Utilizado sin reservas en el mundo cinematográfico, el polígrafo podría ser no otra cosa que un montón de cables incapaces de distinguir quién es quién a la hora de hablarle con la verdad.
“¿Has mirado alguna vez videos pornográficos?”, interroga el exagente de la CIA Jack (Robert de Niro), mientras las rápidas oscilaciones de las agujas del polígrafo exhiben, sin duda alguna, cómo Greg (Ben Stiller) está mintiendo al responder con un “No” a su futuro suegro.
Trátese de cintas de espionaje o de crimen y suspenso, o de una comedia como La familia de mi novia, desde su invención hace poco menos de cien años no hay escena de interrogatorio -sin tortura de por medio- en la que no aparezca el, gracias a ello, más que reconocible polígrafo. Desde entonces, la ficción del cine nos ha mostrado estos aparatos como detectores de mentiras casi infalibles,posibles de engañar únicamente por James Bond, Jason Bourne, Ethan Hunt y otros mentirosos profesionales.
Paul Beave y el Inspector Henninger usando el polígrafo en 1950 | Foto: Departamento de Policia de Lincoln
Hay mucha materia escrita sobre cómo engañar en una prueba de poligrafía”, nos dice el responsable de una de las muchas empresas que ofrecen este servicio, “y puede ser que en el campo del espionaje internacional se puedan preparar para ello, pero en los casos que trato […] es prácticamente imposible”.
Detector de ratas y sanguijuelas
Y los casos que trata la inmensa mayoría de la industria poligráfica son bastante más modestos que desenmascarar a un agente secreto o determinar la culpabilidad o inocencia del acusado de un crimen: “Si deseas contratar personal, pero te gustaría consultar (sic) la honestidad del candidato, aplica esta prueba”. Tener un empleado honesto no tiene precio, sobre todo en estos tiempos transformables en los que se ha expulsado por decreto a la corrupción; por desgracia, una prueba poligráfica si lo tiene, y no es poco.
Como las empresas mexicanas son tímidas a la hora de enlistar en línea los precios -quién sabe si, al cobrar, lo sigan siendo- de sus pruebas poligráficas, hemos recurrido a las compañías de nuestra madre -para varios, más bien madrastra- patria para darnos una idea de la inversión que tenemos que hacer si, por ejemplo, queremos que el poligrafista y la máquina que define su trabajo pongan a prueba la honestidad del futuro empleado (5,300 pesos), verifiquen si el actual empleado es una de esas “ratas de dos patas” de las que nos habla la canción (10,700 pesos) o, sin cambiar de nota ni de canción, certifiquen la fidelidad de nuestro cónyuge y nos eviten endilgarle un “maldita sanguijuela” o motes similares (8,600 pesos). Todos éstos, precios proporcionados por B.E.A.R. Forensics. Justicia con ciencia (que, si comparamos el nombre con Poligrafía México, ¿cómo no concluir que esos poligrafistas españoles son unos genios del marketing!).
Poligrafo moderno | Foto: Pixabay
Si, como aseguran los prestadores de servicios poligráficos, “… unos dicen que [su confiabilidad] es del 95% y otros la rebajan incluso hasta el 75%...”, es posible que nos convenzamos de que, más que un gasto, lo que tenemos es una inversión. Y como una cosa es lo que afirman quienes forman parte de la industria del polígrafo, y otra tal vez muy distinta lo que los estudios muestran, separar las verdades de las mentiras que rodean al polígrafo tal vez sea, por lo menos, conveniente antes de decidir confiar plenamente en él.
Los signos de la mentira
La invención del primer detector de mentiras con base en la medición simultánea de cambios en la presión arterial, el ritmo respiratorio y la frecuencia cardiaca se debe a John A. Larson, policía y fisiólogo, en 1921, con base en estudios previos de los también fisiólogos Vittorio Benussi y William M. Marston, quienes, de manera independiente, habían propuesto que cambios en el ritmo respiratorio y la presión arterial podrían servir como indicadores de que alguien miente.
Doctor William M. Marston foto de su test del detector de mentiras | Foto: Especial
Marston, quien además era abogado, en 1923 intentó que las pruebas poligráficas fueran aceptadas como evidencia científica ante la corte estadounidense, pero fue rechazada por lo que el sistema legal de ese país conoce como el estándar de Frye, que exige que, para su aceptación, la prueba en cuestión sea considerada confiable por la comunidad científica. Esta decisión no desanimó a Larson, quien usó el polígrafo para apoyar a la policía en varios casos reales ayudado a su vez por Leonarde Keeler, quien creó los primeros procedimientos de prueba, diseñó y patentó el primer detector de mentiras portable y fundó la primera escuela poligráfica.
No fue sino hasta 1965 que, a solicitud del gobierno estadounidense, se hizo la primera revisión sobre la evidencia empírica del tema, cuya conclusión fue:
No existe un detector de mentiras, sea hombre o máquina. La gente ha sido engañada por el mito de que una caja metálica en las manos de un investigador puede detectar la verdad o la falsedad”.
Cambios de forma... ¿y el fondo?
Pero todo esto es historia antigua, y quizás las conclusiones sea distintas tratándose de los polígrafos del siglo XXI, que nada tienen que ver -salvo la silla que usan, cuyo aspecto sigue siendo idéntica a la que aparece en películas en blanco y negro- con el supermoderno polígrafo digital LX5000 de Lafayette Instrument, que exhibe las mediciones en la pantalla de una computadora en vez de registrarlas con arcaicas agujas en un papel, ¿o se trata sólo de cambios de forma, más que de fondo?
Aspirantes a policías se sometieron a prueba del polígrafo. | Fuente: Ministerio del Interior de Perú
Sean analógicas o digitales, en realidad las mediciones consideradas en la poligrafía no han cambiado gran cosa desde los tiempos de Keeler: actividad cardiovascular, respiratoria y electrodérmica o respuesta galvánica de la piel. La supuesta teoría detrás del polígrafo es que ciertos patrones de cambio en estas variables caracterizan a estados fisiológicos comunes a todo individuo que está tratando de engañarnos, sin importar la situación de que se trate.
Un problema no menor, como ya han señalado numerosos científicos, es que cualquier tipo de excitación general o específica puede afectar las mediciones, que el comportamiento de ellas presenta una gran variación de una persona a otra y aun tratándose de la misma persona, pero en diferentes circunstancias.
Un segundo problema es que las películas no se equivocan cuando nos muestran que sí es posible que una persona que aprenda a controlar su actividad respiratoria puede afectar con ello las mediciones de frecuencia cardiaca y de respuesta galvánica de la piel. Como una contramedida el poligrafista puede añadir mediciones de movimiento mediante sensores de actividad en cabeza, asiento y respaldo de pies y brazos, así como todo vocal y cualquier otra medición fisiológica que se le ocurra.
Prueba del polígrafo. | Foto: Especial
El detector de... miedo
A pesar de todo esto, la conclusión de una revisión exhaustiva que en 2003 publicó la Academia Estadounidense de Ciencias sobre la evidencia que permitiese validar los resultados del polígrafo y su uso en la evaluación del personal de seguridad del gobierno de nuestro país vecino concluyó que: “Debido a que todos los estudios de calidad aceptable se enfocan en incidentes específicos, la generalización a partir de ellos para la evaluación [del personal] no está justificada”. Además de ello, el informe criticó la baja calidad y la naturaleza fuertemente sesgada de la mayoría de la investigación en poligrafía, así como su incapacidad de implementar los avances teóricos y tecnológicos más recientes en su beneficio.
Un año después, la APA (siglas en inglés de la Asociación Estadounidense de Psicología) se pronunció sobre el asunto: “No hay evidencia de que algún patrón de reacciones fisiológicas sea exclusivo del engaño. Una persona honesta puede estar nerviosa cuando responden de manera veraz y una persona deshonesta puede no estarlo. […] Una razón de que las pruebas poligráficas parezcan precisas es que los sujetos que creen que funcionan y que pueden ser detectados pueden confesar o estar muy ansiosos cuando son interrogados. Si esto es correcto, al detector de mentiras podría mejor nombrársele detector de miedo”. En conclusión:
Por ahora, aunque la idea de un detector de mentiras puede ser reconfortante, la advertencia más práctica es mantenerse escépticos sobre cualquier conclusión que provenga de un polígrafo”.
Autor: Luis Javier Plata Rosas
Divulgador científico y profesor de la Universidad de Guadalajara. Doctor en oceanografía costera. Autor de, entre otros libros, "La ciencia y los monstruos", "El océano tiene onda" y "La física del Coyote" y el "Correcaminos". Columnista de Nexos(Sobre ciencia, en teoría) y colaborador de ¿Cómo ves? (sección ¿Será?). Premio Estatal de Ciencia, Tecnología e Innovación de Jalisco en la categoría Divulgación (2014).
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