días. Está de buenas y transmite su humor. Ha descubierto
un recurso valiosísimo: la risa. Es claro que un candidato que sabe reír puede
encarar de una manera muy distinta las embestidas de sus críticos. La mejor
forma de desarmar las críticas desproporcionadas es riéndose de ellas.
Dudo que alguien se entusiasme con el equipo que rodea a López Obrador. Bajo ningún punto de vista podría decirse que se trata de una selección nacional. Pero hay algo que resalta en los nombres de su convocatoria: no forman una secta. No son los mismos que han seguido siempre a López Obrador, no son fervorosos de su causa, aunque en este momento sirvan a su ambición. Quiero decir que no hay un criterio sectario en el reclutamiento de sus colaboradores y que eso no es poca cosa. Insistir que el proyecto de López Obrador intenta reeditar el experimento bolivariano es absurdo si uno atiende la silueta del gabinete que ha anunciado.
El peligro de AMLO 3.0 es otro. Del extremo del sectarismo, López Obrador se ha desplazado al punto contrario: el oportunismo. Su coalición no es ya ni sombra de su base política. Morena ha sido traicionado antes de ganar el poder. El caudillo lo ha entregado al cálculo de sus ambiciones. La lealtad de hoy puede vencer a la deshonestidad de ayer; los mafiosos pueden transformarse en abanderados de la regeneración nacional, los bandidos pueden ser perdonados por la infinita bondad del prócer. Morena ya ha sido sacrificada. Al caudillo le sirven los foxistas, los calderonistas, los zedillistas, los salinistas. Todos caben, ha dicho la presidenta de Morena.
Si en el escenario nacional destaca un político pragmático, si resalta un político sin nervio ideológico ni criterio ético para entablar alianzas, ese es el candidato de Morena. Su política no es nueva. La conocemos en México como priismo. López Obrador ha vuelto a sus orígenes: ha fundado un partido con la ambición de recoger a todos los ambiciosos, un partido en el que las ideas no importan. Ha fundado un partido para que la política no castigue a nadie.
Fuente.- Jesus Silva-Herzog/
(Imagen/Internet)
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