La amenaza del coronavirus está gradualmente alterando nuestra vida cotidiana. Nos está obligando a pasar más tiempo en casa, a evitar lugares altamente concurridos, a modificar nuestros patrones de intercambio, trabajo y ocio.
¿Esa transformación se traducirá en una reducción de la actividad delictiva? ¿Podríamos ver en las próximas semanas una caída significativa en el número de delitos?
La mejor respuesta es tal vez.
En criminología, existe algo conocido como la teoría de la actividad rutinaria (TAR), desarrollada originalmente por Lawrence Cohen y Marcus Felson en 1979. Esa teoría postula que, para que ocurra un delito, deben confluir tres elementos en un mismo momento y lugar: 1) un blanco apropiado, 2) un delincuente motivado y c) la ausencia de vigilancia adecuada.
Las medidas de distanciamiento social impuestas para controlar la epidemia pueden afectar la disponibilidad de esos factores. Menos personas en la calle equivale a menos víctimas potenciales de ciertos delitos. Por otra parte, es probable que muchos individuos con disposición y capacidad para cometer un crimen deban permanecer en sus casas.
Entonces, no es descabellado suponer que pudiéramos observar una disminución de la incidencia delictiva mientras duren las restricciones impuestas por la pandemia.
Sin embargo, el asunto no es tan simple. En primer lugar, hay que considerar el tercer elemento de la teoría: la vigilancia adecuada. Mientras persista la emergencia, una buena parte de las policías se dedicarán a preservar el orden público y asegurar el cumplimiento de las restricciones establecidas por las autoridades, no a prevenir delitos.
Por otra parte, la magnitud del efecto potencial depende del rigor de las medidas que se establezcan. Una cuarentena impuesta a la manera de China posiblemente elimine temporalmente algunas categorías de delitos. En cambio, el establecimiento de medidas parciales de distanciamiento social tendría efectos más limitados.
Por último, el impacto no es igual para todos los delitos. Es previsible, por ejemplo, que, en la medida en que las calles se vacíen, disminuyan los robos a transeúnte o los asaltos en transporte público. Asimismo, podría caer el número de robos a casa habitación, dado que la mayoría de esos delitos sucede cuando los ocupantes de la vivienda están ausentes.
En cambio, es probable que aumenten significativamente los delitos que se cometen el hogar, como la violencia familiar o las agresiones sexuales. En la provincia china de Hubei, el número diario de llamadas a la policía denunciando actos de violencia intrafamiliar se triplicó durante la cuarentena impuesta por las autoridades, según medios de ese país.
Dado lo anterior, ¿qué podemos esperar en México? Es difícil pronosticarlo, ya que no se conoce aún hasta donde llegarán las medidas de restricción. Sin embargo, la experiencia de la epidemia de influenza H1N1 en 2009 puede dar algunos parámetros.
En esa crisis, se establecieron medidas de distanciamiento social a finales de abril de ese año, las cuales duraron aproximadamente tres semanas. Durante mayo, hubo un muy ligero decremento de los homicidios y el robo de vehículo (los delitos con menor cifra negra) con respecto a la línea de tendencia. Es posible que otros delitos hayan tenido un comportamiento similar, pero no se puede afirmar con certeza (debido a la cifra negra). De cualquier forma, el efecto no perduró: para junio de ese año, la escalada delictiva había reiniciado.
En resumen, el escenario más probable es una disminución moderada y temporal de algunos delitos, en paralelo con un ascenso serio de la violencia en el hogar. No es un panorama muy alentador.
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