Programas sociales, vacunas y combustible. En definitiva, apoyo político y económico frente a lo que Andrés Manuel López Obrador ha calificado de “rabia conservadora”.
La iniciativa diplomática de México que, en un gesto sin precedentes en los últimos años, ofreció ayuda al Gobierno peruano de Pedro Castillo tiene un significado profundo que habla de las zozobras del país andino y, al mismo tiempo, de la Cuarta Transformación, su alcance y su visión de los equilibrios regionales. El presidente mexicano ha revelado este jueves, antes que su homólogo peruano, cómo se fraguaron estos vínculos y ha dejado clara su intención de volcarse con el maestro izquierdista que ganó a las élites las urnas y ahora, ha afirmado, sufre “una guerra sucia” de sus adversarios. López Obrador hasta ha especulado con un intento de golpe de Estado. “Cuenta con nosotros, porque eso es una especie de preparación a un derrocamiento. Echarle al pueblo encima, lo que practican en otras partes, lo que hemos visto ya en la historia, lo que están haciendo, por ejemplo, con Cuba”, ha enfatizado durante la conferencia de prensa matutina.
Primero movió ficha Castillo, que todavía no lleva cinco meses en el poder y ya ha tenido que afrontar varias crisis, dimisiones y un intento de moción de censura. Pidió apoyo y la respuesta del Ejecutivo mexicano fue casi inmediata. La semana pasada viajó a Lima una delegación encabezada por el secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, la subsecretaria de Bienestar, Ariadna Montiel, y la directora de la Agencia Mexicana de Cooperación para el Desarrollo, María Elena Carrillo, de la Secretaría de Relaciones Exteriores. La misión tenía el propósito de asesorar sobre programas sociales, por ejemplo, para adultos mayores y jóvenes. “Para ayudar al pueblo de Perú en lo que podamos”, ha explicado López Obrador. “Fue un avión de la Fuerza Aérea Mexicana. Estuvieron allá y ofrecimos ayudar con combustible. Se ofrecieron vacunas, pero ya, la verdad, tienen vacunas, y en el caso del combustible nos plantearon que tienen el gas y que están saliendo”.
¿En qué se concretó, entonces, la misión? Esencialmente, en respaldo político. “Hay información de que ha habido agresiones, incluso a militares. Entonces vamos a estar nosotros pendientes”, ha advertido el mandatario mexicano al ser preguntado al respecto. “Decirle a él que no está solo, también a nuestros hermanos peruanos [...]. ¿En qué cabeza cabe quitar a un presidente a dos meses o tres de haber tomado posesión? ¿Sólo por la rabia conservadora, por los intereses de las minorías?”, se ha preguntado.
La decisión de López Obrador, que en los últimos meses ha mostrado su respaldo incondicional también al presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, sobre todo frente al bloqueo económico y a las sanciones internacionales, supone un giro copernicano en la estrategia diplomática del Gobierno mexicano. El político que siempre había sostenido que “la mejor política exterior es la interior” ha pasado a tejer una red alianzas regionales cada vez más profunda. Y lo ha hecho en distintas direcciones, a veces encontradas. De la cooperación cotidiana y las buenas relaciones con Estados Unidos al impulso de un eje progresista en América Latina, especialmente con Argentina y Bolivia. México fue el primer país que ofreció asilo al expresidente Evo Morales tras su derrocamiento en noviembre de 2019. La Paz es el principal modelo para la explotación del litio, mientras que el Ejecutivo de Alberto Fernández es un aliado crucial en la llamada diplomacia de las vacunas, una apuesta del canciller mexicano, Marcelo Ebrard.
López Obrador se ha adelantado a las críticas que ya suenan en Perú por lo que la derecha califica de injerencia. “Nosotros somos muy respetuosos de la independencia de los países. Es un principio de nuestra política exterior la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Pero, también, como parte de la política exterior de México nosotros tenemos que defender la cooperación o lleva a la práctica la cooperación para el desarrollo entre países y pueblos, y también derechos humanos, y siempre buscamos un equilibrio”, ha justificado el mandatario.
Presión de la oposición peruana
El presidente peruano ya recibía ataques por sus vínculos internacionales desde el fin de semana pasado, cuando Evo Morales anunció que realizaría en Cusco una reunión de la plataforma subregional Runasur, formada por movimientos sociales, sindicales y organizaciones indígenas. Tres excancilleres peruanos conservadores calificaron anticipadamente la cita como “perniciosa” y una “clara amenaza” a la soberanía, la integridad territorial.
Los exministros agitaban un supuesto objetivo separatista para formar una “nación aymara”. La misma idea que comparte el congresista fujimorista Ernesto Bustamante, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Parlamento, un grupo de trabajo que hace un par de semanas llegó a declarar persona non grata al expresidente boliviano. Morales suspendió su visita a Perú en medio del vendaval, las críticas remitieron, pero días después, la revelación de López Obrador del pedido de respaldo del mandatario peruano dio nuevo impulso a las críticas de la oposición a propósito de las conexiones internacionales del maestro rural.
Una de de las más duras la lanzó la presidenta de la comisión constitucional del legislativo, Patricia Juárez, del fujimorista Fuerza Popular. “¡Qué interesante!”, espetó a través de Twitter. “Y así la izquierda chavista acusa de interferencia a la presidenta del Congreso María del Carmen Alva por la reunión protocolar en España [donde visitó el Congreso de los Diputados en Madrid], cuando el propio Pedro Castillo llama al presidente de México, López Obrador, para que interfiera en la política nacional”, escribió Juárez. La primera ministra, Mirtha Vásquez, consultada en una rueda de prensa sobre la comunicación de Castillo con el presidente mexicano, respondió que fue una reunión con “toda legitimidad” y representa una “colaboración entre Estados”.
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