Una mentira, bien hecha y correctamente preservada, puede lograr grandes cosas. En el caso de México, los Niños Héroes, como pasaje histórico y mentira trascendental, lograron unificar una nación en torno a sus mitos y leyendas, tanto los reales como los falsos.
Esta celebración es una de las más campechanas de nuestro país. Existen tantas versiones como sabores de tamales, y todas ellas, en mayor o en menor medida, nos conducen hacia la terrible verdad… que en realidad es una mentira.
De manera oficial, la Presidencia de la República lo resume así:
El 13 de septiembre de 1847, los Niños Héroes nos dieron una lección de orgullo, coraje y dignidad, al resguardar el Castillo de Chapultepec frente al asalto de tropas invasoras. (Vía: Presidencia de la República)
Entre los mitos más populares en el imaginario colectivo de este hecho están la valentía patriótica de Juan Escutia, la rebeldía sin causa de unos cadetes castigados por malhechores, y la farsa de su edad. Sin embargo, para entender todos y cada uno, tenemos que regresar al punto de origen de la mentira.Durante 1846, Estados Unidos declaró la guerra a México y, para honrar la historia y tradición gringa, invadió el territorio nacional. El conflicto comenzó gracias a los ciudadanos texanos que, a pesar de llevar 10 años separados de México, seguían sin respetar los acuerdos fronterizos, al igual que los mexicanos.
El gobierno fugaz de Mariano Paredes y Arrillaga no supo mediar el conflicto, que se elevó hasta el punto de la declaración inmediata de guerra el 13 de mayo de 1846 por parte de Estados Unidos, que quería a los texanos ya como parte de su territorio.
Batalla del Castillo de Chapultepec. (De Adolphe Jean-Baptiste Bayot – Published in the 1851 book “The War Between the United States and Mexico, Illustrated”.,
Lo que siguió al estallido de la guerra fue una serie de batallas que llevaron a la defensa del Castillo de Chapultepec. El único castillo del valle de México (que en realidad es un alcázar) vio sus puertas defendidas por varios batallones… todos arrasados por el ejército norteamericano.
Los últimos en caer fueron seis niños de la Escuela Militar Nacional: Juan de la Barrera y los cadetes Agustín Melgar, Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Vicente Suárez y Juan Escutia. Estos también fueron avasallados sin piedad alguna, pero cayeron como los grandes, o eso es lo que dicen los libros de historia.
La historia y el mito nacieron con Benito Juárez. El presidente oaxaqueño fue la primera persona en hablar de esta gesta heroica en 1871, 25 años después de ocurrido, en medio de una campaña electoral para enfrentarse a Porfirio Díaz, que buscaba arrebatarle el puesto presidencial.
Juárez buscó conmemorar el asedio y toma de uno de los bastiones mexicanos como si se tratara de una gesta heróica, comandada por seis menores de edad, pero la oposición conservadora no vio con buenos ojos la intención patriótica del oaxaqueño.
Según narra María Elena García Muñoz en Los Niños Héroes: de la realidad al mito (1989), para desprestigiar la historia de Juárez, de la cual no había registros ni pruebas, aseguraron que los que se encontraban defendiendo el castillo no eran alumnos destacados y mucho menos niños, sino que eran un grupo de borrachos que ni siquiera pertenecían a la academia o al Ejército.
Sea cual sea la realidad, es desde ese momento que se celebra la gesta heróica de los Niños Héroes, año con año, cada 13 de septiembre. Recordamos el heroísmo de estas seis figuras, preludio a la toma del castillo de Chapultepec y los edificios de gobierno en el zócalo capitalino, que además vio ondear en su asta la bandera estadounidense.
Por otro lado, el Colegio Militar Nacional estableció en 1847 una medalla de honor que se utilizó para condecorar por sus actos heroicos a los militares más destacados y dignos de recibir un honor que quedaría en los anales bélicos mexicanos.
Evidentemente, los primeros en recibir esta condecoración fueron puros muertos que defendieron el país y a alguna de las diferentes facciones enfrentadas al interior. Entre ellos se encontraron los Niños Héroes, que fueron parte de la gran lista de bajas que ese día el ejército estadounidense dejó para los libros militares mexicanos.
El mito de Juárez se alimentó de estos registros, de los cuáles era prácticamente imposible rastrear información, porque ni existía Wikipedia, ni había un historiador esperando el momento de rehacer historia documentando un conflicto armado con pluma y papel en mano.
Para el gobierno juarista era importante recobrar la credibilidad para detener el avance de los conservadores y las intenciones presidenciales de Porfirio Díaz. Para eso, se inventó una mentira creíble y que apeló a la estructura tradicional de los eventos significativos de la historia mexicana: la derrota.
Enrique Plasencia de la Parra escribe en su ensayo “Conmemoración de la Hazaña Épica de los Niños Héroes: Su Origen, Desarrollo y Simbolismos” que:
La imagen del héroe que entrega la vida a su pueblo cumple una necesidad importante, pues da cohesión a un grupo social: una tribu, una aldea, un grupo étnico o una nación. La creación o valoración de figuras heroicas sirve al poder en turno, porque infunde entre los pueblos no solo respeto y amor a la patria, sino también —y más importante aún—, rechazo hacia cualquier conducta que atente contra la unidad. Los actos de disolvencia social o de rebelión están implícitamente condenados por los marmóreos ojos de esas figuras, que hacen parecer cualquier discrepancia o conflicto insignificante si se le compara con la causa que las llevó al sacrificio supremo, con el fin de ver a su país libre de la tiranía o de una invasión extranjera.
La mentira fue necesaria, sobre todo porque el juarismo requería de una figura mítica importante para aminorar los efectos del Tratado McLane-Ocampo, puesto en efecto en 1859, que autorizó a las fuerzas policiales estadounidenses a tener libertad de tránsito en México, atentando contra las intenciones nacionalistas de la época, pero que fungió como el reconocimiento legítimo de su gobierno en el extranjero, después del mandato de Antonio López de Santa Anna.
Asimismo, este mito es una necesidad para la historia mexicana, llena de derrotas que saben a miel y victorias que saben a hiel. Entre las caídas de los imperios y los partidos agónicos en octavos de final de los mundiales de futbol, el mexicano que triunfa es visto con malos ojos porque eso no es muy mexicano (al menos no simbólicamente).
Celebramos e idolatramos a los perdedores porque su estatura moral no pudo ser debatida ni puesta a prueba como sí podemos hacer con los ganadores. Carranza consumó el movimiento revolucionario, pero celebramos el heroísmo de Zapata y Villa, a quienes él mandó a asesinar; enaltecemos la segunda raíz mexicana, la prehispánica, en nuestros festejos y símbolos.
La creación de mitos, como una estrategia política para unificar naciones, sociedades o cualquier grupo de personas, podemos encontrarla en diferentes espacios geográficos: la antigua Roma se unió como imperio bajo el supuesto de que una loba amamantó a sus fundadores y la gran bretaña unió sus reinos gracias a la figura de un rey inexistente con una historia que funcionó más como película de Disney.
Una derrota honrosa condena nuestros pasos a seguir caminando en dirección a ese laberinto del que siempre hemos sido habitantes. Vencidos, adoloridos, despojados y amarrados… pero con suficientes puentes y fiestas patrias.
¡Viva México! (?)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: