Camilo Ochoa, youtuber que jugaba peligrosamente con la figura del “narco-star”, fue acribillado ayer en el baño de su propia casa en Temixco, Morelos. Como si la vida estuviera filmando su último “en vivo”, la escena quedó congelada en fotos que circularon pocas horas después: cuerpo desplomado, joyería ostentosa y la huella brutal de siete tiros que perforaron la puerta de madera. No hubo corrido que le alcanzara.
De acuerdo con la version oficial: El youtuber fue asesinado a balazos en su departamento en Temixco, Morelos,luego de que un hombre armado irrumpió en su domicilio y le disparó en múltiples ocasiones. Su esposa fue testigo del crimen y alertó a las autoridades.

La Fiscalía de Morelos salió con el clásico comunicado burocrático de “estamos investigando”, pero en el barrio digital ya todos apuntaban la mira: el pleito abierto que Ochoa tenía con la facción conocida como “La Mayiza”, brazo ligado al Cártel de Sinaloa, había pasado de ser folklore de comentarios en Facebook a guerra con fuego real.
Trayectoria al filo: de colaborador a detractor
Ochoa llevaba años jugando con fuego. Él mismo se definía como “ex colaborador” del CDS, hombre que había rozado el círculo duro pero que luego prefería la pantalla del celular antes que la trinchera. Sus transmisiones eran un híbrido extraño entre “comunicador improvisado” y “vocero del CDS revelando secretos de rivales” y nunca le temblaba la voz para soltar nombres pesados.
Su vida azarosa ligada en parentesco a los “Pollos Locos”, tenía ese arco narrativo tan común en figuras que se mueven entre lo digital y lo criminal: del anonimato a la fama súbita, de los lujos visibles a la amenaza constante, de la segunda oportunidad a la ejecución. Él mismo lo sintetizó en su biografía: “la vida me dio otra chance”. Ironía pura: la segunda oportunidad terminó apretando un gatillo.
La guerra de “volantes” y la lista maldita
En enero, Ochoa y un variado combo de celebridades de la narcocultura —desde Peso Pluma hasta Markitos Toys— aparecieron señalados en volantes lanzados desde un helicóptero sobre Sinaloa. El mensaje era claro: “Estos no son inocentes, no los apoyen”.
Ochoa respondió con indignación y acusó directamente a la facción del Mayo Zambada de orquestar la campaña, pintando todo como un chisme personal al más alto nivel criminal.
Al final, fue la lista la que se volvió sentencia: varios de los mencionados han vivido bajo mayor amenaza desde entonces, pero Ochoa fue el primero en caer.
La Muerte anunciada y el ultimo video
Los últimos días de Ochoa mostraban un patrón: ostentación, indirectas contra “La Mayiza” y un tono cada vez más temerario.
Era un influencer que jugaba a ser vocero en un ecosistema donde los voceros no duran mucho. Si las redes eran su escenario, su baño terminó siendo el camerino final.
Su caso se suma a ese creciente fenómeno de los narco-influencers, personajes que flirtean con la fama digital pero dependen de un equilibrio frágil: agradar al público sin incomodar demasiado a los cárteles. Ochoa rompió la regla tácita. Y la mafia, como dicta la ley no escrita, no perdona.
En sintesis
Camilo Ochoa trató de ser el youtuber que hacía periodismo de narcos a ritmo de corridos, pero terminó siendo un episodio más en la estadística de ejecuciones. Si su narrativa era “me dieron otra oportunidad”, el último disparo fue un recordatorio cruel: en este negocio nunca hay segundas temporadas, sólo finales abruptos.
Con informacion: ELNORTE/ ZETA TIJUANA/

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