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martes, 25 de junio de 2019

"CUENTOS y RECUENTOS del "CRIMEN OCHENTERO"...nacia y florecía la impunidad.

Los recuentos de la criminalidad del México ochentero son, como en otras épocas, el reflejo del lado oscuro de la condición humana. Pero en los sucesos de la nota roja de aquellos días estaba también la desesperanza que la crisis económica y el fracaso de algunas utopías de la década anterior habían creído posibles. La miseria material y emocional quebrantaba límites y, encarnado en delincuentes de gran eficacia, empezaba a surgir un fenómeno que, hasta la fecha, forma parte, tristemente, de la vida diaria: la impunidad.
Era inevitable que el agobio económico también influyera en el modo en que la violencia, la criminalidad y la muerte se filtraron en la vida pública del México de los ochenta. La corrupción soterrada, de baja intensidad, que menudeaba en forma de “mordidas” de poca monta, nacida al calor de las pequeñas ilegalidades —pasarse los altos, soltar “una lana” para no pisar el Torito, robarse una chuchería en un supermercado— seguía ahí, pero hubo quien aprendió, de las escaramuzas de la guerrilla urbana de los 70, que los asaltos bancarios eran, cuando tenían éxito, sinónimo de dinero rápido. Solamente se necesitaba afinar los procedimientos. Así surgió un personaje petulante, habilidoso en lo suyo, casi casi un favorito de la prensa policiaca del México ochentero que vio con cierto asombro las hazañas delicitivas de Alfredo Ríos Galeana.
El personaje impresiona por la petulancia que exhibe en sus sucesivas capturas. Llama tanto la atención que el análisis de su personalidad es publicado por la prensa, y no precisamente por los pasquines policiacos: hasta la culta audiencia del Unomasuno se interesa por saber quién es este hombre, treintón en 1981, guerrerense, que a los 17 años se va a la capital, escapando de un hogar miserable.
Como además Ríos Galeana es muy dado a las fabulaciones, su biografía tiene aires de novela picaresca. Afirma que estuvo en el Ejército, que llegó a sargento segundo; dice, en una de sus capturas, que estudió ingeniería civil, y hasta exhibe un título, que está a nombre de un tal Luis Fernando Gutiérrez Martínez. En otro interrogatorio declara que solamente llegó a quinto semestre de ingeniería. Los sicólogos que lo evalúan concluyen que a partir de sus días en el Ejército, “fue adquiriendo un desarrollo ascendente para el rompimiento de la norma”. De ahí a hacer carrera delincuencial, es la reflexión de aquellos días, no hay mucha distancia.
Con ese análisis y con el currículum que sí puede probarse de Ríos Galeana, se empieza a pintar parte de la trama oscura de la década. Los archivos policiacos consignan que por algún delito menor, estaba fichado desde 1974, pero algún conveniente olvido le permite ingresar, nada menos, que al Batallón de Radio Patrullas del Estado de México, el tristemente célebre Barapem. Allí se convierte en personaje destacado que presumía ser un “modelo” de las corporaciones policiacas. En esa agrupación, que presume de eficacia, Ríos Galeana destaca: es hábil y eficaz, e imparte clases de tiro, de defensa personal y de educación física.
Hasta ahí todo suena muy bien. Pero al cabo de un año, el Barapem es sinónimo de deshonestidad, de miedo, de corrupción.
Los integrantes del afamado cuerpo policiaco se convierten en la amenaza del Estado de México: hacen redadas, secuestran gente adinerada, asaltan autobuses y uno de sus pasatiempos preferidos es cazar a los obreros y albañiles el día de pago. Si se resisten, los golpean, los torturan y los amenazan con sembrarles droga. La impunidad con la que operan los integrantes del Barapem detona el escándalo: Fidel Velázquez, ese líder del sector obrero, tan longevo que parece eterno, se sale de la institucionalidad y amenaza con marchas y manifestaciones de protesta en Toluca. Es tal la presión, que en septiembre de 1981 el Barapem desaparece. Pero Alfredo Ríos Galeana contempla de lejos esa historia. Dejó el empleo en 1978 por dos razones: una, el bajo salario. La segunda, en los primeros días de enero de ese año, comete su primer robo en serio. ¿Por qué quedarse en las ligas menores? Los asaltos bancarios son su fuerte y en eso se concentra.
México comienza a saber del asaltante Ríos Galeana y de su banda en septiembre de 1979, cuando atraca una sucursal de Bancomer en Hidalgo. En la persecución, protagonizada por los delincuentes y la Policía Federal de Caminos, quedan muertos oficiales, taxistas y agricultores que se han resistido a ceder sus automóviles.
Cuando es apresado, en 1981, la historia de la corrupción policiaca sale a flote. Asombra a las autoridades: Ríos Galeana monitorea los movimientos policiacos —tiene una radiopatrulla— conoce las claves de comunicación y tiene numerosos amigos y cómplices en los cuerpos de policía. Asegura que reparte mucho dinero —cinco millones de pesos al mes— porque lo dejen “trabajar”. Fanfarronea: si está tras las rejas, es porque alguien de muy arriba pidió mucho más dinero.
En 1981, los reporteros sacan cuentas: entre 1978 y 1981, Ríos Galeana y su banda —a la que gusta encabezar en los asaltos— son los responsables de 26 asaltos bancarios, 50 robos a casa habitación, 6 asesinatos, robos a 17 negocios 10 tiendas de abarrotes, oficinas de Telégrafos de México, y numerosos almacenes de la empresa gubernamental que vende alimentos a precios subsidiados: la Conasupo.
El país se asombra con este expolicía que, no contento con dedicarse a los asaltos muy sonados, le da por cantar. De hecho, cuando lo capturan, gracias al soplo de un cómplice, la policía se encuentra con que Ríos Galeana se ha operado la nariz tres veces para no ser reconocido y, en sus ratos de ocio, se presenta en los palenques y algunos cabarets de bajo nivel, como Luis Fernando, El Charro Cantor, que tiene en su haber un LP y tres discos sencillos. Sorprendido cuando se dispone a iniciar su show en un palenque clandestino, intercambia disparos con la policía. Cuando se queda sin balas, se rinde, y, después, ante la prensa, promete fugarse antes de un año. Lo cumple.
Escapa de una prisión en Pachuca; en 1982, del penal de Barrientos, en Tlalnepantla. Se vuelve personaje de leyenda: puede aparecer en cualquier parte. En 1983 se lleva 200 millones de pesos de un banco poblano. Una docena de miembros de la banda caen presos, y se evaden. En 1984, vestido con elegancia, entra al Banco de Cédulas Hipotecarias y le abre camino a sus hombres. El botín, 236 millones de pesos.
Así pasan un par de años. Es detenido después de una persecución que inicia en una casa en las cercanías de Plaza Aragón, y en la que Ríos Galeana usa un camión de pasajeros que asalta y abandona, y un auto compacto a cuyo propietario le dice que lo persiguen para asaltarlo. Cercado por patrullas del Estado de México y una nube de judiciales, no le queda otra que rendirse, no sin rezongar: “al correr por primera vez se me cayeron 4 cargadores y no pude disparar más; de no ser así, me agarraban madres”.
Las declaraciones del asaltabancos son la delicia de la fuente policiaca: al detenerlo se recuperan 100 millones de pesos y muchas armas; en sus siete años de actividad, dicen los acuciosos, ha dado, por lo menos, un golpe grande al mes y ha robado unos mil millones de pesos. Han sido sus víctimas todas las instituciones bancarias, supermercados, el mismísimo Instituto de Cardiología.
Sin duda, es el delincuente del momento, tiene algo de superestrella y los periódicos vespertinos viven pendientes de lo que declare: “soy muy inteligente, y mi captura no fue por un error sino por un chivatazo”. Lo envían al Reclusorio Sur.
Allí, se supone, deberá cumplir una condena de 40 años. Apenas ha cumplido 22 meses cuando se fuga por todo lo alto: Kaplan se queda pequeño. Es noviembre de 1986. Un grupo de hombres y mujeres entran al Reclusorio por los juzgados. Con una granada siembran el pánico y llegan hasta la celda de Ríos. Con la complicidad de un custodio, ganan la entrada principal y se roban los autos que encuentran ahí. Los testimonios dicen que Alfredo Ríos Galeana se marcha al volante de un Mustang rojo.
Se habla de corrupción, de sobornos al director del penal, que van de los 70 a los 200 millones de pesos. Pero a Ríos Galeana nadie lo vuelve a ver. Ya se iba a retirar del robo, dijo al ser capturado. Si sigue con vida, donde esté, apenas va a cumplir 70 años.
fuente.-

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