El presidente tendría que abdicar a su posición de privilegio y poder para irse de predicador, de sacerdote, de Testigo de Jehová, para dedicarse a perdonar los pecados de la humanidad. Estaríamos ante la revelación de San Andrés de Macuspana
SALIERON RESPONDONES:
En el México de hoy, los malos son los buenos y los buenos son los malos. Ese es el nuevo decreto emitido Urbi Et Orbi por el presidente Andrés Manuel López Obrador, de quien ya poco se espera y ya nada asombra cuando sale a filosofar en sus mañaneras. Diga lo que diga.
“Les decían a los oficiales del Ejército, de la Marina: ‘Ustedes hagan su trabajo y nosotros nos hacemos cargo de los derechos humanos’. Eso cambió, además, porque cuidamos a los elementos de las Fuerzas Armadas, de la Defensa, de la Guardia Nacional, pero también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos”, expresó el mandatario en su conferencia matutina del pasado jueves 12 de mayo.
Lo primero que se viene a la mente cuando dice que hay que cuidar al Ejército y a la Guardia Nacional, pero también a los criminales, es que intenta distraer la atención de lo que realmente importa.
¿Qué hay de la Línea 12? ¿Qué pasó con la Casa Gris? ¿Cómo va el Tren Maya?, ¿al carajo el medio ambiente?
¿Van a terminar Dos Bocas o será un fake? ¿Quién mató a Sergio Carmona? ¿A dónde fue a parar el dinero de ese “huachicol fiscal” que pasó por las aduanas tamaulipecas?, ¿a las campañas de Morena bajo la batuta de Mario Delgado? ¿Quién era el delegado de Morena en Sinaloa?, ¿acaso el candidato morenista Américo Villarreal?
La otra posibilidad es que, de verdad, el inquilino de Palacio Nacional piense eso. Que hay que cuidar a las bandas criminales. Que aunque ellos disparen balazos tenemos que responderle con amorosos abrazos.
Y en ese caso se abren dos opciones:
Una, que el presidente López Obrador esté secuestrado ante la amenaza de los criminales de revelar relaciones y acuerdos inconfesables con su círculo íntimo. Y que la exigencia sea que no los toque porque saldrían a los medios imágenes que derrumbarían a la Cuarta Transformación.
Bajo ese supuesto puede entenderse la liberación de Ovidio Guzmán, el hijo de “El Chapo”, y las visitas a Badiraguato para darle sus respetos a la madre del capo.
Dos, que el mandatario de verdad crea que hay que darle trato celestial a quienes asesinan a sangre fría a miles y miles de mexicanos, porque tienen “derechos humanos”.
¿Cómo justificar el reclamo de “derechos humanos” a personajes que, con tan inhumana sangre fría, por dinero, por control territorial o por venganzas, asesinan a su prójimo con la más absoluta violación de su más básico derecho, que es la vida?
Si así es, si eso cree, el presidente López Obrador tendría que abdicar a su posición de privilegio y poder para irse de predicador, de sacerdote, de Testigo de Jehová, para dedicarse a perdonar los pecados de la humanidad. Estaríamos ante la revelación de San Andrés de Macuspana. Pero eso sería una terrible falla sistémica.
A un presidente se le elige para hacer cumplir el Estado de Derecho, ese es su mandato. Pero está claro que el inquilino de Palacio Nacional por incompetencia, iluminación espiritual o complicidad se niega a cumplir el precepto. Pero no hay pueblo que se lo demande.
Tristemente, los secretarios de la Defensa y de la Marina, así como el titular de la Guardia Nacional guardan silencios inexplicables, mientras soldados que arriesgan sus vidas caen abatidos.
El resto de los liderazgos nacionales, los de partidos, los empresariales y los intelectuales, también callan.
¿Cómo decirles a las decenas de miles de soldados que luchan con su vida por la seguridad nacional, que su Comandante en Jefe les ordena no disparar, evitar la confrontación y que es mejor salir, vergonzosamente perseguidos, antes que matar a un criminal que les dispara con una AK-47?
Desde ninguna perspectiva se justifica esa absurda falla de San Andrés.
Al prohibir que los soldados disparen a las bandas, el presidente López Obrador está permitiendo que sobrevivan criminales que asesinos, que se perpetúe la impunidad y que se instale la Ley de la Selva, como ya sucede en la mitad del territorio nacional.
Y viene la pregunta: ¿Por qué no dispararle a un criminal al que, si no se le combate, va a terminar asesinando a decenas o quizás a cientos de mexicanos, muchos de ellos inocentes? Al impedir protegerlo con la homilía presidencial se está “salvando” una vida, que por esa basura tolerancia acabará asesinando a muchos más. Al cegar la vida de un criminal estamos salvando miles de quienes sí están del lado de la Ley.
Si el presidente López Obrador no quiere hacerle frente a su obligación de salvaguardar el Estado de Derecho y prefiere enfundarse en la sotana de Gran Redentor Espiritual para abogar por criminales, está en todo su derecho.
Pero hacerlo desde la silla de Palacio Nacional es una grave falla para San Andrés, que podría terminar en un cataclismo que derribe a la Nación por entero.
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