Lo dijo sin titubeos por que no sabe lo que estaba diciendo, como quien enciende una alarma pero finge que solo comenta el clima. El Secretario de Seguridad Federal, el estratega de curricula manchada como exPolicia Federal Mañoso,el que avanza vertiginoso encendiendo lumbres en vez de apagarlas,Omar García Harfuch, admitió lo indecible: que el narco ya no teme morir, que el sicariato no retrocede, que la ecuación del crimen incluye con frialdad el costo de la propia vida. Es, en todo caso, el salto definitivo hacia la barbarie calculada: matar y morir como parte del mismo contrato.
El “agresor suicida desechable” ,vestido de sudadera, pantalón negro y tenis, llegó al festejo del Día de Muertos en Uruapan no como espectador, sino como oferente. Su ofrenda, el fuego de un arma ya probada en combates previos. Mata al alcalde Carlos Manzo y cae enseguida, cumpliendo su profecía perfecta: ejecutar y extinguirse, dos verbos ya inseparables en la liturgia criminal mexicana.
Mientras tanto, en la retórica blindada de la conferencia matutina, García Harfuch enuncia “indignación” —palabra que en boca del Estado suena más a trámite que a emoción—. Se indigna el Gabinete de Seguridad, se indigna la Presidenta, se indigna el país entero… pero el mensaje que trasciende es que los sicarios están listos para inmolarse con disciplina paramilitar, mientras el resto de ejecuciones siguen impunes en medio de la verborrea de un payaso de alto impacto que juega mediaticamente al superhéroe.
No llevó identificación, dicen. Claro, tampoco la necesitaba: su identidad real no era la de un ciudadano, sino la de un mensaje. El Estado cuenta casquillos, levanta peritajes y busca la huella digital del muerto.
Pero lo que importa no es quién fue, sino lo que representa: un modelo de atacante que ya no teme ser capturado porque su misión termina con su último disparo.
Así, la violencia mexicana cruza otro umbral: ya no solo hay asesinos reclutados por dinero, sino soldados kamikazes del vacío, operarios del sacrificio. Y cada vez que el poder admite, con resignación técnica, que “sabía que iba a morir”, lo que realmente está diciendo es que el país se acostumbró a la idea de que matar y morir se han vuelto la misma tarea del mismo fracaso que preludia mas violencia, no menos.
Con informacion: ELHERALDO/

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