El 14 de noviembre de 1921 una persona detonó una bomba a los pies de la Virgen de Guadalupe. Un fuerte estruendo, una inmensa nube de humo, seguidos de gritos de los asistentes que se encontraba en la Basílica de Guadalupe, así fue como se vivió el atentado, según describieron las personas que presenciaron el atentado a EL UNIVERSAL.
Muy en sintonía con el recinto religioso, de milagro no hubo muertos y sobre todo, la Virgen no se vio afectada, pues sólo se destruyó la base. Aun así, los presentes se mostraron dispuestos a “ejecutar” a un presunto culpable.
Un atroz atentado en la Basílica de Guadalupe
15 de noviembre de 1921
Una bomba hizo explosión al pie de la imagen de la Virgen, destruyendo la base en que descansa el cuadro
Gran indignación causó entre todos los católicos el intento criminal
La masa popular, profundamente excitada, intentó dar muerte a un hombre capturado como presunto responsable de haber querido volar la imagen.
Ayer tarde la ciudad estaba conmovida profundamente. A medida que la noticia del tercer atentado dinamitero antirreligioso se fue extendiendo por los ámbitos de la ciudad, la indignación pública fue en aumento, hasta convertirse este hecho reprobado en todas partes, por su inutilidad y salvajismo, en el tema de todas las conversaciones.
Especialmente en los círculos religiosos capitalinos se notaba una profunda consternación. El atentado contra la imagen juandieguina, venerada en toda la República con verdadera unción, ha sido causa de que ya hayan derramado muchas lágrimas los creyentes, que se hayan levantado enérgicas protestas de los tradicionalistas, y que la mayoría del pueblo metropolitano, desde las clases más elevadas hasta las más humildes, tradicionalmente católicas, hayan sentido dentro de sus corazones, una activísima renovación de su fe.
Primeros informes del atentado
Poco después de las diez de la mañana e instantes más tarde de que explotó la bomba, recibimos las primeras noticias por la vía telefónica. Nuestros reporteros se constituyeron inmediatamente en el sitio de los sucesos, habiendo llegando a la legendaria Basílica, cuando aún las autoridades no daban fe del terrible suceso y por tanto tuvimos a la vista, en el sitio de la explosión, todo y tal como había quedado.
Al pie del bello altar de mármoles y oro, sobre la alfombra que cubre los entarimados del altar, estaba tirado el gran Cristo de bronce, duramente flexionado por la acción de los gases explosivos de la bomba. Y bajo la figura del Nazareno un grueso candelabro. Las ceras que contenía estaban regadas hechas mil pedazos. La parte superior del altar, quedó totalmente destrozada y sobre las graditas de blanco mármol había mil fragmentos de cristal de los jarrones.
La imagen taumaturga estará intacta
Inmediatamente después levantamos la cara hacia el sitio en donde la imagen taumaturga de Juan Diego se encuentra encerrada en su marco de oro. Venturosamente estaba intacta, pues ni siquiera los cristales que la guardan de la acción destructora del tiempo se habían roto. Solamente la base en que descansa el gran cuadro, destruída en gran parte y arrancados de cuajo de los grandes bloques de mármol que la forman.
Abajo, llenando literalmente las amplias naves, todo el pueblo que confuso, aturdido, terrible, iba a conocer la magnitud alcanzada por la explosión.
Un sordo murmullo se levantaba como el ruido de una ola tormentosa.
El estallido infernal
Se registró la explosión. Un ruido de infierno vino a romper esa solemne hora contemplativa y de elevación espiritual. Nadie se esperaba que la suave armonía del órgano en el coro y que los ecos tristones de los cantos se rompieron bruscamente, ahogados por la terrible detonación que conmovió hasta en los cimientos al viejo edificio y que se esparció rápidamente por todo el pueblo florido que se levanta rodeando la Basílica Sagrada. Una densa nube de humo -dicen los testigos presenciales- envolvió rápidamente el severo altar cubriendo por completo el áureo marco de la imagen. Por un momento se creyó que vendría abajo la airosa bóveda.
Un grito de angustia, intenso grito de dolor se escapó de los centenares de fieles que en aquellos momentos estaban en el recinto.
-“Inmediatamente comprendimos que aquello era obra de la dinamita”- dice uno de los sacerdotes de la Villa-. Y como el polvo y el humo envolvió todo, supusimos que la imagen de Nuestra Santísima Virgen había quedado reducida a polvo.
- Pero al disiparse aquella espesa nube vimos ¡oh santo milagro de Dios! que la imagen de su Madre Purísima estaba intacta.
El pueblo se arrojó inmediatamente hacia el altar, pues se creía que probablemente todos los oficiantes debían haber resultado muertos o gravemente heridos.
Entre tanto, la policía y las tropas invadieron también la iglesia, costando gran trabajo desalojar el presbiterio de los creyentes que ya lo habían invadido.
La presencia de la tropa dentro del templo marcó un nuevo capítulo a esta horrible tragedia. Una viva reacción religiosa se apoderó de todos y comenzaron a cantar himnos en acción de gracia por haberse salvado la imagen y porque la sangre sacerdotal y de los creyentes no manchó las baldosas del templo augusto.
“Ese fue el autor del atentado”
De la Basílica salió -dicen los que lo vieron- con paso lento, pero con el semblante descompuesto, un hombre, quien procuraba ganar las afueras. Tras de él seguían un grupo de mujeres, de las que estaban en el templo cuando la expulsión. Poco después de la reja del atrio de la Basílica, esas mujeres denunciaron ante un oficial de la policía al hombre sospechoso, diciéndole al primero:
- “Ese es el autor del atentado”.
El oficial, con ayuda de un gendarme, lo capturó inmediatamente y en cuanto se dieron cuenta de la detención, todos aquellos consternados católicos se transformaron como por ensalmo de pacientes en energéticos indignados creyentes, que se sentían ofendidos en lo más profundo y más sincero de su fe religiosa.
Y aquella mole se arrojó sobre el presunto dinamitero pretendiendo ejercer justicia por su propia mano, arrancándole la vida violentamente. la policía tuvo que dar entonces protección al detenido para evitar que fuera víctima de la indignada multitud. Hubo necesidad de que vinieran más tropas para contener la avalancha. La turba siguió al prisionero pidiendo su inmediata ejecución y todavía después de que lo hubieron internado en la Presidencia Municipal, los grupos se quedaron frente al edificio pidiendo su entrega.
Las casas de la Villa quedaron vacías, pues no hubo un ser capaz de salir a la calle que no se acercara al Templo para conocer por sí mismo la magnitud de la explosión.
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