Desde Centroamérica, pasando por la Ciudad de México y el Estado de México, hasta Sonora y Nuevo León, para las madres que buscan a sus hijos, que son parte de las 99 mil 805 personas desaparecidas hasta este domingo, no hay descanso. Las une la impotencia, la rabia, la valentía, la persistencia y el dolor, pero sobre todo un reclamo común: el trabajo, que ha recaído en ellas, de hacer presencia, insistencia y búsqueda e investigación ante la inacción de las autoridades.
Este 10 de mayo no es para ellas, sino para sus hijos, entre las horas de búsqueda, el activismo, los recuerdos y el trabajo que les dedican, siempre a la expectativa de su regreso, como lo consigna el Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México en el informe que entregó al Comité contra las Desapariciones Forzadas de la ONU (CED) en el contexto de su última visita a México.
“Seguimos viendo que somos las familias quienes proponemos, diseñamos y realizamos las tareas de búsqueda de personas a lo largo del país. Nos organizamos en colectivos, generamos nuestras propias alianzas con profesionales forenses independientes y en ocasiones las realizamos con nuestros propios recursos. En muchos casos las comisiones de búsqueda se limitan a facilitarnos el transporte y algo de protección para nuestras búsquedas”, señaló el movimiento.
En México, la mayoría de quienes buscan son mujeres. En el informe presentado recientemente por el CED, tras su visita a México, se lee: “El Comité considera de particular preocupación la victimización específica de las mujeres que, en la mayoría de los casos, quedan a cargo de su familia y afrontan con sus propios medios la búsqueda de sus seres queridos, al tiempo que sufren los graves efectos sociales y económicos de las desapariciones y, además, en muchos casos son víctimas de violencia, persecución, estigmatización, extorsión y represalia”.
Las historias de Ceci, Blanca, Erika, Lety, Rosa María, María Elena, Teresa, Patricia y Araceli son muestra de ello. Otras, como Blanca Lidia, cuya hija desapareció en México en 2006, y Gladis, que buscaba a Jeremías también desde el mismo año, o la propia Rosario Ibarra de Piedra, en los últimos meses encontraron la muerte antes que la justicia.
Ceci Flores recuerda el momento en el que se topó por primera vez con la apatía y la insensibilidad de las autoridades: fue el mismo instante cuando su hijo Alejandro Guadalupe desapareció en los Mochis, Sinaloa, a sus 21 años, el 30 de octubre de 2015.
Cuando llegó al lugar de los hechos, lejos de encontrar consuelo o compromiso para su búsqueda, las autoridades la atacaron. “Empiezan a agredirme y decirme que para qué lloro, para qué me mortifico, si ya sabía lo que mis hijos eran, unos delincuentes, que por eso se los llevaron y no sé qué tanto… Desde ese momento luchamos con su apatía, con su insensibilidad”, dice en entrevista.
Cuatro años después, sus otros dos hijos, Marco Antonio, de 32, y Jesús Adrián, de 16, también desaparecieron. Después de seis días de búsqueda, recuperó al menor, pero sigue sin saber dónde están los otros dos. El 14 de abril pasado anunció públicamente que creía haber encontrado los restos de su hijo Marco Antonio, pero los análisis de ADN resultaron negativos.
Al emprender la búsqueda tras la desaparición de sus hijos, comenzó a hacer transmisiones y a contactar a otras familias con personas desaparecidas. Así se convirtió en la fundadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora: “Empiezo a llamar a las familias a perder el miedo y que se unan a mi lucha, y me empiezan a llamar cientos de madres que estaban igual que yo, desesperadas, y con mucho dolor. Empezamos esta lucha; así, a los seis días de que se llevaron a mis hijos, me entregan a uno con vida”. Ahora, ya son más de 2 mil madres que buscan.
Al tiempo que atiende la entrevista, debe contestar una llamada del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de los Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, que la monitorea cada hora. “Estoy desplazada de Sonora a raíz de que mataron a mi compañera Aranza en julio de 2021; desde entonces, estoy protegida por el mecanismo federal”, relata.
Sin embargo, eso no detiene la búsqueda de sus hijos. Cuida su seguridad, pero trata de ver la manera de seguir buscándoles, porque las autoridades no lo hacen. Lamenta la crisis inmensa de desaparición forzada en el país, y que sea una lucha de todos los días buscar y encontrar a las personas desaparecidas, pero también luchar con la apatía y la burocracia, la insensibilidad de las autoridades, lo primero con lo que se encuentran las madres, y el nulo apoyo para la búsqueda.
“Nunca nos han apoyado, nos dan seguridad, pero creo que ya es su obligación porque nosotras hacemos su trabajo; creo que mínimo en la seguridad, nos ayudan con eso”, dice. Además, para empezar a hacer ese trabajo hay que aprender. Ceci lo ha hecho así: “Con los golpes que me dio la vida, quitarme a mis hijos; tuve que aprender a utilizar las herramientas para encontrarlos, sabía que era un pico y una pala todo lo que necesitaba, y el amor por mis hijos: no decaer y no dejar que se decaiga, porque si yo caigo, mis hijos caen y no son buscados”.
El trabajo en colectivo para ella es fundamental: con la coordinación entre todas es más fácil e incluso menos doloroso, porque comparten consuelo unas con otras. Cuando hay un familiar desaparecido, subraya, es fundamental que las familias luchen por ellos, alcen la voz, “que sepan que nosotras, sus familias, somos la única oportunidad de que vuelvan a casa”.
En Sonora, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), suman 4 mil 292 las personas desaparecidas y no localizadas. El 78.2% son hombres.
Ceci precisa que podrían ser muchas más, dadas las desapariciones que no se reportan. Las Madres Buscadoras de Sonora tienen un registro de más de 900 personas encontradas en fosas clandestinas y más de 800 localizadas con vida.
Para ella, este 10 de mayo hay que seguir buscando, alzando la voz y luchando para traer a sus hijos de vuelta.
Desde Centroamérica: “Una, como madre, presiente que algo malo va a suceder”
Luis Roberto Melgar Gómez tenía 19 años cuando salió de su casa en El Salvador en busca del sueño americano, en abril de 2010. Blanca Gómez, su mamá, lo busca desde entonces, igual que a su hermano, que desapareció tres años después en la misma circunstancia.
Cuenta que, como la mayoría de los jóvenes centroamericanos, Luis Roberto salió de su país por falta de oportunidades de trabajo. Además, su casa había sido dañada años antes por dos terremotos en El Salvador. El hijo de Blanca decidió irse en busca de un mejor ingreso. Era el menor de cuatro hermanos, dos hombres y dos mujeres. La persona que lo recibiría en EU habló por última vez con él el 3 de mayo de ese mismo año.
“No lo pude hacer cambiar de opinión, él se vino con un sueño, soñaba muchas cosas; esos sueños que él tuvo se convirtieron en pesadilla para él, para nosotros, para mí y para sus hermanos, el aceptar esta situación. En ese entonces yo no sabía exactamente los grandes peligros a los que ellos se exponían, pero igual sentía miedo de que viniera”, cuenta mientras transita temporalmente por México en la XVI Caravana de Madres de Migrantes Centroamericanos, que en 15 años ha podido encontrar a 370 personas vivas, y este año prioriza la búsqueda en reclusorios.
Cuando acudió a la Cancillería, creyendo que iban a buscar a su hijo, Blanca pudo acercarse al Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador (Cofamide), formado específicamente por familiares de personas desaparecidas y fallecidas en la ruta migratoria. Aunque no hacen búsquedas directas, las facilitan mediante alianzas con otras organizaciones cooperantes, como la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho (FJEDD). A través del Mecanismo de Apoyo Exterior de Búsqueda e Investigación, Blanca logró denunciar ante el consulado de México en El Salvador.
Hasta ahora, tiene pocas pistas: la persona que iba a cruzar a su hijo por la frontera reveló, en algún punto, que el grupo ya estaba dentro de Estados Unidos, entre San Antonio y Austin, donde la patrulla fronteriza los había detenido. Trataron de rastrearlo, mediante contactos, en centros de detención, sin resultados.
De su hermano solo sabe que enfermó con fiebre, se desmayó y lo dejaron tirado. En la zona, otro de sus hermanos preguntó por él para saber si podría estar en algún servicio forense, hospital o reclusorio, pero nadie le dio mayor noticia.
Para ella, el 10 de mayo es un día de recuerdos dolorosos, sobre todo tratándose de esa fecha: “No es felicidad, no es alegría, no es fiesta; es el dolor de no tener a nuestros hijos a nuestro lado, y más en una fecha así”.
En el caso de las organizaciones migrantes, el CED y otras organizaciones han señalado un alto subregistro. Desde 1965 hasta hoy, 43 personas migrantes permanecen desaparecidas, según el RNPDNO, y cuando se específica la categoría de situación migratoria irregular, el número desciende a solo seis: cuatro nicaragüenses, un venezolano y una guatemalteca.
Blanca Vianey desapareció a sus 21 años en el municipio de Sabinas Hidalgo, Nuevo León, en las proximidades de la carretera a Laredo, el 14 de agosto de 2021, junto con otras dos jóvenes: Cruz Elvira Hernández Garza y Cinthya Janett Villarreal García. En el municipio, las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León (FUNDENL) conocieron e informaron a las autoridades sobre al menos 11 casos de mujeres jóvenes desaparecidas entre agosto y noviembre de 2021, con características comunes.
Una conductora de taxi, que las iba a llevar a una reunión, dio la única pista que existe hasta ahora: un hombre posiblemente las subió a una camioneta blanca. Después de las 2:00 de la mañana perdieron toda comunicación. En la fiscalía local, confirmó su mamá Erika García en una visita reciente, las investigaciones no avanzan.
“Lamentablemente, no avanza la investigación, está por cumplir nueve meses y no veo que me hayan dado una buena noticia, que la estén tratando de localizar o algo. Esta última vez fui a la fiscalía y nada se mueve”, reclama Erika en entrevista. Remarca que, aunque otros casos han sido visibilizados de manera reciente, la desaparición de mujeres jóvenes en Nuevo León es una realidad desde mucho antes. A los 14 días de la desaparición de Blanca Vianey, también desapareció otra amiga de una de las jóvenes que iban con ella.
El apoyo que ha encontrado, más que de las autoridades, es, como en otros casos, el de un colectivo: FUNDENL. “No nos han dejado. Ellas y atención a víctimas es el mejor apoyo que hemos tenido por parte de una organización, porque nos apoyan con traslados, con alimentos, la abogada que nos acompaña. Mucho más que las autoridades. Si no fuera por ellas, uno no hallaría ni cómo moverse”.
Ante un 10 de mayo que será, para ella, igual de triste que la Navidad y el Año Nuevo pasados, reclama que las autoridades se hayan tardado tanto en rastrear celulares, así como no tener certeza de si existen o no búsquedas de campo: “Nos dicen que no hay que desesperar ni dejar de venir, porque si no, a nuestras hijas las van a dejar en el olvido, menos se van a mover, menos se van a investigar; si uno no va y exige, no te avanzan nada en la fiscalía”.
De las 213 personas que permanecen desaparecidas en Nuevo León en lo que va de este año, de acuerdo con el RNPDNO, 57 son mujeres (26.7%) ; 23 de ellas se ubican en el rango de edad de 10 a 19 años.
También en Nuevo León, Lety Lozano sigue buscando a su nieto Mario Ángel Sánchez de la Garza, quien ahora tendría 22 años, desaparecido el 8 de octubre de 2019. Fue secuestrado por cuatro personas que se dedicaban al tráfico de drogas. Hoy se encuentran en la etapa de ejecución de sentencia, de la que todavía no se sabe cuál será el resultado.
Lety Lozano relata que, junto con la mamá de Mario Ángel, que prefiere no hablar públicamente porque fue maltratada por las autoridades, ha recorrido muchos lugares, donde se han localizado cuerpos de personas desaparecidas del municipio de Hidalgo, donde su nieto desapareció, pero hasta la fecha, “de Mario no hay ninguna razón”.
En su búsqueda, su abuela y su madre han sido parte de la intervención que, a iniciativa de FUNDENL, lleva 135 días tras comenzar el 30 de diciembre del año pasado en un lugar conocido como El Tubo, donde, de acuerdo con el propio colectivo, se han localizado más de 10 mil fragmentos óseos humanos y hasta hoy ya hay seis identificaciones de personas. “Lo demás está muy lento, todavía no sabemos el total de los ADN que hay. Tardamos casi dos meses para que las autoridades hicieran caso y que se le diera un seguimiento, ya que había mucha insistencia por parte de ellos de que no había gente ahí”, dice Lety.
“Es una pena y un dolor muy grande para nosotras las madres que aún no tenemos una justicia completa, que aún no sabemos de nuestros hijos, es mucha la impotencia al ver tanta impunidad por parte de las autoridades, solamente ignoran casos, almacenan expedientes; si uno no está tras de ellos, no tenemos conocimiento”, añade.
La abuela paterna siempre vivió con Mario, lo vio nacer y criarse, por lo que reclamó su derecho a estar dentro del caso. Un anónimo con todas las indicaciones para llegar dirigió la búsqueda previamente a una quinta donde supuestamente su cuerpo había sido calcinado. Ahí se encontraron restos de tres cuerpos semicalcinados, presuntamente de Ciénega y Pesquería, pero nada de Mario.
“Estamos todavía con la duda de ese anónimo, y por la evidencia se encontró, como probabilidad de certeza le daría un 95%; que no se haya encontrado a mi hijo o que no correspondan los restos a Mario no quiere decir que no hubo la evidencia dentro de esa quinta, pero hasta el momento no han dado respuesta para ver si vamos a una tercera visita. De ahí nos viene la impotencia, y a la vez un dolor tan grande, que las autoridades no hacen lo correspondiente”, agrega.
Para este 10 de mayo, dice, no hay palabras que llenen el vacío que las invade como madres, ni que alumbren el camino de oscuridad que llevan en el alma. “Quisiera uno gritarles y decirles: hijo mío, estamos al pie del cañón, buscándolos y buscándote hasta encontrarlos”.
Con 6 mil 225 personas desaparecidas en total, Nuevo León es la cuarta entidad del país con más desapariciones, detrás del Estado de México (10 mil 967), Tamaulipas (11 mil 953) y Jalisco (14 mil 949). El grupo mayoritario son hombres de 25 a 29 años de edad.
Estado de México: “No hay palabras que puedan consolar”
Rosa María Cruz, María Elena Xochihua y Teresa Maldonado buscan a sus hijas, desaparecidas en hechos distintos en el Estado de México. Las tres se conocieron gracias a la Asociación Mexicana de Niños Robados y Desaparecidos (AMNRDAC), donde reciben apoyo para gestionar los trámites ante las autoridades para la búsqueda de sus hijas, y les han ayudado a difundir sus casos a través de la campaña Cuartos Vacíos.
La última vez que Rosa María Cruz vio a su hija Perla Alondra Bolaños fue la tarde del 23 de julio de 2014. Perla, su pareja de nombre Alfredo y la bebé de ambos, de ocho meses, estaban en casa de los padres de la joven, quienes tuvieron que salir del domicilio para trabajar, en Santiago Tianguistenco, Estado de México.
Horas después, Rosa María recibió una llamada telefónica en la que Alfredo le comunicaba que Perla se había ido con otra persona, dejándolo en el domicilio a él con la bebé. Esa fue la última vez que supieron de su yerno y de su hija. Él está prófugo y ella sigue desaparecida.
Desde entonces, se hace cargo de su nieta, ahora de ocho años, a quien describe como “la razón por la que mi esposo y yo estamos bien”, y quien les da fuerza para no cesar en la búsqueda de Perla Alondra, de quien no hay rastro, pese a la recompensa de 500 mil pesos que se ha ofrecido a cambio de conocer su paradero. Además, Rosa María consiguió que las autoridades emitieran una orden de aprehensión contra Alfredo, que no fue investigado por la desaparición a pesar de haber sido la última persona que convivió con Perla.
Tampoco fue procesado por la probable comisión de violencia contra su hija la tarde en la que supuestamente Perla Bolaños “lo dejó”. Después de que llamó a sus suegros, Alfredo abandonó a la niña en el domicilio, quien fue retenida por personal del DIF, y tras 40 días fue devuelta a sus abuelos. Hasta la fecha, siguen sin saber qué ocurrió aquel día.
María Elena Xochihua recuerda con dolor la última vez que vio a su hija Nimbe Selene Zepeta. Era 30 de mayo de 2019 y, como cada mañana, la acompañó hasta donde tomaría el transporte que la llevaría desde Los Reyes La Paz hasta Valle de Chalco, en el Estado de México, donde se ubica la preparatoria donde estudiaba.
A la fecha, se desconoce si Nimbe abordó alguna unidad de transporte o si llegó a la escuela, porque ese día había una feria para promover universidades y no se tomó asistencia. “La directora y sus compañeros no pudieron dar información; además, por toda esa zona no hay cámaras de seguridad, en Los Reyes La Paz, o las que hay no funcionan. Es por eso que no hay forma de saber por dónde pasó”, señala María Elena.
“Ha sido desgastante, porque tenemos que seguir adelante y llevar a cabo su búsqueda, lo que implica tiempo y gastos”, agrega. “Yo soy una ama de casa que vivía para mis hijas, tengo dos y Nimbe es la pequeña, por eso siempre estaba más apegada a ella, era a la que más acompañaba, a la que más apoyaba y trataba de estar siempre para ella, ver que fuera a la escuela y todo… Desafortunadamente, esto que pasó me afectó muchísimo en mi vida personal, en la casa se siente mucho su ausencia, porque es una niña muy alegre y muy divertida”, comenta.
“Si ella se hubiera ido, ya se hubiera comunicado con nosotros. Tenemos la esperanza de que ella aparecerá, eso es lo que nos ha mantenido y creer en dios. Me gustaría que se comunicara si pudiera, o con quien esté, si alguien la ve o sabe dónde se encuentra que nos avisen, porque nosotros la seguimos buscando. La esperamos en casa”, expresa.
Teresa Maldonado, por su parte, dice que la desaparición de su hija, Zaira López Maldonado, ocurrida hace más de 11 años, ha desbaratado a su familia, y que la falta de resultados del gobierno la ha hecho caer en depresión y sentirse “olvidada”.
“Cuando tienes una persona desaparecida no te sabría decir cuántas carencias e incertidumbres pasan por tu vida. Dejé de trabajar, me deprimí, me enfermé, todo mientras la familia me necesitaba, pero falta alguien y eso desbarata todo, se viene abajo todo. Además, somos los olvidados, los que a nadie le importan, porque hay poco apoyo para la difusión de los casos”, afirma.
Zaira fue vista por última vez en Tlapacoya, Estado de México, el 23 de abril de 2011. A las 8:00 de la noche recibió una llamada telefónica y salió de su domicilio, sin que su familia sepa hasta hoy quién le llamó y qué ocurrió con ella.
“No hay palabras cuando le ocurre a alguien un suceso así. No hay palabras que puedan consolar a una madre a la que se le ha desaparecido una hija. Lo que más deseo es que esté bien, no importa si está lejos o que no la pueda ver, pero que sea libre, que no sea una esclava y que nadie la manipule”, señala Teresa.
De acuerdo con el RNPDNO, de las 440 personas que permanecen desaparecidas en el Estado de México en lo que va del año, 190 son mujeres (43.1%) ; 82 de ellas se ubican en el rango de 10 a 19 años de edad. Las jóvenes de 15 a 19 son el grupo mayoritario de personas desaparecidas, por rango de edad.
Las tres madres no pierden la esperanza de volver a reunirse con sus hijas.
CDMX: el vacío de un día de las madres y un cumpleaños en 10 de mayo
Jussel Armando García Hernández tenía 23 años la última vez que su mamá, Patricia Hernández, supo de él. El 2 de mayo se cumplió un año de su desaparición, en la colonia Centro de la alcaldía Cuauhtémoc, cuando salió de su casa alrededor de las 10:00 de la noche para no regresar.
Mucho es lo que ha vivido Patricia desde entonces: una conexión falsa a su WhatsApp, intentos de extorsión, omisiones en el expediente, falta de respuesta sobre las cámaras que pudieron haberlo captado, falta de información para analizar las sábanas de llamadas y partes de su testimonio que nunca se incorporaron a la carpeta de investigación. Lo que recuerda claramente es la angustia que sintió ese día, diferente a otras ocasiones en que su hijo había llegado tarde o no llegaba.
Esperó, preguntó y finalmente acudió a la fiscalía capitalina a denunciar. “Me tardaron no sé cuánto para hacerme la entrevista, preguntándome cómo fue, luego a una le ponen palabras en su boca que ni dice y hay que estarles diciendo que las cosas no son así. La verdad es que yo pensé que me iban a ayudar en el momento, no sé si a lo mejor esas son las estrategias de ellos, pero más bien pienso que no tienen ninguna estrategia, porque yo no he tenido ningún resultado en la búsqueda de mi hijo”, relata en entrevista.
Desde que se incorporó al colectivo Hasta Encontrarles CDMX, ha empezado a recibir un poco más de información. “Siempre los pendientes seguían en pendientes y volvían a quedar en pendientes, y si había más pendientes, seguían quedando en pendientes. La verdad es que una nunca se imagina que pueden pasar este tipo de cosas, una no sabe manejarse, cómo hacerlo”, lamenta Patricia.
Reclama, además, que son las familias las que tienen que estar buscando, y son las mismas autoridades las que recurren a ellas para allegarse información: “Ya pasó un año, no han hecho nada; hay veces que ellos mismos le preguntan a una, como se los dije: ‘Usted me pregunta a mí, cuando yo no me voy a parar allá enfrente, al rato me van a desaparecer a mí y quién va a buscar a mi hijo. Nadie, porque yo soy la que estoy buscando’”.
Para Patricia Hernández, el 10 de mayo del año pasado fue el día más difícil, por lo reciente de la desaparición, aunque no espera que ahora sea muy diferente: “Se vino la fecha de mi hijo, ahorita ya va a llegar el día de las madres, ya no lo tengo, y me da miedo, tristeza, angustia, melancolía, desesperación, de que a lo mejor no lo vuelvo a ver; aunque tengo a mi hija y a mi nieto que me dejó mi hijo, como que le arrancan a una todo y ya no tiene ilusiones como antes”.
Ahora solo espera que en su trabajo le autoricen asistir este martes 10 de mayo a la XI Marcha Nacional por la Dignidad de madres buscando a sus hijos e hijas. En la Ciudad de México, en lo que va del año 374 personas permanecen desaparecidas o no localizadas, 240 hombres y 134 mujeres. Por rango de edad, los grupos mayoritarios son mujeres de 15 a 19 años de edad y hombres de 20 a 24.
Araceli González se enfrenta a un doble dolor para el 10 de mayo, que es también el cumpleaños de su hijo, que trabajaba como chofer de la Ruta 46, de Tacubaya a Jalalpa, y desapareció el 20 de septiembre de 2020 en la alcaldía Álvaro Obregón. Iba en compañía de su hermano Marcos, que también está desaparecido.
Una foto que su hermano puso en WhatsApp por última vez cerca de las 10:00 de la noche de ese día es la única pista que les condujo a descubrir que ambos estaban en un bar donde aparentemente se dio un enfrentamiento. Pero como en el caso de Patricia, varias de sus pesquisas propias no se tomaron en cuenta en el expediente.
Tampoco pudieron acceder a las cámaras del C5, las autoridades se contradijeron durante un cateo en el lugar, y hoy hay siete personas detenidas por el incidente en el bar, acusadas todas del delito de desaparición forzada por parte de particulares, sin que hasta ahora exista una sentencia o información clara de qué pasó con Marcos y Eduardo.
“Desgraciadamente, ninguno aporta nada, precisamente porque no ha habido un proceso de audiencias, que me imagino es cuando podrían hablar o dar alguna información”, señala Araceli. “No sé si las mismas autoridades hacen todo esto más desgastante para que termine uno supuestamente fastidiándose, porque nos afecta en todos los aspectos, moralmente y físicamente, económicamente, nada más para ir a una audiencia desde Santa Fe hasta el Reclusorio Sur, casi es una cada 15 días y todas han sido de retrasos y retrasos”, reclama.
Una línea de investigación apunta a que se los llevaron al Panteón San Isidro para incinerarlos, pero las autoridades no lo han confirmado con certeza. “Se han hecho las investigaciones pero una búsqueda no ha habido, se ha solicitado a la fiscalía y a la comisión de búsqueda (local) que por favor nos apoyen y no se ha hecho; solo se rumora, se dice, y la telefonía apunta a que sí fueron para allá, supuestamente esas personas están detenidas por eso”, cuenta Araceli.
El 30 de abril de 2021 se incorporó al colectivo Hasta Encontrarles CDMX y, hasta ahora, es el único lugar donde ha encontrado apoyo. “Necesitamos ser varias voces para que nos escuchen; creo que las autoridades solamente trabajan así. Uno llega muy indefenso, porque no sabe de estas cosas. Me arrepiento mil veces, porque si en ese tiempo yo hubiera gritado, a lo mejor otra cosa hubiera sido. Por no saber actuar, todo lo que ha pasado. En colectivo nos hemos enseñado, porque desgraciadamente todas buscamos a nuestros hijos”, lamenta.
Del 10 de mayo, solo desearía que no llegara.
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