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domingo, 3 de septiembre de 2017

CALDERON y la "DIVISION de los PANES"...los traidores de altos vuelos se "rompen las medias".


Como si se tratara de un profecía bíblica cumplida después de mucho anunciarla, el PAN se partió después de varios años de una profunda división interna que hizo crisis la noche del jueves en la elección del presidente del Senado, pero que tiene su origen desde que perdieron el poder en 2012. 
La añeja pugna, primero entre maderistas y calderonistas, reeditada ahora en anayistas contra calderonistas, terminó por partir a Acción Nacional en dos “panes” enfrentados, justo en vísperas de la sucesión presidencial, en una disputa que podría incluso llevar a la expulsión de varios senadores blanquiazules acusados de “traición” a su partido.
En la lucha de poder que estalló en el panismo, con la elección de Ernesto Cordero como presidente del Senado, aparecen por un lado el liderazgo del dirigente nacional Ricardo Anaya, y por el otro el del ex presidente Felipe Calderón Hijonosa, encabezando los dos bloques enfrentados. Cómo telón de fondo está la disputa por la candidatura presidencial del panismo y, tras bambalinas, azuzando la ira acumulada de los blanquiazules, está la mano del gobierno federal, que prendió la llama de un enfrentamiento interno ya existente con la ayuda de un viejo lobo colmilludo como Emilio Gamboa Patrón.
Porque es evidente que, después de varios años de haber empujado y cobijado el crecimiento de Anaya desde Los Pinos, con varios “pactos y acuerdos” que iniciaron desde el Pacto por México suscrito por Gustavo Madero, tutor político del actual dirigente panista, el interés del gobierno de Peña Nieto cambió de unas semanas a la fecha, derivado de varias decisiones del llamado Joven maravilla que causaron molestia y decepción en los altos círculos del peñismo, en donde primero tacharon a Anaya de “desagradecido”, cuando comenzó a cuestionar el resultado electoral del Estado de México y luego intentó “chantajear” con que le entregaran Coahuila, para después empujar la idea de un “Frente Amplio Opositor”, que empezó a ser visto como una amenaza y un desafío a los intereses del gobierno y su partido, que le habían dado al líder del PAN un trato de “interlocutor” privilegiado.
La guerra de Anaya y el bazukazo de Los Pinos. La declaración de “guerra” que hizo Ricardo Anaya al gobierno y al PRI, tras acusarlos de estar detrás de las investigaciones periodísticas de EL UNIVERSAL que documentaron el rápido crecimiento de su fortuna personal y familiar en los últimos años, fue la gota que derramó el vaso.
La molestia que ya existía antes de esas acusaciones mediáticas hechas por el joven dirigente, sumada al tema de Edomex y Coahuila, fue el detonante para que primero le respondieran en batería varios secretarios de Estado y el dirigente priísta —algo pocas veces visto en este sexenio, en el que a Peña Nieto siempre lo dejaban sólo con las broncas— y luego para que el PRI tomara como “bandera” un tema que Anaya trajo al debate: el del nombramiento de Raúl Cervantes como fiscal general que, sin que estuviera en la agenda inmediata del PRI, se convirtió en una “prioridad” a partir de que el dirigente panista lo utilizara como argumento para explicar supuestos “ataques” en su contra desde el gobierno.
Ya en plena confrontación, el PRI y Peña Nieto decidieron utilizar el nombramiento del presidente del Senado, otro asunto que había impugnado Anaya a través de su coordinador Fernando Herrera, y en vez de meter a un priísta, como era la decisión original de Los Pinos y de la bancada tricolor, optaron por utilizar el nombramiento para mandarle un mensaje claro y contundente al líder del PAN, de que ya no se le veía como el “interlocutor privilegiado” que llegó a ser para este gobierno y que ahora la administración de Peña Nieto tenía un nuevo y conocido aliado dentro del panismo: Felipe Calderón Hinojosa.
Gamboa aceptó retirar sus propuestas priístas para encabezar la Mesa Directiva y, ante la amenaza y la presión del anayista Fernando Herrera, aceptó que un senador del PAN presidiera el Senado en el último año de la actual legislatura. Sólo que, ingenuamente, el grupo de Anaya pensó que sería un senador afín a ellos el palomeado por el colmilludo líder priísta, cuando en realidad ya estaba negociado que esa posición sería entregada al bloque calderonista con el que el PRI y el gobierno ya tenían un acuerdo negociado.
En vano Anaya y Herrera intentaron proponer al PRI una fórmula de “equlibrio interno” formada por las senadoras, Adriana Dávila, calderonista, y Laura Rojas, anayista. Gamboa la rechazó con el argumento de que ninguna de las dos “tenían la experiencia suficiente para dirigir la Mesa”; y luego las opciones que dio el priísta siempre fueron con nombres de calderonistas: primero Ernesto Cordero, luego Roberto Gil, e incluso en algún momento propuso a Mariana Gómez del Campo, prima de Margarita Zavala. La única senadora mencionada por Gamboa que no era del grupo calderonista fue Pilar Ortega, suplente del fallecido Alonso Lujambio, pero Herrera la rechazó. Y al final todo volvió a la propuesta que originalmente le interesaba al PRI: Ernesto Cordero Arroyo.
Hoy la división en el PAN es evidente no sólo en el desconocimiento de la dirigencia del partido y la mayoría de senadores a la presidencia de Cordero, sino en las voces que exigen “aplicar sanciones” a los senadores que califican de “traidores” y hablan hasta de expulsión de varios legisladores. Anaya está en la disyuntiva de decidir si rompe definitivamente con el bloque calderonista y los expulsa, pero hacerlo tendría un alto costo para el actual dirigente y debilitaría inevitablemente al panismo como opción electoral para 2018. Porque al final, detrás de toda esta lucha interna de Acción Nacional, y de la interesada intervención del gobierno peñista, parece haber una definición estratégica del Presidente y de su partido: el candidato “idóneo” del PAN, desde la óptica de Los Pinos, ya no es más el llamado Joven maravilla, sino Margarita Zavala, quien va de la mano de su esposo el ex presidente.
Es, en resumidas cuentas, la reedición de la ya probada alianza PRI-PAN que funcionó, primero en 2006, para cerrarle el paso a Andrés Manuel López Obrador, con el apoyo decisivo de un bloque de gobernadores priístas a Felipe Calderón operado por Elba Esther Gordillo; que volvió a funcionar en 2012, con el conocido pacto Peña-Calderon para volver a frenar al tabasqueño y que, todo indica, volveremos a ver en acción a la misma dupla para intentar descarrillar al puntero en las encuestas rumbo a 2018.
Fuente.-

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