Culiacán volvio a ser escenario del viejo teatro del desafío. En Lomas de Guadalupe no hubo necesidad de avisos ni amenazas veladas: bastó el rugido de las camionetas y el chisporroteo del fuego para recordar quién dicta las reglas en una ciudad bajo control narco.
Un grupo armado del Cartel de Sinaloa llegó ayer a las 14 hrs para incendiar una casa que previamente habia atacado a balazos y se largó con la misma calma con que uno se sacude el polvo de las botas. Los soldados, plantados en cada esquina como decorado de guerra, apenas alcanzaron a ver el humo dibujar el mensaje: el narco hace acto de presencia cuando quiere, no cuando lo dejan.
Ya no se trata de una provocación aislada. Es el ritual repetido —una, dos, las veces que sean necesarias— para remarcar que el poder real no siempre viste uniforme ni carga insignias oficiales. Culiacán vive en suspensión: entre los retenes del Ejército y los códigos de la calle, donde la ley se mide en ráfagas y audacias.
El fuego en la colonia no solo quemó paredes; encendió, otra vez, la certeza amarga de que el desafío se ha vuelto costumbre, espectáculo y advertencia a la vez.
Con informacion: NOROESTE/

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