A unas 12 horas de asesinar, presuntamente, de un balazo en la cabeza a su pareja sentimental y socia en la Colonia Cumbres Mediterráneo, el presunto agresor se quitó la vida con un vidrio en la habitación de un hotel, en el Centro de la Ciudad de Monterrey,en N.L.
Que dicen que ocurrió:
Yaneli Pardo, de unos 38 años, fue encontrada sin vida junto a su camioneta Toyota Rav-4, la cual quedó volcada en un canalón de un parque hundido.
Se cree que Alejandro Garza Treviño, de 40 años, como fue identificado el presunto homicida, asesinó de un balazo en la cabeza a Pardo, con quien se presume sostenía una relación sentimental, después de sostener una discusión que quedó grabada por cámaras de seguridad.
Después de cometer el crimen, Garza Treviño fue encontrado sin vida en una habitación del Hotel Plaza Oro, ubicado sobre la calle Hidalgo, en el Centro de la Ciudad.
El crimen, que inicialmente fue reportado como accidente vial, se cometió alrededor de las 8:50 horas, en el tramo del arroyo ubicado entre las calles Córcega y Lince, en Cumbres Mediterráneo.
Sobre el hombre que se vio en un video mientras la agredía, antes de que ella fuera encontrada muerta, se dijo que era su socio financiero, quien supuestamente trabajaría como ejecutivo en una sucursal del Banco Afirme.
En el video captado por las cámaras de seguridad de una vivienda, se aprecia que el hombre, vestido de negro, quien sería Garza Treviño, agrede a la víctima que estaba a bordo de su camioneta estacionada detrás del auto que sería del agresor.
Se escuchan detonaciones, aparentemente de arma de fuego, las que provocan que la víctima baje de la camioneta, trate de huir y se caiga al suelo, donde el agresor sube encima de ella.
La mujer logra tranquilizar al hombre al mencionarle que se había golpeado fuerte en la cabeza, mientras le pedía que se calmara y esté la ayuda a levantarse.
Posteriormente la dirige al asiento del conductor de la camioneta, mientras él saca algo de su auto blanco estacionado frente al vehículo de la mujer, para luego subirse como acompañante.
Finalmente arrancan la camioneta con ambos a bordo y minutos después ella es encontrada muerta en el el arroyo.
El vehículo Audi del sospechoso fue encontrado abandonado no muy lejos del sitio donde la mujer quedó sin vida.
Se cree que después de cometer el crimen y al enterarse que había sido grabado, el presunto agresor se escondió en el hotel, en donde decidió quitarse la vida con un vidrio.
Lo que realmente ocurrio:
Era un pleito doméstico común, de esos que empiezan con una frase mal dicha y acaban con la furia latiendo detrás de los ojos. Pero este no terminó con portazos ni silencio incómodo: terminó con una pistola, un disparo y un cuerpo volcado junto a una camioneta Toyota Rav‑4. Y doce horas después, otro cuerpo más: el del hombre que decidió dejar la escena final en la habitación de un hotel, usando un pedazo de vidrio como último instrumento.
En Cumbres Mediterráneo, donde las calles tienen nombres con pretensiones europeas, ocurrió un arrebato profundamente humano, pero de esos que nos cuesta admitir como tales. Porque el asesino no era un monstruo de manual, sino un tipo de 40 años con empleo, cuenta bancaria y una reputación de persona razonable. Lo que falló no fue su biografía, sino la tormenta bioquímica que arrasó su cabeza.
Primero vino el estrés, ese cóctel hormonal que enciende la amígdala cerebral y apaga la lógica. Luego el cortisol, la adrenalina, los latidos que sacuden el pecho como si exigieran acción. La discusión sube de tono, el cuerpo se tensa, el lenguaje racional se esfuma. En ese punto, el cerebro reptiliano —ese fósil que cargamos todos— toma el control. Ya no hay negociación, sólo impulso. Y el impulso tiene gatillo.
La grabación de la cámara de seguridad capta el crescendo: él, vestido de negro, la confronta; ella, atrapada entre el miedo y la esperanza, intenta calmarlo, aparentemente lo lógra,la camioneta parte y el parque hundido se convierte en escenario de un crimen que sería, por minutos, mal leído como accidente.
Después, la fuga. La culpa, ese neurotransmisor moral, se derrama lento como veneno. El cerebro del agresor comprime su propia existencia en una espiral de desesperación: dopamina a cero, serotonina destruida, adrenalina sostenida al máximo. El cuerpo, literalmente, se quema. Unas horas más tarde, ya en el Hotel Plaza Oro, la frase final la escribe él mismo, con un vidrio que hace de espejo y cuchilla. Fin del acto.
Los noticiarios lo resumirán como tragedia pasional. Los forenses dirán “homicidio suicida”. Pero lo que ocurrió fue la expresión perfecta del defecto humano más brutal: la incapacidad de sostener el control cuando el cuerpo ya decidió estallar. La biología no entiende de civismo ni de amor propio; es una maquinaria que, cuando se satura, ejecuta con precisión de laboratorio.
No hay lección redentora. Solo el recordatorio de que el monstruo no vive afuera, sino dentro, esperando su detonante cotidiano: una discusión, un fracaso, una humillación mínima. A veces basta un mal día para que el animal que somos tome la palabra, apague la mente y dispare.
Con informacion: ELNORTE/

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