“Un día 28 de enero, ¡cómo me hiere esa
fecha!, cuando a Lamberto Quintero lo seguía una camioneta...”, así inicia el
corrido que propagó la fama del capo más allá de las fronteras del estado. Hay
una gran variedad de testimonios —ya sean de testigos, autoridades o medios de
comunicación— que están incompletos o son contradictorios, pero, aun así, algo
en esencia se sabe de lo ocurrido.
Lamberto Quintero fue un famoso capo
asesinado en El Salado el 28 de enero de 1976 durante una balacera en la que
también perdió la vida “El Chito” Lafarga, de acuerdo con algunas versiones
periodísticas.
Las familias Quintero y Lafarga tenían
viejas rencillas. En la nota“Dos muertos y un herido en enfrentamiento a
tiros”— se informa que dos personas habían muerto y una estaba herida debido a
una balacera ocurrida en el poblado de El Salado, pero que las autoridades
carecían de datos sobre cómo ocurrieron los hechos.
Los dos fallecidos eran David Manuel Otáñez
Lafarga, conocido como “El Chito”, quien vivía en la calle Alejandro Barrantes,
en la colonia El Palmito; así como Lamberto Quintero, cuya muerte se confirmó
en dichos sucesos en nota de este periódico del 31 de enero del mismo año
titulada: “Sangriento encuentro entre narcotraficantes”. Ambos fallecieron por las heridas de los proyectiles de fuego. David, por una
herida sin salida en el costado izquierdo
inferior del pecho; mientras que Lamberto a causa de una herida también en el
pecho.
Las autoridades del poblado dieron fe de lo
ocurrido y posteriormente la Agencia Cuarta del Ministerio Público de esta
ciudad.
Sin embargo, sobre la muerte de Lamberto
Quintero, historiadores, cronistas y medios no se han puesto de acuerdo.
Algunos mencionan que falleció en una clinica de la ciudad;
otros, que murió en El Salado. Lo que sí se sabe con certeza —de acuerdo con el libro La muerte de
Lamberto Quintero, del periodista José María Figueroa— es que los Quintero
sepultaron al capo en Jardines del Humaya el 29 del mismo mes.
Tumba de Lamberto Quintero.
Los socios de Quintero no se quedaron con
los brazos cruzados y se prepararon para la venganza.
El conflicto entre ambos grupos se trasladó
a la ciudad de Culiacán con varios encuentros sangrientos y con trágicas
consecuencias.
Al día siguiente del entierro de Lamberto,
el 30 de enero, los Otáñez habían programado el entierro de “El Chito”.
Eran las 16:00 horas en la iglesia de
Carmen, ubicada en el cruce de las calles Jesús G. Andrade y Francisco
Villa, de donde salió el cortejo fúnebre de David Manuel “El Chito”
Otáñez Lafarga. Una cuadra más adelante, entre Andrade y Ramón Corona —donde se
encuentra una clínica—, los dolientes fueron atacados a balazos por gente de
Lamberto Quintero.
La ‘tracatera’ se desató. Por casi una hora
los dos bandos intercambiaron balazos y ráfagas, pero también muertos, tiñendo
de sangre la calle, de acuerdo con lo narrado por testigos que aún viven en el
lugar.
En el tiroteo sólo quedó sin vida Héctor
Caro Quintero, de 26 años de edad, hermano mayor de Rafael Caro Quintero, sobre
la acera noroeste, a causa de 10 impactos en diferentes partes del cuerpo.
Sin embargo, hay versiones en las que se
afirma que entre 10 a 20 personas murieron, cuyos cuerpos fueron transportados
en camionetas. De ahí que el único cuerpo encontrado fuera el de Héctor
Quintero. Algunas de estas versiones se encuentran en el libro de José María
Figueroa.
Una patrulla de la Dirección de Seguridad
Pública Municipal con cuatro elementos a bordo arribó a lugar del fuerte
enfrentamiento para intentar tranquilizar la situación. Entre los balazos, el
policía Julio Alonso Morales, de 20 años de edad, fue herido en una pierna, lo
que lo obligó a retirarse inmediatamente. Sin embargo, las balas no se
limitaron a los bandos de los capos fallecidos ni a las fuerzas de la
autoridad, pues muchas personas inocentes quedaron encerradas en la balacera,
refiere la edición ya citada de este periódico.
Continuando con la nota del 31 de enero, la
niña Angélica Ramona Cabanillas, de 12 años de edad, fue alcanzada por las
balas. Un proyectil la hirió del brazo derecho, provocándole una fractura
expuesta; otro la impactó en la axila; uno más, en el en el abdomen. Otro
inocente atrapado en el torrente de lluvia fue una peatón de nombre Ramón
Guillermo Gastélum, a quien Cruz Roja atendió de una herida en la pierna.
Después de la refriega entre Corona y
Francisco Villa, de acuerdo con la misma nota del 31 de enero, los bandos se
enfrentaron de nuevo en el bulevar Leyva Solano. Varios de los participantes
resultaron heridos frente a bomberos. Compañeros los
auxiliaron, llevándoselos en dos taxis que robaron en la central
camionera.
Mientras tanto, la gente corría de
aquí para allá y de allá para acá buscando resguardo y seguridad, un lugar
donde las balas no los alcanzaran.
Ya era de noche. Se procedía a sepultar el
cuerpo de David Lafarga en el Panteón Civil cuando de nuevo salieron las armas
y resurgió la violencia. Extraoficialmente se dijo que en este choque
habían ocurrido dos bajas, pero no se pudo confirmar el dato.
Dos días después, el 1 de febrero, la
ciudad aún se encontraba aturdida e inmersa en la incertidumbre, pues los
periódicos daban cifras de muertos que contrastaban con la información de las
autoridades. En la nota del 1 de febrero titulada “Nada sobre la balacera”, se
señalaba que las autoridades sólo corroboraron un muerto y cuatro heridos. De
los demás muertos que hubo, de acuerdo con algunos testimonios, no se supo en
dónde quedaron sus cuerpos, mientras que los cuatro heridos se encontraban
mejorando, a excepción de la pequeña Angélica Cabanillas.
En la misma nota se dice que la Policía
Judicial informó que se realizaban los trabajos de investigación. Sin embargo,
los resultados no llegaron; por el contrario, el paso del tiempo y las
distintas versiones fueron construyendo la leyenda en el imaginario colectivo de los habitantes de Culiacán.
A 41 años de los hechos, mucha de su verdad
ha sido consumida por el tiempo, pero esos vacíos con sus consecuentes
vaguedades amalgamadas con la imaginación y sentir de la gente —sobre todo de
quienes lo conocieron—, paradójicamente, mantienen vivo el recuerdo de Lamberto
Quintero.
Lamberto Quintero se encuentra reposando en
una cripta de cristal con su foto en el panteón Jardines del
Humaya en Culiacán, Sinaloa. Anteriormente alrededor de la foto estaban varios
casquillos percutidos de AR-15. Esos casquillos en su tumba, son aquellos que
terminaron con su vida, pero dieron pie al nacimiento de una leyenda.
Fuente.-BlogdelNarco.
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