Diez mil soldados marchando hacia Michoacán. Suena impresionante, casi heroico, hasta que uno recuerda que esto ya lo vimos, tantas veces que el guion parece reciclado del sexenio anterior. Cambian los uniformes, los discursos que derraman victorias, pero el libreto es el mismo: el Gobierno promete paz, los delincuentes acostumbrados a la presion del combate se reorganizan y los ciudadanos siguen contando los muertos
El senador panista Ricardo Anaya, con la voz aguda de quien ya perdió la paciencia, suelta el golpe: “No se puede construir paz si se protege a quienes la destruyen”. Y ahí está el dilema. Mientras Morena juegue a tapar el sol con decretos y desplegar soldados como si fueran cosméticos para las heridas nacionales, la violencia seguirá tatuada en el territorio.
El flamante “Plan Michoacán por la Paz y la Justicia” parece más un spot de campaña que una estrategia de seguridad. Anuncian 57 mil millones de pesos, pero Anaya asegura que buena parte son los mismos programas sociales con nuevo empaque. O sea, la vieja simulación contable disfrazada de milagro presupuestal. México ya no necesita contadores de ficción, sino estadistas con agallas.
Porque si la paz fuera cuestión de presupuesto, Michoacán sería Suiza. Si bastara con uniformes y conferencias matutinas, las patrullas no tendrían miedo de patrullar. Pero la realidad es más tozuda: las alianzas incómodas, los silencios cómplices y las cifras maquilladas que ni un buen algoritmo puede arreglar.
Anaya, entre mordaz y resignado, lanza su diagnóstico terminal: Morena no romperá sus vínculos con el crimen organizado mientras esos vínculos sigan siendo electoralmente rentables. Y tal vez tenga razón. México parece atrapado en un ciclo donde los políticos fingen combatir al crimen mientras el crimen finge obedecer a los políticos.
El problema no está en Michoacán, sino en el espejo.
Con informacion: ELNORTE/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: