Sabemos
que toca la guitarra. Sabemos que habla inglés. Sabemos que lleva a sus hijos a
la escuela. Dicen que es inteligente y articulado. Señalan que tiene talento
político y a eso se debe su ascenso vertiginoso en la política y en el PAN. Eso
es lo que sabemos de Ricardo Anaya.
Lo que no sabemos es si el "joven maravilla" -que hoy ocupa el segundo lugar en las preferencias electorales- realmente es quien ostenta ser. Alguien con las agallas para trastocar el régimen prianista; alguien con la audacia para romper el pacto de impunidad; alguien capaz de ser líder audaz de un Frente que enfrente y no sólo simule hacerlo.
Los mensajes que ha mandado en la precampaña son contradictorios. A ratos dan ganas de darle una palmada en la espalda, pero en otros momentos dan ganas de propinarle un puntapié. A veces parece ser Ricardo corazón de león y a veces, Ricardo corazón de ratón.
Sus logros están ahí. Las múltiples victorias para su partido en la elección del 2016 y procesos de alternancia panista que han llevado a exponer la corrupción priista. La construcción de un frente opositor entre adversarios ideológicamente disímiles, ostensiblemente diseñado para emular la experiencia chilena. La resiliencia demostrada ante la campaña gubernamental para acabar con él. Cómo inicialmente tendió puentes y apoyó foros con miembros de la sociedad civil para escuchar propuestas creativas y reconocer diagnósticos críticos. Su crecimiento en las encuestas -modesto, pero irrefutable- durante el periodo de las precampañas. Su propuesta en favor del Ingreso Básico Universal y su apoyo a una Fiscalía General independiente, autónoma, que sirva.
Eso que ha llevado a muchos a mirarlo dos veces, rascarse la cabeza, pensar si podría ser una opción ante la continuidad de la corrupción con José Antonio Meade o la ya declarada perpetuación de la impunidad con AMLO.
Pero aún con el reconocimiento de cada acierto resulta imposible cerrar los ojos ante cada error. Equívocos reiterados y algunos muy graves.
Anaya no logra deshacerse del tufo de irregularidades patrimoniales, financieras y de conflicto de interés que lo acompañan. No logra refutar de manera categórica y documental las acusaciones lanzadas en su contra; algunas de mala fe y otras legítimas.
Pero más problemáticas aún resultan las decisiones tomadas dentro de su partido y como candidato del Frente. La lógica cuatista y cuotista con la cual se definieron las candidaturas plurinominales del PAN sólo acentúa un problema de percepción sobre su liderazgo: excluyente, soberbio, imponiendo amigos en lugar de construir coaliciones y abrir espacios y refrescar la representación. Deslegitimando los procesos internos de su partido para someterlo. Emulando el control calderonista sobre el PAN que tanto daño hizo, que tantas divisiones provocó.
Y a eso añadirle una acción emblemática que refuerza dudas preexistentes sobre el tenor antisistémico de Anaya: la inclusión de Josefina Vázquez Mota en el primer lugar de la lista plurinominal al Senado. Josefina, sí esa, involucrada en un escándalo por la provisión de fondos gubernamentales para su fundación "Juntos Podemos".
Ante ese acto de continuismo y compadrazgo, ¿cómo creer en el compromiso de romper el pacto de impunidad? ¿Cómo creer que el Frente dejará de proteger al País de privilegiados que viven al margen de la ley?
Las mismas preguntas aplican para los vaivenes de Anaya y el panismo ante la Ley de Seguridad Interior y cómo optaron por hacerse occisos en vez de oponerse a ella. O el reciclaje de panistas con perfiles cuestionables. O el silencio sepulcral de los Gobernadores panistas ante el chantaje gubernamental a Javier Corral y la militarización del País.
En temas definitorios para el combate al viejo régimen, Anaya ha optado por la estrategia ukulele. Tocar la guitarra antes que asumir los riesgos de una definición que lo colocaría como el catalizador del cambio, una posición que AMLO ha expropiado para sí.
Entonces, para el proceso que viene, el problema fundamental de Anaya no es armar un equipo, diseñar un programa de Gobierno, convencer al voto útil del PRI y convertirse en el antiAMLO, en versión domesticada.
El reto es dejar de ser el candidato de las penúltimas consecuencias; el que rompe con el viejo régimen, pero sólo a medias; el que en ocasiones ruge como león, pero después se escabulle como ratón.
fuente.-Denise Dresser/opinion@elnorte.com
Lo que no sabemos es si el "joven maravilla" -que hoy ocupa el segundo lugar en las preferencias electorales- realmente es quien ostenta ser. Alguien con las agallas para trastocar el régimen prianista; alguien con la audacia para romper el pacto de impunidad; alguien capaz de ser líder audaz de un Frente que enfrente y no sólo simule hacerlo.
Los mensajes que ha mandado en la precampaña son contradictorios. A ratos dan ganas de darle una palmada en la espalda, pero en otros momentos dan ganas de propinarle un puntapié. A veces parece ser Ricardo corazón de león y a veces, Ricardo corazón de ratón.
Sus logros están ahí. Las múltiples victorias para su partido en la elección del 2016 y procesos de alternancia panista que han llevado a exponer la corrupción priista. La construcción de un frente opositor entre adversarios ideológicamente disímiles, ostensiblemente diseñado para emular la experiencia chilena. La resiliencia demostrada ante la campaña gubernamental para acabar con él. Cómo inicialmente tendió puentes y apoyó foros con miembros de la sociedad civil para escuchar propuestas creativas y reconocer diagnósticos críticos. Su crecimiento en las encuestas -modesto, pero irrefutable- durante el periodo de las precampañas. Su propuesta en favor del Ingreso Básico Universal y su apoyo a una Fiscalía General independiente, autónoma, que sirva.
Eso que ha llevado a muchos a mirarlo dos veces, rascarse la cabeza, pensar si podría ser una opción ante la continuidad de la corrupción con José Antonio Meade o la ya declarada perpetuación de la impunidad con AMLO.
Pero aún con el reconocimiento de cada acierto resulta imposible cerrar los ojos ante cada error. Equívocos reiterados y algunos muy graves.
Anaya no logra deshacerse del tufo de irregularidades patrimoniales, financieras y de conflicto de interés que lo acompañan. No logra refutar de manera categórica y documental las acusaciones lanzadas en su contra; algunas de mala fe y otras legítimas.
Pero más problemáticas aún resultan las decisiones tomadas dentro de su partido y como candidato del Frente. La lógica cuatista y cuotista con la cual se definieron las candidaturas plurinominales del PAN sólo acentúa un problema de percepción sobre su liderazgo: excluyente, soberbio, imponiendo amigos en lugar de construir coaliciones y abrir espacios y refrescar la representación. Deslegitimando los procesos internos de su partido para someterlo. Emulando el control calderonista sobre el PAN que tanto daño hizo, que tantas divisiones provocó.
Y a eso añadirle una acción emblemática que refuerza dudas preexistentes sobre el tenor antisistémico de Anaya: la inclusión de Josefina Vázquez Mota en el primer lugar de la lista plurinominal al Senado. Josefina, sí esa, involucrada en un escándalo por la provisión de fondos gubernamentales para su fundación "Juntos Podemos".
Ante ese acto de continuismo y compadrazgo, ¿cómo creer en el compromiso de romper el pacto de impunidad? ¿Cómo creer que el Frente dejará de proteger al País de privilegiados que viven al margen de la ley?
Las mismas preguntas aplican para los vaivenes de Anaya y el panismo ante la Ley de Seguridad Interior y cómo optaron por hacerse occisos en vez de oponerse a ella. O el reciclaje de panistas con perfiles cuestionables. O el silencio sepulcral de los Gobernadores panistas ante el chantaje gubernamental a Javier Corral y la militarización del País.
En temas definitorios para el combate al viejo régimen, Anaya ha optado por la estrategia ukulele. Tocar la guitarra antes que asumir los riesgos de una definición que lo colocaría como el catalizador del cambio, una posición que AMLO ha expropiado para sí.
Entonces, para el proceso que viene, el problema fundamental de Anaya no es armar un equipo, diseñar un programa de Gobierno, convencer al voto útil del PRI y convertirse en el antiAMLO, en versión domesticada.
El reto es dejar de ser el candidato de las penúltimas consecuencias; el que rompe con el viejo régimen, pero sólo a medias; el que en ocasiones ruge como león, pero después se escabulle como ratón.
fuente.-Denise Dresser/opinion@elnorte.com
(foto/web)
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