A simple vista, Tangaroa Demant era un pescador cuya vida transcurría con tranquilidad sobre las aguas del norte de Nueva Zelanda, la isla vecina de Australia. En esa región moderna y sin aparente criminalidad, dentro de su bote “Buenos Tiempos” disfrutaba de sus mejores años. O, al menos, eso era lo que contaba.
Porque debajo de esa personalidad desapegada de lo material, se escondía la de un traficante que iba a robarle un cargamento de drogas a un sanguinario cártel mexicano. Una misión suicida.
En una mala inversión, Demant había perdido un millón de dólares, su negocio, cuatro casas y hasta su matrimonio. En esa casa flotante en la que había convertido su bote, Demant utilizaba una central de dispositivos con los que mantenía conversaciones encriptadas con proveedores de drogas sintéticas en todo el mundo. Con uno en particular le gustaba hacer negocios: un mexicano radicado en Nueva Zelanda, Ángel Gabriel Gavito Alvarado, quien presumía tener contactos sucios a más de 18 mil kilómetros de distancia.
Ambos se conocían desde diciembre de 2020, cuando Demant y su socio Waitai buscaban un cargamento mediano de narcóticos. Conocidos le presentaron al mexicano. Este se identificó como un distribuidor confiable con brazos que llegaban hasta el otro lado del mundo. Les prometió la mejor droga del mundo. Para probar su calidad, se apuraron a enviar un paquete liviano con cocaína, desde México hasta Nueva Zelanda.
En la víspera de Año Nuevo, la droga arribó a los mares de Oceanía y la calidad del polvo blanco agradó tanto a los neozelandeses acordaron que pagarían por el producto en unas dos semanas. Algo extraño en los negocios de la droga.
Como si se tratara de un episodio de ‘Breaking Bad’, Demant citó al mexicano Gavito el 14 de enero de 2021 en un ‘McDonald’s’, en la Isla Norte de Nueva Zelanda, para concretar la transacción. Ahí, con la discreta entrega de un sobre con dinero y un apretón de manos, Demant probó ser un puntual pagador y Gavito demostró su eficiencia como proveedor. Así se selló la sociedad entre ambos narcotraficantes.
Al día siguiente, 15 de enero, Gavito depositó 20 mil 600 dólares neozelandeses –casi un cuarto de millón de pesos mexicanos– a una cuenta personal en un banco local, el Westpac New Zealand. Y cinco días más tarde, transfirió 19 mil 676 dólares neozelandeses a un banco mexicano. El flujo de los billetes terminó cuando alguien en la colonia Real Vallarta, en Zapopan, Jalisco, retiró la cantidad.
Así fue como la Policía Nacional de Nueva Zelanda, que seguía los pasos de Demant desde septiembre de 2020 y tenía intervenidos sus teléfonos, se dio cuenta de que el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) estaba más afianzado en su país de lo que creían.
No era cualquier grupo criminal. De acuerdo con la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés), junto con el de Sinaloa, es el cártel con mayor presencia en el mundo con más de 45 mil representantes en más de 100 países, una expansión criminal jamás lograda.
Un documento judicial CRI 2021-070-1570, en poder de DOMINGA, da cuenta de cómo ese falso pescador con fachada hippie era socio de un representante del Cártel Jalisco Nueva Generación. Y estaba por intentar un movimiento tan osado como suicida: robar al narco mexicano una carga de cientos de kilos de cocaína.
Los neozelandeses comienzan a hacer negocios con ‘el mexicano’
Un mes más tarde, el 12 de febrero de 2021, Demant usó su teléfono supuestamente a prueba de espionaje para darle a su socio Waitai una emocionante noticia: Gavito, el mexicano, le proponía un nuevo negocio. Esta vez, les vendería “un par de kilos de ‘líquido’”. Los policías anotaban cada palabra escuchada, gracias a una orden firmada por un juez. Demant propuso recoger el paquete en Auckland, la urbe más grande de Nueva Zelanda, y trasladarse a Rotorua para revenderle un poco a su socio. “¡Sí, se está vendiendo como malditos hotcakes!”, celebró Waitai.
Los dos narcotraficantes estaban felices con su nuevo proveedor, quien ofrecía envíos frecuentes y excelente calidad de droga que llegaba desde el Pacífico mexicano, así que estaban listos para aumentar la cantidad de los pedidos: ya no querían comprar sólo unas pocas libras, sino 200 kilos de cocaína.
La operación parecía simple pero compleja en ejecución: Demant y Waitai usarían a un empleado aduanal –Swinton, de acuerdo a la acusación judicial–, infiltrado en el Puerto de Tauranga, el más importante al norte del país. Él se encargaría de usar su posición y conocimiento del lugar para recibir el cargamento de droga escondido en un contenedor a bordo de una embarcación comercial; lo llevaría lejos de los empleados aduaneros y de la policía para que fuera descargado rápidamente; luego lo trasladaría a una bodega escondida.
Swinton también debía conseguir a otro empleado, del otro lado del puerto, para que hiciera esa misma tarea, en caso de que el contenedor fuera desviado azarosamente a otra zona donde él no tuviera influencia. Así reclutó a su compañero Walsh, quien aceptó sin preocupación. “Las cosas salen mal todo el tiempo y los contenedores suelen acomodarse mal”, bromeó cuando aceptó la oferta de trabajo.
En un país como Nueva Zelanda, rankeado como el tercero menos corrupto –debajo de Dinamarca y Finlandia, según una medición de 2023 de Transparencia Internacional–, el crimen organizado con nexos en Jalisco había sobornado fácilmente a dos empleados de gobierno con la promesa de 250 mil dólares y un kilo de cocaína como pago en especie.
El 13 de marzo de 2021, una llamada entre el grupo encabezado por Demant alertó a las autoridades. La grabación capturó la conversación: “¿Cuánto es tres por nueve?”, preguntó Demant. “27”, respondió Swinton. “Recuerda esa fecha”.
La policía concluyó que el día 27 sería la fecha de arribo del “narcocontenedor” y se prepararon para una redada para incautar la droga y detener al grupo en el acto.
Pero cinco días antes de la fecha marcada, Demant llamó a su socio Waitai con una mala noticia: los proveedores mexicanos le habían pedido esperar una o dos semanas más. Había un problema con un teléfono, que Demant no alcanzaba a entender del todo.
Estaba frustrado, enojado. Gavito estaba faltando a su palabra y eso los ponía nerviosos, especialmente porque el mundo se cerraba otra vez: ese mes, la Organización Mundial de la Salud volvió a recomendar confinamientos tras declarar la tercera ola de la pandemia de covid-19, agravada por la variante Delta. Un retraso en la entrega por parte de los mexicanos significaba para los neozelandeses una gran pérdida de dinero.
Según los reportes consignados en la Suprema Corte de Nueva Zelanda, los policías asentaron que acelerarían su actuación: “en múltiples llamadas entre Demant y Waitai, ambos discutieron la intención de que, una vez que recibieran la importación de drogas controladas por el grupo criminal [CJNG] en México, ellos tomarían las drogas y no harían el pago requerido por el cártel”. Ese sería el castigo a Gavito por su demora.
Si la traición se concretaba, uno de los países más pacíficos del mundo podría ser salpicado de sangre. El CJNG no dejaría que su marca criminal fuera humillada de esa manera. Dejar pasar que unos criminales les robaran 200 kilos de cocaína, sería tanto como permitir que otros siguieran el ejemplo. Muy seguramente habría una sanción ejemplar y pública para la banda de Demant.
Las autoridades entendieron que era tiempo de dejar de escuchar y empezar a actuar. La fase más crítica del “Operativo Tarpón”, iniciado con las intervenciones telefónicas, tenía que arrancar.
Nueva Zelanda era una puerta para conquistar Australia
En una casona del barrio de Polanco, en Ciudad de México, la entonces embajadora de Australia en México, Patricia Holmes, me dijo algo que no esperaba admitir con tanta candidez: “Mi país tiene un problema de crimen organizado y está relacionado con los cárteles mexicanos”. Nuestra entrevista ocurrió en junio de 2023, cuando yo iniciaba un proyecto sobre la presencia de los cárteles mexicanos en lugares más lejanos del mundo.
Un mes después, Holmes cedería su lugar a la actual embajadora Rachel Moseley. No sé si Holmes sabía que tenía los días contados en México, pero su franqueza me hace suponer que sí. No es común que una diplomática acepte ante un periodista que los cárteles están afectando la seguridad de su país, especialmente si a esa nación se le considera “de primer mundo” y tiene una imagen global de instituciones fuertes y a prueba de sobornos.
“El consumo de metanfetaminas ha aumentado significativamente. También la cocaína. Australia es un país rico y como estamos lejos de los países de origen de la droga, hace que el precio sea alto, pero los usuarios pueden pagarla porque hay dinero en el país […]. Más de la mitad de la metanfetamina incautada en Australia se originó en México”, reconoció la representante, quien también es madre de adolescentes y ha escuchado de ellos que las drogas recreativas recorren su país como si incluyeran un acelerador.
Un año más tarde de nuestra charla, la Comisión Australiana de Inteligencia Criminal lanzó un informe en julio pasado en el que describió a su propio país como “una nación de estimulantes” y reconoció que, entre los 30 países más importantes de Europa, Oceanía, Asia y América, Australia está en el segundo lugar global de consumo de metanfetaminas y cocaína, debajo de Estados Unidos en ese deshonroso ‘ranking’.
Con una población de casi 27 millones de personas, se trata de un mercado en el que cualquier organización criminal quisiera participar. Ahí, los cárteles pueden vender hasta 3000% más caro una sola dosis: en la Unión Americana, una dosis de “meth” puede costar en la calle unos 100 pesos mexicanos, pero en el país de los canguros la misma cantidad puede venderse hasta en 3 mil 200, según la ONU.
“Australia tiene agentes en México”, reconoció Holmes, confirmando un viejo rumor: la conexión narcótica entre ambos países ha provocado que la Policía Federal Australiana, desde 2017, tenga integrantes dispersos en territorio mexicano haciendo labores de inteligencia criminal. Una especie de la DEA pero de Oceanía.
Para conquistar Australia, los cárteles debían entrar por algún lado. Y el acceso más vulnerable era Nueva Zelanda, a sólo mil 500 kilómetros de distancia. Anthea McCarthy, investigadora de fenómenos criminales en la Universidad de Nueva Gales del Sur, tiene una fecha para el inicio de la invasión de los cárteles mexicanos: 2015.
“Anteriormente, todo lo que tenía que ver con cocaína nos remontaba a Colombia. Hasta que en 2015 hubo un informe encargado por el gobierno australiano sobre drogas sintéticas y ahí comenzó a aparecer México. Luego, 2019 se volvió un año de mega incautaciones conectadas a los cárteles mexicanos”, dice.
Nueva Zelanda solía ser un lugar para enviar drogas a Australia, pero hay muchas pruebas que demuestran que ya es un mercado de consumo.
El narcomayoreo fuera de México
“Una de las cosas realmente interesantes que he encontrado es que el cártel de alto alcance ya no es el de Sinaloa, sino que aparece con más frecuencia el [Cártel] Jalisco Nueva Generación”, dice Anthea McCarthy desde su cubículo en una videollamada.
El negocio de los cárteles, asegura, está en el narcomayoreo, es decir, la comercialización de grandes volúmenes de narcóticos fuera del país. Para ello, los grupos criminales tienen a viajeros que van por el mundo imitando a Fernando de Magallanes y conquistando nuevas tierras. Como Gavito Alvarado.
Por otro lado, el narcomenudeo en Nueva Zelanda –o la distribución de dosis personales– ya no lo hacen los cárteles mexicanos, sino las llamadas OMCG (Outlaw Motorcycle Gangs, cuya traducción al español sería Bandas de Motociclistas Fuera de la Ley). Son clubes de dealers que se mueven sobre ruedas en ciudades cosmopolitas y millonarias vendiendo la droga creada en barrios paupérrimos de Jalisco, Colima o Nayarit.
“Ahí está el caso de dos personas de Nueva Zelanda que estaban operando un corredor de drogas. Hacían envíos que iban y venían de México. Obviamente estaban siendo atacados y grabados por la policía. Y al parecer pensaron que sería buena idea aceptar un cargamento de cocaína y no pagarlo. ¡Qué idiotas!, ¿no?”, se burla McCarthy.
Hay formas menos dolorosas de suicidarse que robarle dinero al Mencho.
El operativo detuvo el plan de robarle al ‘Mencho’
Aunque la Policía de Nueva Zelanda sabía que el cargamento de cocaína no llegaría el 27 de marzo de 2021 a su país, a través del espionaje telefónico contra Demant, de cualquier modo montaron un discreto operativo. La guardia se extendió hasta el día siguiente y ningún cargamento de droga, aparentemente, llegó hasta el Puerto de Tauranga.
La quietud preocupaba a los agentes. Demant, Waitai y Gavito seguían haciendo negocios sucios como la compra y venta de metanfetaminas, pero habían vuelto al narcomenudeo. Eso hizo que la Policía de Nueva Zelanda intuyera que los 200 kilos de cocaína aún estaban por llegar y que el mexicano no sabía que sus socios planeaban abandonarlo con una deuda de unos 946 millones de pesos. Un saldo pendiente de ese tamaño acarreaba, con certeza, una serie de asesinatos.
Así que un mes después, el 28 de abril de 2021, las autoridades locales se cansaron de esperar un eventual baño de sangre y quitaron la correa al denominado “Operativo Tarpón”. Policías, militares, peritos, guardacostas, agentes aduanales y binomios caninos se lanzaron a los domicilios de los narcotraficantes, que ya estaban ubicados por la geolocalización de sus teléfonos intervenidos. En el nombre de la misión iba implícito el objetivo prioritario: “tarpón” en español significa “sábalo”, un tipo de pez muy popular en Nueva Zelanda. Demant contaba a sus familiares y amigos que sus ingresos se debían a sus habilidades como pescador de esa especie parecida a la sardina.
Al día siguiente, las autoridades neozelandesas anunciaron con orgullo la doble hazaña: no solo habían hecho ocho arrestos simultáneos—incluido el de Gavito y otro presunto cómplice mexicano de apellido Moreno González—, sino que lo habían logrado sin un sólo disparo ni sangre de por medio.
Demant reconoció que había “perdido el compás moral de su vida”. Una década antes de su arresto tenía una vida de ensueño: llevaba 30 años casado con el amor de su vida, con seis hijos e hijas que lo amaban y un exitoso negocio legal de exportación de langostas hacia China. Hasta que perdió un millón de dólares en una mala inversión.
“Fui arrogante y me dejé deslumbrar por el dinero fácil”, dijo a la capturista durante su juicio. “Elegí ir por un camino oscuro. Era débil y cedí ante la tentación”.
Esa tentación se llamó Ángel Gabriel Gavito Alvarado, nacido de Guadalajara, a quien conoció a principios de 2020 cuando el tapatío llegó a Nueva Zelanda como conquistador del CJNG con la fachada de ser el nuevo jefe de operaciones de una empresa camionera en el Puerto de Tauranga.
Demant fue sentenciado a siete años de prisión y dos meses; Gavito a tres años y ocho meses; los demás a penas variables, según su rol en la banda y el agravante de la tentativa de traficar droga aprovechándose de sus puestos en el gobierno local.
El arribo de un misterioso contenedor metálico
La historia bien podría terminar aquí y hacerlo con un final feliz, pero hay un epílogo que no deja descansar a la Policía de Nueva Zelanda: el 26 de julio de este 2024, agentes aduanales en el Puerto de Tauranga identificaron un contenedor metálico, entre los cientos que arriban todos los días, con una sustancia sospechosa.
Cuando los inspectores revisaron el contenido se dieron cuenta que estaban frente a 175 kilos de metanfetaminas, suficientes hasta para nueve millones de dosis. Tras retirar la carga, los agentes neozelandeses confirmaron sus sospechas: se trataba de otro contenedor que había salido de México.
El Cártel Jalisco Nueva Generación había perdido unos pocos soldados con la Operación Tarpón, pero sigue en su testaruda guerra por conquistar Oceanía.
Fuente.-MILENIO/
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