Jakelin Ameí Rosmery Caal Maquin cumplió siete años el pasado 3 de diciembre. Era lunes. Ese día debía de estar en algún lugar en medio de una inmensa zona desértica entre Sonora y Chihuahua, cerca de la frontera con Nuevo México. Pasó su cumpleaños acompañada por su padre, Nery Gilberto Caal Cruz, de 29 años. Habían llegado allí desde el norte de Guatemala para entrar en Estados Unidos y pedir asilo, como cientos de miles de personas cada año. El jueves por la noche, lograron pisar suelo estadounidense y se entregaron a los agentes de fronteras. El sábado, la niña había muerto.
Lo que pasó en esas horas es ahora el centro de una investigación del Departamento de Interior de Estados Unidos y de un escrutinio político que ha vuelto a poner en primer plano la agresividad contra los inmigrantes del Gobierno de Donald Trump. Las muertes en las zonas más remotas de la frontera desgraciadamente no son raras. Las muertes en custodia de la policía sí lo son. Y en el caso de niños no se conocen precedentes. Aún hay suficientes lagunas en la historia como para que nadie haya señalado culpables.
Pero esto es lo que se sabe hasta ahora de las últimas horas de vida de Jakelin Ameí Caal Maquin.
La familia Caal vive en un pueblo llamado Raxruhá, en Alta Verapaz, en el norte de Guatemala. Allí están la madre de Jakelin y sus tres hermanos, según contó a EL PAÍS Tekandi Paniagua, el cónsul de Guatemala en Del Río, Texas, que ha entrevistado al padre dos veces. El padre y la niña emprendieron la ruta el viernes, 30 de noviembre. “Dice que estuvieron viajando una semana”, afirma Paniagua. Ese día, los coyotes los llevaron junto a un grupo de unas 40 personas en autobús hasta la frontera entre Chihuahua y Nuevo México. Allí se encontraron otro grupo más grande.
“Les dijeron que caminaran hasta un muro”, relata Paniagua. “Ellos llegaron a un muro y lo rodearon hasta que vieron una zona en la que ya no había. Pasaron tres alambradas”. Después de caminar un rato, los encontró la Patrulla Fronteriza. El grupo completo eran 163 inmigrantes. Los llevaron al único edificio en kilómetros a la redonda: el minúsculo puesto fronterizo de Antelope Wells, en medio del desierto. Allí solo había cuatro agentes de la Patrulla Fronteriza. Eran las 21:45 del jueves, 6 de diciembre, según informó el departamento. Debía de hacer 1 o 2 grados.
En el puesto de Antelope Wells no había servicios médicos. Un agente de fronteras dijo a la agencia Reuters que los inmigrantes “llevaban bastante tiempo viajando por México” cuando llegaron al puesto. Allí, los agentes fueron entrevistando y abriendo fichas de todos los detenidos según el protocolo habitual. Jakelin Caal no presentaba síntomas de ningún tipo. A su padre le preguntaron si la niña tenía alguna enfermedad y dijo que no. “El padre dijo que en el trayecto había estado bien”, confirmó Tekandi Paniagua.
No está claro si hubo un problema de comunicación. El idioma materno de Nery Gilberto Caal no es el español, sino el q’echi, una lengua maya. Caal ha dicho a los funcionarios del Consulado de Guatemala que se encuentra más cómodo hablando en q’echi y los trámites se han hecho en ese idioma gracias a un intérprete, ya que no entiende del todo español.
El lugar donde cruzaron los inmigrantes es tan remoto que el centro de detención más cercano se encuentra en Lordsburg, Nuevo México, a unos 150 kilómetros al norte por carretera. Los agentes no podían transportar al grupo entero, por lo que lo hicieron en dos grupos. El traslado empezó en autobús a medianoche. Primero llevaron a unos 50 menores no acompañados. Sobre las 4 de la madrugada, el autobús volvió a por un segundo grupo. En este viaje iban Jakelin y su padre. Durante el tiempo que estuvieron esperando tuvieron acceso a comida, bebida y aseos, afirma el cuerpo policial.
En el autobús, la niña empezó a vomitar. Faltaba más de hora y media de viaje y le estaba subiendo la fiebre. Fue atendida “de inmediato” por paramédicos de la Patrulla Fronteriza, según le han confirmado al cónsul Paniagua tanto los agentes como el padre. Cuando llegó al centro de detención, a las 6:30 del 7 de diciembre, no respiraba. Un equipo médico la atendió allí mismo. Tenía 40,9 de fiebre. Los servicios médicos del condado de Hidalgo decidieron su traslado a un hospital. A las 7:45, Jakelin despegaba en un helicóptero rumbo a El Paso, a 250 kilómetros. Los agentes llevaron a su padre en coche.
En el hospital, un escáner reveló inflamación en el cerebro. Le fue diagnosticado un fallo hepático. Jakelin tuvo un paro cardiaco a las 11:00 del viernes. Los médicos lograron reanimarla y después la salvaron de un segundo paro cardiaco. Su padre estaba con ella. La niña pasó el resto del viernes “medianamente estable”, según Paniagua. “El sábado, a las 6 de la mañana, me llama la patrulla fronteriza para decirme que la niña había fallecido en la madrugada”.
Muchas preguntas permanecen aún sin contestar. El departamento de seguridad de fronteras (CBP) tardó cinco días en dar a conocer la tragedia y lo hizo en una nota de The Washington Post, el jueves por la noche. En esa información, afirmaba que la niña “llevaba días sin comer ni beber” y decía que la causa de la muerte había sido deshidratación, citando al CBP. El padre, sin embargo, ha dicho a los diplomáticos de Guatemala que durante el trayecto los traficantes les dieron de comer pollo y fruta. La fruta era lo que más le gustaba a Jakelin.
Nery Gilberto Caal se encuentra “muy afectado”, según Paniagua contó a EL PAÍS minutos después de hablar con él el viernes. Menciona constantemente a Dios. Tras el fallecimiento de su hija, volvió a la estación de Lordsburg. Cuenta que los agentes le dejaron solo en una habitación, separado del resto, y estuvieron muy atentos con él preguntándole cada poco si necesitaba algo. El lunes 10, lo dejaron en libertad, monitorizado, por razones humanitarias. Ahora se encuentra en un albergue para inmigrantes en El Paso.
Caal pidió al Consulado de Guatemala en Del Río que le permitieran despedirse del cuerpo de su hija. Finalmente pudo hacerlo este viernes, en la funeraria La Paz, en El Paso, donde tuvo una hora a solas con el féretro, entre las dos y las tres de la tarde. Después, volvió al albergue.
El cónsul Paniagua pide prudencia a la hora de aventurar las causas de la muerte y de repartir culpas. La autopsia tardará al menos una semana más, según los plazos que le ha dado el forense del condado. “Es importante determinar la causa de la muerte. Las causas no han sido establecidas. En la autopsia es donde se va a determinar realmente lo que pasó”, opina Paniagua.
Una vez que se emita esa autopsia se podrá hacer el certificado de defunción de Jakelin Ameí Caal Maquin, un nombre que ya para siempre formará parte del encendido debate sobre la inmigración irregular en Estados Unidos. El Gobierno de Guatemala pagará la repatriación del cuerpo a Raxruhá, en Alta Verapaz, donde lo espera su madre. El padre aún no ha decidido si tomará ese avión. Si se va, perderá su única oportunidad de pedir asilo, el próximo enero ante un juez de inmigración. Si se queda, el cuerpo de su hija de siete años volverá a casa solo.
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