En San Salvador Huixcolotla la muerte llegó en convoy, cronometrados y con GPS, cámaras encendidas y una coreografía de guerra. No fue un ataque improvisado, fue una emboscada planeada al milímetro, ejecutada con el descaro de quien sabe que puede grabar su crimen y subirlo a redes como si se tratara de un videoclip.
La madrugada del 3 de noviembre, tres policías municipales —Yusami Monterrosas Apolinar, subcomandanta; y los agentes Roberto Pérez Trinidad y Arturo Jiménez Ortigosa— avanzaban por la carretera federal Puebla–Tehuacán sin imaginar que en el acceso principal al municipio los esperaba una jauría armada. Dos camionetas interceptaron su unidad y, durante cuarenta segundos de fuego cerrado, el sonido de los fusiles se volvió la única ley en Huixcolotla.
El video del ataque, difundido con frialdad quirúrgica, muestra a los sicarios del autodenominado grupo Operativa La Barredora, bajo las siglas del Cártel Jalisco Nueva Generación, posando entre ráfagas y adrenalina. Lo grabaron todo: el terror, los disparos, la firma criminal. No bastaba matar; había que dejar constancia.
Tras el asesinato, el miedo hizo lo suyo. Dieciocho de los veinte policías municipales renunciaron en masa, dejando al municipio prácticamente sin fuerza pública. La Secretaría de Seguridad Pública de Puebla tuvo que tomar el control inmediato mientras su titular, el vicealmirante Francisco Sánchez González, hablaba de “dos líneas de investigación” y “falta de evidencia conclusiva”.
El alcalde, Manuel Alejandro Porras Florentino, alegó que no había reportes de riesgo ni se habían pedido refuerzos, pero esas palabras suenan huecas en un pueblo donde el silencio ya es sinónimo de supervivencia. La emboscada fue más que un ataque: fue un mensaje calculado, una demostración de poder grabada en tiempo real, la prueba de que en Huixcolotla la guerra ya no se esconde… se publicita.
Con informacion: LA OPINION/

No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: