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domingo, 2 de noviembre de 2025

«SINALOA un INFIERNO con PERMISO FEDERAL»: EN «CULIACAN la GUERRA se VOLVIO RUTINA y la MUERTE PAISAJE»…la victoria es del narco y el fracaso del Estado a 419 dias.


Han pasado 419 días desde que la guerra comenzó en Culiacán, y el país entero sigue fingiendo que no pasa nada. Más de 8 mil vehículos robados2 mil 200 homicidios2 mil 600 secuestros y desapariciones1,700 familias desplazadas. Un catálogo del horror que, en cualquier país serio, derrumbaría gobiernos y provocaría juicios internacionales. Pero en México no. Aquí el horror se administra en conferencias mañaneras y se maquilla con discursos de “pacificación”.

Porque, seamos claros: la guerra en Culiacán no es una falla del Estado, es su modus operandi. Un Estado que pacta, que tolera, que disimula. Que mide el éxito no en vidas salvadas, sino en conferencias dadas y armas decomisadas para la foto. Y mientras los funcionarios presumen estadísticas de “avances”, los culichis recuentan cuerpos.

Ya 2 mil 200 asesinatos después, el discurso del “estamos trabajando” suena a burla, a chiste cruel de burócratas con currículas manchadas a su paso por la vieja policia federal y que jamás ha olido la pólvora ni han tenido que tirarse al suelo cuando el fuego se desata, porque lo suyo es formular tuits y cobrar mediaticamente por el trabajo ajeno. 

Mil 800 detenidos y 4 mil armas decomisadas son cifras huecas cuando la calle sigue siendo dominio del terror y el miedo es la política pública más efectiva. Lo que hay no es estrategia: es administración de la barbarie con recursos de prensa de prepago.

El fracaso tiene nombre y rango

La responsabilidad se reparte en todos los niveles, pero el epicentro está en la federación. Omar García Harfuch, convertido en Secretario de Seguridad federal, lleva más de un año presumiendo coordinación e inteligencia… pero en Sinaloa los capos siguen teniendo más control territorial que el Ejércitoy lo demuestran un dia si y otro también a cada rato.

El gobierno de López Obrador que prometio “abrazos, no balazos”— dejo al país convertido en campo de tiro. En Sinaloa, la promesa de sus sucesora con cara de encargada de despacho, la pacificación terminó en una normalización del terror con respaldo presupuestal.

Mientras tanto, el gobernador Rubén Rocha Moya indiciado por narco por la sospecha, pero mas por la evidencia,  hace lo que mejor sabe: nada. Su gobierno vive de la narrativa de que “no hay capacidad estatal” y de que todo depende del Ejército. Una excusa tan vieja como inútil. No hay policías locales, no hay fiscalía funcional, no hay voluntad. Solo el eterno “esperemos ayuda federal”, aunque esa ayuda llegue en forma de convoyes que llegan, disparan algunas ráfagas,algunas contra niñas o ciudadanos inocentes e impunemente, detienen,catean mas de las veces ilegalmente,refuerzan muchas veces lo reforzado y vuelven a empezar cuando oyen el eco del fracaso.

La barbarie como costumbre

El problema no es solo la violencia. Es la anestesia colectiva. Hemos aprendido a convivir con el miedo, a mirar los levantones como si fueran pronósticos del clima, a calcular las rutas seguras según los halcones. En Culiacán, la guerra se volvió rutina y la muerte, paisaje. Esa es la victoria del narco y el fracaso total del Estado.

Y cuando las cifras ya no duelen, es porque la empatía fue asesinada junto con la justicia.

La simulación que llaman gobierno

Los diputados morenistas, encabezados por Tere Guerra, están ocupados en legislar para la foto y aplaudirle al jefe político en turno. Ni una sola propuesta real de fortalecimiento institucional, ni un peso extra para reconstruir la seguridad. Los federales, mientras tanto, en campaña eterna, repartiendo abrazos, subsidios y discursos vacíos.

Y los empresarios, los mismos que se indignan por los bloqueos porque no pueden abrir el restaurante, guardan silencio cuando desaparecen choferes, obreros o jornaleros. El dinero prefiere el silencio, la política prefiere el cinismo y la gente prefiere sobrevivir.

El saldo: país rendido

La guerra no la ganó nadie, pero la perdió todo México. En Sinaloa, el crimen dicta la hora, marca el precio del miedo y decide quién vive y quién no. Y mientras los poderosos se reparten culpas, la ciudadanía se aferra a la rutina como quien se aferra a una tabla en medio del naufragio.

No hay estrategia, no hay justicia, no hay paz. Lo que hay es un país acostumbrado al horror y un gobierno que lo administra con sonrisas y datos manipulados.

Porque si algo ha demostrado este año de guerra es que en México la impunidad no es consecuencia: es política de Estado.

Con informacion: ADRIAN LOPEZ ORTIZ/NOROESTE/

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