Con nadie ha sido tan condescendiente el Presidente como con el señor Guzmán Loera, como le dice el respetuosamente. Todas sus solicitudes son atendidas en la “mañanera”; su abogado se siente con la certeza de que cualquier mensaje que venga del narcotraficante que purga cadena perpetua en Estados Unidos será atendida en Palacio Nacional. López Obrador tuvo con la madre de “El Chapo” un gesto que no ha tenido con nadie más ¿Qué gana el Presidente con esto?
Lo primero que ha ganado es una tunda de parte de la oposición, que lo acusa un día sí y otro también de tener vínculos con el crimen organizado. Nunca le han probado nada, como tampoco los seguidores de Morena han probado nada en contra de Felipe Calderón, pero es parte del juego de poder, de esa política ramplona y de golpeteo. Aunque las críticas le hagan lo que el viento a Juárez, en la más elemental de las lógicas resulta absurdo que el Presidente siga poniendo el pecho por “El Chapo” y haga eco de sus demandas.
El Canciller Ebrard ya dijo que no hay nada que hacer. Es una batalla perdida de antemano que no se desgastará en pelear. Sin embargo, para sorpresa de propios y extraños, el Presidente sigue insistiendo en ello y le destina el tiempo y la compasión que no tiene para los niños con cáncer. ¿Por qué?
Lo primero que hay que entender es que “El Chapo” Guzmán es mucho más que un narcotraficante, es un icono de la cultura popular, una especie de “Chucho el Roto” del siglo XXI. Nadie como él se ha burlado de las autoridades, de las mexicanas y de las estadunidenses. En la cultura pop “El Chapo” no es un criminal sanguinario, sino el chaparrito, astuto y bonachón, que las series de televisión muestran incluso como simpático, vivaracho, buen hijo y mejor padre (al menos con las hijas menores).
Es a esta especie de Speedy González, a esta caricatura de la era de las narcoseries y no a al sanguinario criminal que después de torturar a sus enemigos los tiraba vivos en una hoguera para que no quedara rastro de sus cuerpos, a quien defiende el Presidente. Por supuesto que no quiere a Guzmán en una cárcel mexicana, nadie compra problemas, mucho menos lo quiere libre generando violencia en las calles. Andrés Manuel quiere a “El Chapo” que está encerrado en una televisión, congelado en un póster, cosificado en una marca de ropa, estampado en una gorra o inmortalizado en un corrido.
“Yo me hinco donde se hinca el pueblo”, ha repetido hasta el cansancio López Obrador. Y si el pueblo se rinde ante esta parodia de narcotraficante, él también lo hará.
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