La decisión del gobierno de Morena en Sinaloa,la de seguir contratando otros 80 vuelos mas para bombardeo de nubes con recursos públicos, estimados en hasta 12 millones de pesos para 2025, es un reflejo de una política pública en la que lo inverosímil y lo cuestionable conviven con la urgencia de resolver una crisis de sequía severa.
Argumentos serios (y su lado jocoso):
- Fondos Públicos y Poca Transparencia: Se destinarán millones de pesos a una estrategia cuyos efectos, aunque reportados como “exitosos” por las propias autoridades (alardeando un incremento entre 35% y 60% en la lluvia captada), carecen de consenso científico y evidencia concluyente entre especialistas internacionales en ciencias atmosféricas.
- Cambio de Esquema y “Contabilidad Creativa”: El pago por vuelo, que ronda los 100,000 pesos cada uno (según contratos públicos), facilita que se realicen innecesariamente más vuelos cada vez que aparecen nubes, pues la medición real de resultados queda a discreción de quien emite los reportes mensuales, ya que el éxito del “bombardeo” se da casi por hecho si llueve tras el vuelo.
- El Futbol y la Ciencia: La estrategia tiene un aire a “esperemos que ahora sí llueva” o que “con fe y tecnología internacional”, como se ha declarado oficialmente, “mejorarán los niveles de las presas”. Suena más a discurso motivacional —o a la promesa de un milagro en la cancha— que a rigor técnico o planeación hídrica responsable.
Nos ven la cara de tontos
Es legítimo, y casi obligado, como periodistas y como ciudadanos, demandar una supervisión independiente, acceso a los datos técnicos y transparencia completa en la justificación de este gasto. ¿Dónde están los estudios previos, los resultados auditados externamente y los reportes públicos de eficiencia? El gobierno debe responder por qué insiste año tras año en una política de alto costo y resultado dudoso, sobre todo considerando que en experiencias pasadas la “estimulación” ni siquiera logró recuperar niveles mínimos en las presas.
Si la crisis de agua es real, también debe serlo el escrutinio: ningún funcionario—ni avión—debe volar encima de la ciencia ni de la rendición de cuentas. Lo serio aquí es que, entre lo risible de bombardear nubes con bengalas y esperar un aguacero de millones, quien termina mojado es el ciudadano… ¡pero de dinero!.

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