En una franca referencia que podría "claramente aplicar" en Mexico, particularmente en Tamaulipas,donde Policias y Militares mas de las veces "fingen enfrentamientos" con criminales para justificar el "miedo" que dispara del "gatillo",el Papa Francisco se pronunció contra la "pena de muerte", a la cual calificó de “castigo inhumano”, y denunció la existencia, en muchos países, de “ejecuciones extrajudiciales” cometidas por policías y que son camufladas como enfrentamientos con delincuentes.
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El Papa abordó estos asuntos en un largo mensaje que preparó con motivo de una audiencia privada concedida a una comitiva de la Comisión Internacional contra la Pena de Muerte, en el Palacio Apostólico del Vaticano.
En el texto, entre otras cosas sostuvo que toda fuerza letal usada por encima de lo “estrictamente necesario” provoca una “ejecución ilegal” y un “crimen de Estado”, porque la legítima defensa -sostuvo- “no es un derecho” sino “un deber” para la protección de los otros integrantes de la sociedad.
Reconoció que quienes tienen una “autoridad legítima” deben detener al agresor, pero aclaró que, para ello, deben “rechazar toda agresión” desproporcionada, incluso “con el uso de las armas”. “Toda acción defensiva, para ser legítima, debe ser necesaria y mesurada.
Un acto que proviene de buena intención puede convertirse en ilícito si no es proporcionado al fin. Por consiguiente, si uno, para defender su propia vida, usa de mayor violencia que la precisa, este acto será ilícito”, explicó. “Pero si rechaza la agresión moderadamente, será lícita la defensa pues, con arreglo al derecho, es lícito repeler la fuerza con la fuerza, moderando la defensa según las necesidades de la seguridad amenazada”, añadió.
Un discurso complejo pero de profunda actualidad, sobre todo por el endurecimiento del discurso político en torno a la seguridad en no pocos países, sobre todo de Europa y América. La reflexión del Papa partió del fenómeno de la pena de muerte, otro asunto muy discutido dentro de la Iglesia, sobre todo después de su decisión de quitar del Catecismo un pasaje que avalaba esta práctica (en el apartado 2267).
Al respecto, él mismo aclaró el motivo de esa determinación: “La certeza de que cada vida es sagrada y que la dignidad humana debe ser custodiada sin excepciones, me ha llevado, desde el principio de mi ministerio, a trabajar en diferentes niveles por la abolición universal de la pena de muerte”. Defendió el cambio del Catecismo porque calificó a esa sanción como “contraria al evangelio” ya que, explicó, es suprimir una vida, “siempre sagrada a los ojos del creador” y de la cual “solo Dios es verdadero juez”.
Recordó que en los siglos pasados se consideraba a la sentencia a muerte como una justa, sobre todo cuando se carecía de los instrumentos actuales para proteger a la sociedad. Incluso llegó a reconocer que en el mismo Estado Pontificio se recurrió a esta “forma inhumana de castigo”, porque se ignoró “la primacía de la misericordia sobre la justicia”. Hizo una especie de “mea culpa” por las “responsabilidades sobre el pasado” en esta materia y reconoció que la aceptación, por parte de la Iglesia, de esa forma de castigo, “fue consecuencia de una mentalidad de la época, más legalista que cristiana, que sacralizó el valor de leyes carentes de humanidad y misericordia”. Sobre el cambio de mirada, subrayó: “La Iglesia no podía permanecer en una posición neutral frente a las exigencias actuales de reafirmación de la dignidad personal.
La reforma del texto del Catecismo en el punto dedicado a la pena de muerte no implica contradicción alguna con la enseñanza del pasado, pues la Iglesia siempre ha defendido la dignidad de la vida humana”.
Y apuntó: “Sin embargo, el desarrollo armónico de la doctrina impone la necesidad de reflejar en el Catecismo que, sin perjuicio de la gravedad del delito cometido, la Iglesia enseña, a la luz del evangelio, que la pena de muerte es siempre inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”.
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