Natalia Ponce es, sin duda, la sobreviviente de una ataque con ácido más conocida en América Latina. Su salto de víctima a activista hizo posible una ley en su país, Colombia, que ha atajado el problema de los ataques con ácido.
Desde Bogotá da pistas de lo que puede hacer México para inhibir este delito que afecta principalmente a mujeres y niñas.Dentro de 19 días, Natalia Ponce de León cumplirá cinco años con una vida transformada por el ácido y una sociedad machista, pero también por el amor propio y su perseverancia para volar por encima de la tragedia.
El 27 de marzo de 2014, la joven de 33 años bajó seis pisos desde su apartamento en un edificio en Bogotá, Colombia, para encontrarse con su exnovio Bernardo Lodoño con quien mantenía una amistad después de la ruptura amorosa. Pero el hombre que se anunció con el portero no era Bernardo, sino Jonathan Vega, un joven obsesionado con Natalia que, furioso por no tener su atención, le arrojó un litro de ácido a la cara y el cuerpo. En segundos, su rostro, brazos, piernas, pecho y abdomen se transformaron en un amasijo de quemaduras graves, heridas abiertas y un dolor y ardor indescriptible.
"Yo gritaba como una loca, estaba sintiendo cómo se derretía la cara, se me caía la piel, perdía la vista", recuerda Natalia Ponce, hoy de 38 años. "Me destruyó la cara totalmente, perdí la calidad de mi vista, tragué ácido lo cual afectó mis vías respiratorias. No pude volver a trabajar...".
Gracias a su fuerza personal, y al amor de familiares y amigos, Natalia Ponce transitó en menos de media década de víctima a sobreviviente y luego a activista. Su valentía al denunciar el crimen, y ser la voz de cientos de mujeres en su país que no han podido denunciar los ataques con ácido, la llevaron a convertirse en un símbolo mundial y regional de resistencia.
Hoy, Natalia preside la Fundación Natalia Ponce de León y una ley en Colombia, la 1773, dedicada a prevenir los ataques con ácido y regular su venta, lleva su nombre. Ha sido distinguida con un sinnúmero de galardones por su activismo en favor de las víctimas, como el premio "Mujeres con coraje" entregado en marzo de 2017 en la Casa Blanca de Estados Unidos.
Desde Bogotá, Natalia Ponce habla con HuffPost México sobre la Ley de Víctimas de Ataques con Ácido "Natalia Ponce" para proponer mecanismos que prevengan este delito y garanticen los derechos de las víctimas.
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HuffPost México: En nuestro país, Natalia, no existen cifras oficiales sobre los ataques con ácido. Lo que se sabe son los casos que, raras veces, llegan a los medios, como el de Helena Saldaña, una joven de 23 años en Ciudad de México. Una revisión hemerográfica arroja que hubo, al menos, 20 casos en los últimos tres años, ¿cómo te suena esta cifra?
Natalia: Uy, no. Es muy baja. Seguramente hay muchos casos que permanecen sin reportar. Esto está pasando en todo el mundo. Va desde Europa hasta América Latina.
¿Hay alguna diferencia entre los ataques que se hacen en Europa y los que suceden, por ejemplo, en México y Colombia?
Una de las ciudades donde más ataques con ácido se dan es Londres. En países de Asia —como India o Bangladesh— y en países de América Latina —como México o Colombia— los ataques con ácido son violencia de género. Se dan contra mujeres por machismo, por obsesiones, porque el patriarcado nos ve como objetos y, cuando los hombres no pueden '"tenernos", entonces nos queman, nos destruyen. Casi siempre es la pareja, la expareja o alguien de la familia. Y en otros países, como Inglaterra y otros en Europa, el ataque con ácido es parte de la violencia callejera, la violencia entre pandillas y traficantes de drogas.
Además de la distinción que hay entre regiones, ¿los ataques con ácido deben ser diferenciados de otros delitos? No parecen encajar en la descripción típica del delito por "lesiones", pero tampoco en "homicidio".
Esa fue una discusión que tuvimos en Colombia. Nosotros llegamos a tener hasta 100 ataques registrados en un año... además de los no denunciados. Nos hizo uno de los países con más ataques con ácido por persona en el mundo. Y una de las propuestas fundamentales de la Ley 1773 era que los ataques con ácido no podían ser solo "lesiones". Tenían que ser un delito autónomo distinto para poder aumentar las penas y dar beneficios que no existían para las víctimas.
¿Qué cambió cuando la ley que lleva tu nombre hizo que los ataques con ácido fueran un delito "distinto" a los demás?
Por ejemplo, cuando se contaba como si fuera una "lesión personal", el responsable podía salir en unos meses de prisión. Ahora, como delito con sus propias penas, quien use un agente químico para hacer daño puede ir a prisión entre 12 y 20 años; si causa una deformidad o daño permanente, como la ceguera, la pena puede aumentar hasta en 30 años; y si hay agravantes, como actuar con premeditación o que la víctima sea menor de edad, la sanción puede alcanzar hasta 50 años. Eso no hubiera sido posible si se le da trato de "lesiones".
FUNDACIÓN NATALIA PONCE.Antes y después del ataque; así cambió Natalia Ponce.
¿Qué otros beneficios trajo distinguir este delito de otros?
Bueno, por ejemplo, se prohíbe que la pena se cumpla en casa con arresto domiciliario, entre otras normas para que el victimario se mantenga alejado de la víctima. Una de las cosas más importantes que pusimos en la ley es que el Estado, no la familia, es el encargado al 100% del tratamiento de la víctima.
Este es un delito que no se parece a ningún otro. Esto es una muerte en vida. ¿Sabes lo que le cuesta al Estado las cirugías de un o una sobreviviente por quemaduras después de un ataque con químicos? Es una violencia muy oscura, muy dolorosa, afecta a la víctima, pero también a la familia y al Estado.
Me imagino que, si se dejara la recuperación a la familia, muy pocas personas podrían sanar a plenitud. Los costos deben ser altísimos...
Esto no solo se trata de pagar por las cirugías. También se pagan las licras, las vendas, los medicamentos, la terapia física, la terapia psicológica. Se "paga" con el tiempo que la persona deja de trabajar por recuperar su salud, las horas que invierte la familia en cuidar al paciente. Es carísimo.
En tu caso, Natalia, ¿cuánto crees que has gastado en tu recuperación a lo largo de cinco años? Para darnos una idea de lo que representa un crimen de este tipo en el gasto familiar.
Imposible de saber. Mucha plata, muchísima. Por eso lo debe cubrir el Estado. Eso está en la ley. Yo aún no termino con las operaciones. Yo llevo 36 cirugías y están por cumplirse cinco años de mi ataque .
Algo que no suele decirse mucho de estos ataques es que no solo desfiguran para aislar a las mujeres de la sociedad, sino para aislarlas de sí mismas. Un ataque con ácido busca que pierdas tu identidad. Ahí donde antes estaba tu cara ahora no encuentras nada o dejas de parecerte a ti misma. Destruye la identidad, la integridad de un ser humano.
¿Se pueden evitar esos sufrimientos con una regulación más fuerte sobre la compra y venta de ácido?
Sí, es una parte fundamental. La experiencia de Bangladesh nos muestra que, incluso en un país con una alta concentración de casos, una ley que tenga un control férreo sobre la venta de ácido puede disminuir este tipo de delitos. Y en Colombia la ley obliga a llevar control para saber quién compra, para qué los lleva. Ese es un punto crucial.
Aprovechemos que hoy se conmemora el Día Internacional de la Mujer, ¿cómo frenamos este delito, más allá de una ley?
Primero, hay que fomentar una cultura de la denuncia y eso se logra visibilizando el tema. Invitando a las mujeres a que denuncien, que sepan realmente se puede salir de esto y que hay fundaciones y gente que les ayudará a transitar este camino hasta que estén listas para recuperar ese orgullo personal.
Lo importante de recuperar, renacer y convertirse en una persona digna. Después de una tragedia, como la que pasamos las víctimas de un ataque con ácido, es muy fácil quedarse acostada en la cama. Pero hay que elegir el camino difícil: pararse, luchar y perseverar.
Tu lanzaste una campaña hace poco, "Fuera máscaras", ¿qué significa para las víctimas?
Significa llegar a esa etapa de recuperación, de paz, de cultivar el amor propio y el perdón. Ese momento liberador en que las sobrevivientes nos quitarnos las máscaras para ser una misma y ver la vida de frente. Con amor.
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