El martes 27 de septiembre de 2005, la Procuraduría General de la República (PGR) conoció a fondo el auge y la penetración real de los Zetas, ese temible grupo de sicarios que nació para insertarse en las guerras del narcotráfico y luego se conformó como un cártel independiente cuyos tentáculos se regaron por todo el país y aun se viven sus efectos, convertido en el Cartel del Noreste a cuyos jefes defiende como litigante, el nuevo "Asesor" de Americo Villarreal en Tamaulipas.
Con las declaraciones ministeriales de un desertor del Sexagésimo Quinto Batallón de Infantería, devenido en matón a sueldo, se mostraron las debilidades gubernamentales y se exhibió (una vez más) la corrupción de los cuerpos policiales en todos sus niveles y puso en evidencia al Ejército mexicano.
Aquel martes de septiembre era necesario tomar en serio las declaraciones de ese testigo protegido. Además de soldado, Karen –su nombre clave asignado por la PGR– también había prestado sus servicios como policía municipal en la pequeña Uzuluama, una de las poblaciones históricas de la huasteca veracruzana.
Para cuando fue capturado en el estado de Tamaulipas, Karen también tenía una historia que contar como agente de la policía municipal de Nuevo Laredo,en momentos en que el poder de los Zetas se extendía por todo el país, actuando como un ejército privado al servicio del Cártel del Golfo y controlando la venta de armamento para enfrentar a las corporaciones policiales y al Ejército.
Testimonios de Karen mostraron cómo el nuevo ejército de sicarios había tomado características excesivamente sanguinarias, para enfrentar también a otros cárteles por el control del mercado del narcotráfico.
La "memoria de Karen"
Pero, palabras más, palabras menos, el portal "Nuestro Tiempo Toluca " reprodujo el 17 de diciembre de 2010,como contó "Karen" sus historia a los agentes del Ministerio Público que le tomaron su declaración aquel septiembre de 2005 y la plasmaron en la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/222/2005:
“Por el mes de julio o agosto de 1994 me di de alta en el Ejército mexicano como soldado raso de infantería, siendo asignado al Sexagésimo Quinto Batallón de Infantería, con sede en el Campo Militar número uno, con sede en la Ciudad de México”.
Enlistarse en el Ejército no fue una casualidad: “siempre quise ser militar. Un tío mío (Alejandro Cruz Hernández) fue paracaidista el primero o tercer batallón de Fusileros de Paracaidistas y otros primos, cuyos nombres no recuerdo, estuvieron como militares en distintas partes de la República. En aquel batallón (el sexagésimo quinto) estuve aproximadamente diez meses, pero como el sueldo no me alcanzaba me sentí agobiado y decidí desertar.
“En agosto de 1995 regresé a mi casa en Álamo, Veracruz. Me di de alta como policía municipal en Ozuluama (un municipio del mismo estado). Entonces me junté en concubinato con mi actual. En este empleo estuve hasta agosto de 2002. Luego de resolver algunos problemas legales, en abril de 2003 fui a vivir Nuevo Laredo, Tamaulipas, acompañado por mi esposa y mis dos hijos”.
Ya en el norte, Karen trabajó mes y medio en una maquiladora en al área de arneses para automóviles, pero al mes y medio se cansó de la explotación en las llamadas plantas de producción dividida y atendió una convocatoria para ingresar a la Policía Municipal.
Aprobados los exámenes, en agosto de 2003 vistió por vez primera el uniforme oficial de la policía de ese municipio tamaulipeco. Y “mi jefe de grupo (Cresencio Astorga Castañeda), a quien conocíamos como Cuma por comandante inmediato superior, me ofreció ganar más dinero para salir de perra flaca.
“Me dijo que se trataba de hacer revisiones a vehículos y personas sospechosas que nos indicara el grupo conocido como los Zetas, que en ese momento estaba bajo las órdenes de Iván, alias Talibán 50, encargado de la plaza de Nuevo Laredo, dedicados al tráfico de drogas y a los levantones –sinónimo de secuestro, con visos de ejecución– de la gente que se oponía a sus intereses o de la contra, como le dicen a los grupos contrarios”.
Más tarde, el Talibán 50 sería identificado plenamente como Iván Velázquez Caballero, responsable de la célula en Nuevo Laredo de los Perros Adiestrados o los Zetas. Más tarde, a fines de marzo de 2009, la Procuraduría General de la República (PGR) haría el mayor ofrecimiento de recompensa por información que llevará a la captura de treinta y siete cabecillas y lugartenientes del narcotráfico. Y en su primera lista, que reunía a los cabecillas más buscados de los seis carteles de las drogas que operaban en el país, incluyó el nombre de Iván Velázquez Caballero o Talibán 50.
La PGR puso un precio de hasta treinta millones de pesos (cerca de tres millones de dólares) por la captura de cada uno de los veinticuatro líderes de los carteles, y de hasta quince millones de pesos por cada uno de los trece lugartenientes las organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico.
Publicadas en el Diario Oficial de la Federación, la PGR buscaba, entre otros a Heriberto Lazcano Lazcano, El Lazca; Jorge Eduardo Costilla Sánchez, El Coss; Ezequiel Cárdenas Guillén, Tony Tormenta; Miguel Ángel Treviño Morales, L-40; Comandante 40; La Mona; Omar Treviño Morales, L-42, e Iván Velázquez Caballero, Talibán. La lista incluía los nombres de Joaquín Guzmán Loera y/o Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, El Chapo; Ismael Zambada García, El Mayo Zambada e Ignacio Coronel Villarreal, Nacho Coronel.
Garantizados los beneficios de testigo protegido e investido como Karen, el ex soldado confesó que aceptó unirse a los Zetas. “Bajo el nombre de clave 10-082 empecé a trabajar para los Zetas. Me pagaban trescientos dólares quincenales, que recibía de manos de Pedro Chávez, uno de los comandantes del GOP o Grupo Operativo Policial –cuerpo elite de la Policía Municipal de Nuevo Laredo– o de su segundo, de apellido Castillo, quienes recibían el dinero de mano de Talibán 50 o del personaje que éste enviara, para cubrir las cuotas de ayuda o pago por protección.
“Esta actividad, en la que estaba involucrado casi un noventa por ciento de los policía municipales de Nuevo Laredo, era diversa. Comprendía vigilancia, seguimiento y apoyo, en caso necesario a cualquiera de los Zetas. En ocasiones vigilábamos los movimientos en algunas casas que nos indicaran, seguíamos a los vehículos o gente que salía de ellas o deteníamos a cualquier vehículo que les pareciera sospechoso”.
En caso de duda, la situación era clara: “parábamos el automotor pretextando una revisión cualquiera, nos cerciorábamos que no llevaran droga ni armas, chocábamos las identificaciones y dábamos aviso a través de la radio que nos entregaba la organización. En ocasiones los reteníamos hasta que llegaron los Zetas o el propio Cuma se los llevaba hasta un punto, y no se volvía a saber del vehículo ni los tripulantes… a veces los mataban”.