Fariña es un minucioso análisis sobre cómo un tranquilo rincón de España llegó a ocupar un lugar primordial en uno de los mercados de cocaína más grandes del mundo.
Escrito por el periodista español Nacho Carretero, Fariña—’harina’ en gallego, utilizado como eufemismo para referirse a la cocaína— es un libro cuyo título cobra mayor sentido en la traducción al inglés (Snow on the Atlantic: How Cocaine Came to Europe [Nieve sobre el Atlántico: cómo la cocaína llegó a Europa]), que refleja fielmente el contenido del original.
Las primeras páginas del libro logran atrapar al lector. Como el narrador en una película de Martin Scorsese, Carretero hace una amena descripción de los orígenes del mercado negro marítimo en Galicia. Durante siglos, los gallegos se adueñaron de los restos de barcos naufragados que contenían valiosos cargamentos —e incluso causaban los naufragios, según la leyenda local—. Mediante la descripción de la llamada Costa de la Muerte y del temor que llegó a inspirar en toda Europa, Galicia se nos presenta como el espeluznante y anárquico telón de fondo ideal para una historia sobre bandidos.
A medida que la narración avanza y nos lleva a la época actual —cuando los capos locales pasaron de saquear naufragios a traficar tabaco, hachís y finalmente cocaína—, la Galicia de Carretero comienza a mostrar paralelos sorprendentes con el norte de México. Ambas regiones aprovecharon su posición geográfica para convertirse en guardianes de un enorme mercado de drogas de consumo.
En ambos casos, el crecimiento de un mercado negro durante décadas o incluso siglos permitió el desarrollo de expertos contrabandistas que cayeron como anillo al dedo para las necesidades de los productores de cocaína colombianos. Al igual que en México, los clanes gallegos aprovecharon el vigente sistema político autoritario para obtener el apoyo de generaciones de funcionarios gubernamentales. Incluso después de la apertura de ambos países a la democracia, el legado de estas relaciones corruptas ha dificultado los esfuerzos por combatir el crimen organizado.
Carretero muestra cómo el contrabando de drogas —sobre todo el comercio de cocaína, aunque el efecto es anterior a la popularidad de la droga en Europa— explotó en sus inicios la economía local y luego la deformó profundamente. Los primeros traficantes de cocaína se dieron cuenta de que los barcos pesqueros eran los conductos naturales para los cargamentos de drogas (especialmente cuando las regulaciones de la Comunidad Europea en la década de los ochenta dejaron repentinamente a Galicia con un montón de barcos inutilizados). Los populares restaurantes de comida de mar en la región se convirtieron en mecanismos prácticos para lavar los ingresos ilegales.
Pero más que un parásito de la economía legal, el comercio de drogas se convirtió en un importante motor de empleo y riqueza a nivel local. Un famoso capo utilizó su dinero de la droga para fundar un consorcio constituido por nada menos que 28 empresas. Otros capos hicieron inversiones similares. El sector bancario, bien fuera en Galicia, Barcelona, Suiza o Panamá, se mostró ávido de atender las necesidades de esta nueva clase de emprendedores, así hubiera sospechas sobre el origen de sus fortunas. De esta manera, la economía local se acomodó al crimen organizado, y no al contrario.
Como resultado, se desarrolló una cultura fundamentada en los generadores de la economía ilegal. Así lo describe Carretero:
Gran parte de la sociedad de las Rías Baixas normalizó cosas como evitar a las autoridades, respetar a un capo ajeno al Estado o enriquecerse rápido y fácil. Se moldeó un escenario en el que vivir al margen de la ley era más o menos habitual. Era, si prefieren, normal.
A la vez que documenta estos grandes impactos sociales, Carretero despliega sus dotes narrativos describiendo las excentricidades de la cultura criminal local. Nos habla de un cerdo cuya trágica sobredosis —por haber consumido dos kilos de hachís escondidos en su chiquero— lo convierte en una celebridad de los periódicos de la región. Una legendaria lancha de motor que puede realizar increíbles hazañas es la protagonista de toda una sección. Otro capítulo narra las proezas de un contrabandista de tabaco amante de la aviación, quien es presidente de un club de fútbol local y sobrevuela los estadios durante los partidos. Historias como estas se encuentran por montones y representan uno de los aspectos más entretenidos de las casi 350 páginas de Fariña.
La narración decae un poco cuando se enfoca en las personalidades dominantes del crimen en determinada época. El libro presenta una cantidad casi interminable de personajes de menor importancia, que parecen listas con breves reseñas de las respectivas carreras de los criminales. Este resulta ser una estrategia narrativa particularmente ineficaz, que no le deja al lector una imagen clara de los narcos de Galicia, pues todos ellos se confunden. El lector no puede evitar preguntarse si no hubiera sido mejor que el libro se enfocara en un número menor de figuras importantes.
La obra concluye con un extenso panorama de la Galicia actual, incluyendo perfiles de la nueva generación de capos. Como lo explica Carretero, las redes criminales de hoy se exponen menos al riesgo y operan con bajos perfiles, pero eso no significa que Galicia no se preste para el mercado de las drogas recreativas. Dicho mercado ha evolucionado con el tiempo —las viejas alianzas con los colombianos han sido complementadas con relaciones con grupos criminales venezolanos y africanos— y su papel en el comercio de cocaína en Europa sigue intacto.
En cierto sentido, esta historia advierte sobre el rasgo incombustible del narcotráfico: las luchas de los magistrados, las múltiples investigaciones, los miles de millones de euros y los miles de horas de trabajo que se han dedicado a reducir el tráfico de drogas en la región básicamente han fracasado, y en esencia ha habido pocos cambios.
Pero, desde otra perspectiva, Galicia aparece como un caso exitoso. Carretero señala que, desde la década de los noventa, en toda la región ha habido aproximadamente 30 asesinatos relacionados con las drogas, lo cual es poco más que un mal fin de semana en Acapulco o Tijuana. La reducción de los grupos más poderosos de antaño no ha provocado el derramamiento de sangre que suele generar este tipo de vacíos de poder en Latinoamérica. Los vínculos entre políticos locales y actores criminales no han convertido a aquellos en un objetivo de la violencia.
A pesar de los problemas relacionados con las drogas, Galicia sigue siendo una sociedad relativamente tranquila. No estaría mal que la criminalidad del hemisferio occidental llegara a parecerse a la de Galicia.
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