".....Decía Gila que lo mejor, si se puede evitar, es no morirse. Aunque hacerlo en España no debe ser para tanto. Del gordo siempre acaban diciendo que era delgado. Del calvo, que tenía una hermosa melena. Del hombre de pasado oscuro, que albergaba un brillante porvenir. Del ludópata, que no tenía nada suyo. Del tipo que nadie quiso, que se le echa mucho de menos. De los que tenemos la cabeza gorda, que la tenemos pequeña.
Una vez me pasó en el tanatorio de la M-30 que estuve media hora velando a un muerto que no era el mío. Hasta que mi prima me cogió por el brazo y se me llevó a otra sala.
-Coño, el tío está mucho mejor de aspecto muerto que vivo.
-Es que ese no es el tío, idiota.
-Ya decía yo.
En España somos mucho de hablar bien del muerto cuando ya no compite. Por mala conciencia, porque toca, por exorcizar los demonios propios más que los del finado o para que se vea que somos elegantes en el momento del último trance. Aunque luego, al llegar a casa, desaflojar la corbata y sacar una cerveza de la nevera, uno le diga a la mujer que Fulanito tampoco era para tanto.
Así que luego no digan que no están advertidos: sólo hay una cosa peor que oír hablar mal de uno, y es escuchar que estás siendo elogiado en público. Con grandes ditirambos y golpes de cabeza, por todos los canales a la vez, viendo a tus verdugos glorificarte. Porque eso significa que estás muerto, te queda poco, quieren matarte o te dan por amortizado.
Ay, los funerales. Un día me contó un amigo que el día en que se murió su jefe se hizo 500 kilómetros con el coche. No por dar el pésame, que también. Sino para comprobar que era cierto. Pues eso.
(...)
Yo no digo que Suárez no hiciera de la traición, virtud. Que no fuera difícil coser aquel costurón o que tenía más talla que lo que ven (lo que tampoco es decir mucho). Lo que digo es que tanta beatificación, convendrán conmigo, alimenta toda sospecha.
A mi abuela, que vivió casi un siglo, era de Carrillo y también murió de Alzhéimer (sólo que un 14 de abril), nunca le gustó el político. Le pasaba como a mí con las alcachofas que me ponía. Que se le hacía bola.
Lo único que hoy me conmueve es el hombre. Cuando derrotado había gente que le negaba la mano en misa. Lo del marido que ve morir a su esposa. Lo del padre que no sabe que se le está yendo la hija. Casi todo lo demás es una hipérbole. Porque aquí, en general, la peña prefiere ser destruida por las alabanzas que rescatada por las críticas. Y así nos va.
Por mi abuela, que fue la que me enseñó el amor por los libros a pesar de que apenas pudo ir a la escuela, hoy sé que casi siempre hay más sombras que luces en los cementerios nobles. Que hay muertos que merecen más la pena que otros. Que Suárez fue lo que fue. Que hay cosas que es mejor sí remover, furiosamente, escarbando con las uñas. Y que la Transición, para los que de alguna manera se sintieron humillados después de 40 años de oprobio, siempre será una palabra con minúscula.
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