La cárcel no está pensada para las mujeres. Ni en las celdas, ni en los baños, ni en el trato médico hay perspectiva de género. Y no, no se trata de tener los barrotes pintados de color rosa, sino de condiciones básicas como el acceso a la higiene: poder vivir la menstruación como algo que ocurre cotidiana y naturalmente, no como un problema del que hay que hablar en voz baja.
En la cárcel, usar una toalla femenina a medida, un tampón o una copa menstrual no son opción. Si acaso un privilegio para aquellas que tienen familia que les lleve un paquete para que después pueda usarlo o revenderlo, o para la que puede pagar de a 5 o 10 pesos la toalla suelta.
Las demás se tienen que conformar con improvisar: cortar un pantiprotector a la mitad para enrollarlo y meterlo en la vagina rogando no mancharse y, a lo largo de los días, no pescar una infección. O en el más austero de los casos, tener el papel higiénico suficiente para que soporte el chorro o encontrar un trapo que absorba lo suficiente.
“Se supone que el sistema penitenciario debería cubrir estas necesidades pero no lo hace. Así que las mujeres tienen que resolverlo como pueden. Muchas usan papel o trapos. Aunque también hay chicas que son adictas y ellas prefieren gastar su dinero en comprar sustancias que invertirlo en toallas, así que usan hasta calcetines o tela de la que van encontrando”, cuenta Ana Karen González Ruiz, coordinadora operativa de Reinserta , una asociación civil que trabaja con mujeres y niños en prisión.
¿Menstruaqué?
En la cárcel no todas saben bien lo que significa menstruar, solo saben que es un problema del que les gustaría salir pronto.
¿Sabes qué te pasa durante la menstruación?, se le pregunta a una de las reclusas del Centro Penitenciario y de Reinserción Social Ecatepec.
“Creo que es cuando se te limpian tus ovarios. Dicen que es por toda la suciedad que acumulamos, ¿no?… Pues sí, que sacamos todo lo que no nos sirve”, responde para luego quedarse callada, esperando atenta a oír lo que van a decir sus demás compañeras.
Vienen otras respuestas a la misma pregunta. “Durante la menstruación se limpia tu organismo”, dice una. “Es lo que me identifica como mujer”, sigue otra. “Es el periodo en el que las mujeres tenemos ovulación, pero si no tenemos fecundación se desprende el endometrio de la matriz y sangramos”, asegura la que presume de haber recibido más clases de biología. “Sé que es un cambio hormonal. Tu cuerpo empieza a desechar la sangre que ya no necesitas para después procrear hijos”, terminan las participaciones.
Datos más, datos menos, nadie responde segura. Ninguna tiene la misma información que la otra, no obstante que ahora forman parte de un mismo grupo, uno al que cada mes le cuesta exactamente el mismo trabajo lograr que su menstruación sea invisible o aunque sea un poco menos complicada. Y es que no queda de otra, aquí no hay muchas opciones para las que ovulan y sangran.
Como ha sido siempre
“Cuando llegué aquí se me detuvo tres meses. El problema fue cuando me empezó a bajar otra vez, porque sí me baja bastante. Todas las muchachas dicen que es por el estrés”, cuenta una de las reclusas.
“No. Aquí es casualidad o no sé qué. Es el nervio o el cambio hormonal o el susto, pero la mayoría cuando somos detenidas y llegamos aquí, llegamos menstruando o con los dolores y ahí andamos consiguiendo toallas”, responde otra compañera.
Enfrentar la menstruación en encierro es un problema más complejo del que se puede resolver cortando pantiprotectores y amontonando papel higiénico en la ropa interior. Pues en este microcosmos que es la cárcel, sangrar hace más hondas las condiciones de enfermedad, desigualdad, exclusión y vergüenza.
Quienes fueron encarceladas lo saben, y no hizo falta más que un momento para enterarse: su detención.
Según el Diagnóstico de maternidad y paternidad en prisión de Reinserta A.C. (2019), el 31% de las mujeres en reclusión estaban menstruando al momento de ser detenidas y al 89% de ellas nadie les dio una toalla sanitaria para usar.
“Me detienen. Llego al MP y no se si fue por el estrés o el nervio y todo eso, y me baja. Y ya estuve pidiendo toallas y todo”, cuenta una mujer de Ecatepec reafirmando los números de la estadística.
De acuerdo con el Diagnóstico de Supervisión Penitenciaria 2018, en México hay 13,310 mujeres en prisión, y para todas ellas la menstruación es distinta, pues mientras unas tienen hemorragias por días, que después resultan en anemia, a otras el estrés las hace perder el periodo por meses, al punto en que se tienen que hacer pruebas de embarazo.
Para los síntomas tampoco hay remedios, trapos calientes y palabras de aliento, quizá solo un poco de descanso.
“Mis compañeras me ponen trapos calientes para que se me calmen”. “Nada. Nada más tomo mucha agua y me echo aire. Ni siquiera intento ir al médico porque aquí te dan puro paracetamol para todo”. “Una vez me dieron té con chocolate pero no funcionó”, dicen al unísono voces que coinciden en que los cólicos son un martirio que tienen que soportar solas.
La menstruación en la cárcel no debería ser un problema pero lo es. Peor aún, es uno que solo compete a las mujeres, y del peor modo, pues en estas condiciones, casi ninguna tiene la capacidad de solventar sus propias necesidades.
Menstruar en la cárcel sigue siendo un tema del que se habla poco y en voz baja. Aquí la sangre no deja de significar algo sucio y, aunque la experiencia en cada mujer es distinta, hay un deseo en el que todas parecen coincidir: quisieran no menstruar. No menstruar significa la solución de muchos problemas al mes.
“Así no gastaría, no te dolería, y, sobre todo, no tendría que pasar vergüenza”.
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