Inicia lo que será un año inolvidable para Enrique Peña Nieto; nada comparado con su ingreso a las ligas mayores de la política nacional en 2005, ni con la consumación de la hazaña histórica de recuperar la Presidencia para el PRI en 2012, cuando todo le sonreía y todos buscaban su amistad o por lo menos atraer su atención.
En aquellos memorables años todo era triunfo y gloria. Lo fue mayor con la construcción del Pacto por México, valorado muy en especial en el extranjero, que obró el milagro de unir a las fuerzas políticas irreconciliables en el Congreso y anunció un futuro promisorio para el país que algunos no alcanzaremos a ver, pero que al día de hoy, además de algunos resultados positivos, sobre todo en educación, telecomunicaciones e hidrocarburos, ha dejado saldos amenazantes para su partido y para él mismo.
Hoy empieza para el Presidente la amargura del inicio de la despedida, enmarcada por la tarea, no menos histórica que las superadas en el pasado, de mantener a su partido en el poder. Es más complicada aún porque las circunstancias son de mayor gravedad que cualquiera del pasado.
ES PEOR LO QUE VA A SUCEDER
Es un escenario ominoso que prueba el temple de los verdaderamente grandes, como lo es muy a despecho de quienes lo han convertido en materia de sorna en las ingeniosas e injuriosas redes sociales.
A estas alturas del sexenio el poder disminuye, los amigos que se hicieron en el camino empiezan a tomar distancia en busca de otro poderoso a cuya sombra cobijarse; quienes fueron contratados por sus aptitudes o prendas académicas y desplazaron a quienes, a falta de éstas, sólo aportaban amistad y lealtad, ya están en otra frecuencia presumiendo haber construido el futuro.
Y quienes sufrieron desplazamiento político o daño en sus intereses más caros, los económicos, se disponen al cobro de facturas. Nada nuevo que no se repita cada seis años.
De rutina las páginas de periódicos y revistas y los mejores tiempos de los medios electrónicos harán uso de la frase acuñada por René Avilés Fabila sobre “El Gran solitario de Palacio”, creando el supuesto de que el Mandatario se quedará solo.
Conforme a la leyenda urbana priísta, el poder de Peña Nieto mermará a partir de que José Antonio Meade se convierta de manera formal en lo que ya es de facto, candidato presidencial del PRI. Exactamente cuando la “bufalada”, como se decía en el pasado reciente, vaya en tropel tras el posible sucesor alejándose poco a poco de quien en el papel aún es el jefe.
En 1970, cuando faltaba menos de una quincena a Gustavo Díaz Ordaz para entregar la banda presidencial a Luis Echeverría, dio una entrevista exclusiva a Ernesto Sodi Pallares. El padre de Thalía le preguntó si había advertido ingratitud en personas que antes se deshacían en adulación y lisonjas.
El todavía Presidente de México contestó: “Naturalmente, doctor, lo he notado. Pero, en primer lugar, estoy muy bien preparado anímicamente y, en segundo, no es nada lo que ha sucedido: es peor lo que va a suceder”.
Faltan todavía 11 meses para que Peña Nieto esté en la tesitura de sufrir ingratitud de quienes se deshacían en elogios y adulación, pero ya puede repetir las palabras de su antecesor en la cita a dos tiempos: “no es nada lo que ha sucedido” y “es peor lo que va a suceder”.
¿Y LOS AMIGOS LEALES?
Ya el clima está lo suficientemente enrarecido como para que yo contribuya a hacerlo aún más, pero, antes de viajar a Acapulco, en la comida con quienes componen el reducido grupo al que llaman su staff (Tere Morales, Jorge Corona, Erwin Lino, Frank Guzmán, Eduardo Sánchez), al Presidente le pudo ganar la nostalgia por sinnúmero de razones.
Todo era diferente cuando iniciaron el camino en Toluca y al equipo no habían arribado aún los graduados con honores en universidades extranjeras, los raros especímenes con cocientes intelectuales rayanos en la genialidad y los trepadores de cada sexenio que se atribuyen el crecimiento de este garbanzo de a libra que encontraron en territorio mexiquense.
Es probable que al convivir con los muy pocos cuya lealtad ha sido inquebrantable, Peña Nieto reflexionara que, sin discusión, ha sido más amigo de los don nadie a quienes encumbró en el poder después de contratarlos, que lo que éstos lo han sido con él.
Parodiando el viejo Cantar castellano, qué buen amigo, siquiera tuviera amigos igual de leales.
Las últimas semanas han sido desgastantes: ha debido tranquilizar a algunos que no fueron lo que creían que debían ser; resolver si quien se le adelantó en el anuncio de la decisión más trascendente previa al inicio del final de su mandato, quedará fuera de su puesto, como lo estuvo por unas horas -y así se le dijo-, o lo mantiene un poco más porque las circunstancias con nuestro vecino del norte lo obligan; convencer a un viejo amigo con ínfulas para ser senador que sólo llegará a candidato a diputado, etcétera, etcétera.
A su regreso de Acapulco a la Ciudad de México quizá lo primero que disponga, en pleno uso del poder que aún conserva -y conservará- sobre su partido, será meter orden en lo que a los ojos de muchos observadores parece caótico.
Fue inevitable que mirando las aguas del Pacífico reflexionara en lo que ha ocurrido y lo que ocurrirá; y que analizara a quienes lo acompañaron y lo acompañan, pero también a los urgidos por correr en busca de más futuro.
Sobran asuntos graves que no puede dejar sin amarrar por aquello de los riesgos; funcionarios a los que chicotear para que hagan lo suyo, pero, sobre todo, hacer válida su propuesta, impensada meses atrás, de que el PRI acudiría a la ciudadanización, es decir, a la postulación de un candidato no militante para asegurar su permanencia en el poder, un hito histórico que exige medidas no previstas en el manual priísta tradicional.
Ya se decía que para cerrar su gobierno, Peña Nieto acudiría a medidas extremas como las del inicio -el Pacto por México, por ejemplo-, pero la propuesta de un simpatizante como candidato de su partido rebasó toda expectativa.
SÍ LOS TIENE
Deberá acudir a otras más y sin duda lo hará en los próximos meses, antes que los electores acudan a las urnas.
En algunos casos, en especial tratándose de hombres, deberá apresurar el paso; otros asuntos tienen sus propios tiempos, fatales por cierto.
La segunda parte de la respuesta de Díaz Ordaz a Sodi Pallares, sobre la ingratitud consustancial a quienes acompañan al mandatario en el poder, “es peor lo que va a suceder”, es verdad de a peso que el Presidente no debe olvidar.
La ingratitud es intrínseca a la política, en realidad a la naturaleza humana, pero en nuestro medio se hace más notoria cuando se acercan los cierres sexenales.
Los asuntos tienen sus propiosr para que hagan lo suyoínseca a la política, en realidad a la naturaleza humana, pero en nuestros medio se hace más notoria cuando se acercan los cierres sexenales.
Hoy lo es más por la indefinición, por la incertidumbre electoral. En el pasado todo estaba resuelto con la postulación del candidato presidencial priista; hoy está más complicado que nunca porque nadie se atreve a apostar por algún ganador, y la resultante hace buena la máxima del pueblo: si te vi no me acuerdo.
Si, lo peor está por venir, cual sea el resultado electoral, y Peña Nieto debe estar anímicamente preparado; no obstante, seis meses se antojan suficientes para preparar una gran salida y un futuro tranquilo, en espera de que la historia haga su labor de poner a cada quien en su lugar.
Díaz Ordaz tenía razón, la ingratitud que ya sufre Peña Nieto, no es nada, con lo que está por venir; para su fortuna, conserva amigos dispuestos a lo que sea.
Por cierto, Sodi Pallares le preguntó también a Díaz Ordaz si sabía quiénes serían los amigos que lo frecuentarían en su ex Presidencia.
La respuesta es de una actualidad asombrosa: “Pues vaya usted a saber, quienes son los que quieran irme a ver”.
Sabe de sobra quienes son; los conoce.
Fuente.-
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