Tierra sin Dios es el resultado de un intenso quehacer periodístico de Jesús Lemus, el cual revela la situación de Michoacán desde el surgimiento de los grupos de autodefensas hasta la abrasadora presencia del crimen organizado. En exclusiva se publica un adelanto del nuevo libro del periodista.
Tierra sin Dios es el resultado de un intenso quehacer periodístico de Jesús Lemus, el cual revela la situación de Michoacán desde el surgimiento de los grupos de autodefensas hasta la abrasadora presencia del crimen organizado.
Este es un fragmento del libro que sale a la venta este fin de semana, y que se publica con la autorización de la Editorial Grijalbo.
En él, se hace un recuento de los hechos más importantes ocurridos en Michoacán en los últimos años y de cómo el cártel de La Familia evolucionó hasta ser Los Caballeros Templarios.
Esto, con el fin de poder entender su actual situación de desgobierno que se vive en el estado.
Tras la publicación de Los malditos, el periodista Jesús Lemus logró gran reconocimiento como autoridad en la investigación sobre los orígenes de la problemática que abruma a Michoacán.
He aquí la visión más cercana de la violencia, el abandono del gobierno estatal, la impunidad y la corrupción oficiales en los que se encuentra sumida la población del estado.
En 2010, mientras las poblaciones indígenas sometidas de Cherán intentaban quitarse el yugo del crimen organizado, la Familia Michoacana enfrentaba una importante división entre sus miembros. La imponente figura de Nazario Moreno había ganado notoriedad dentro de la cúpula del cártel. Pese a que el jefe establecido de la organización era Jesús Méndez Vargas, el Chayo era imponente y carismático. Nazario Moreno, desde adentro de la dirigencia del cártel, fue respaldado totalmente por Servando Gómez y Enrique Plancarte; consolidaron una alianza de grupo que podía hacer contrapeso a las decisiones de Méndez Vargas cuando no les eran gratas. Méndez se limitó al apoyo que recibía de Arnoldo Rueda Medina y Nicandro Barrera Medrano, quienes se volvieron sus incondicionales.
Mediante su estrategia de iniciación hermética, Nazario Moreno pudo mantener el control de 70 por ciento de las células de la Familia tanto en Michoacán como en Querétaro, Guanajuato, Zacatecas, Chihuahua, Sonora y Baja California. La capital del grupo de Nazario era el municipio de Apatzingán, en el corazón de la Tierra Caliente; la Fortaleza de Anunnaki fue el centro estratégico de operaciones de las células de la Familia leales al Chayo.
Muy pronto las órdenes de Jesús Méndez para dirigir las acciones de la Familia Michoacana comenzaron a ser cuestionadas. Nazario, Enrique y Servando se convirtieron en sinodales del jefe de la Familia: eran quienes avalaban finalmente las decisiones grupales. Loya Plancarte, el publirrelacionista del cártel, no atendía ninguna instrucción del propio Méndez si no recibía antes la autorización de Nazario. El trabajo promocional entre los sectores de la sociedad civil por parte del vocero oficial comenzó a hacerse a favor de Nazario Moreno: con él era con quien se hacían los negocios de la Familia. La figura de Méndez Vargas comenzó a ser decorativa dentro de la organización criminal.
Un año antes Rafael Cedeño, mentor ideológico de Nazario Moreno, ya había observado el crecimiento de la figura del Chayo dentro de la estructura del cártel. Le advirtió de ello al jefe: le propuso que para contrarrestar esa creciente lealtad de los jefes de plaza hacia él era necesario comenzar con iniciaciones al estilo masónico, pero debían ser presenciadas por Méndez y no por Nazario, a fin de que la lealtad de los nuevos miembros se canalizara hacia el fundador de la Familia. Méndez no aceptó participar en ese tipo de ceremonias.
Nazario Moreno se enteró de la estrategia planteada por Cedeño a Méndez y se sintió traicionado por su maestro; fue uno de los mayores puntos de quiebre registrados dentro del cártel. A los pocos días una llamada anónima —se presume que de un jefe de plaza leal a Nazario— alertó a la Policía Federal Preventiva (PFP) sobre la presencia de Cedeño Hernández en Morelia; en el centro de mando de la PFP en la ciudad se conoció a detalle el movimiento que haría ese día el Cede.
El 19 de marzo de 2009, en conferencia de prensa, los mandos de la PFP dieron a conocer la detención de Rafael Cedeño Hernández, quien fue capturado, dijeron, “en base al trabajo de inteligencia de la Policía Federal” cuando se encontraba en el bautizo de una de sus nietas en un club social de Morelia. Junto con él fueron detenidas otras 44 personas que mantenían nexos con la Familia. Era generalmente sabido que tenía lealtad con Jesús Méndez y se oponía al liderazgo de Nazario Moreno dentro del cártel.
Al momento de su detención, Cedeño Hernández era el responsable de los grupos de expansión de la Familia hacia el estado de Guerrero; también mantenía a su cargo el control de la franja costera entre Lázaro Cárdenas y Zihuatanejo. Esos puntos fueron asumidos por gente de confianza de Nazario Moreno, que de esa forma arrebató al grupo de Jesús Méndez uno de sus principales bastiones. La operación del Chayo para hacerse con el control total de la Familia se había puesto en marcha.
Tras el arresto de Cedeño vinieron en forma casi escalonada los de los más cercanos y leales colaboradores de Jesús Méndez. La PFP comenzó a hacer cuentas alegres en los medios de comunicación sobre el trabajo de inteligencia que se hacía para desmantelar al principal grupo del narcotráfico en Michoacán; algunos jefes de plaza cercanos a Nazario tuvieron contacto casi permanente con los mandos policiacos federales para debilitar al sector enemigo dentro del mismo cártel.
Arnoldo Rueda Medina fue detenido por elementos de la Policía Federal el 11 de julio de 2009: otra llamada anónima alertó a los cuerpos federales sobre la presencia del más importante colaborador de Jesús Méndez Vargas en la comunidad de Guacamayas, donde realizaba operaciones para la Familia; tras un enfrentamiento, lograron la captura del que era reconocido dentro de la organización como la Minsa. El hecho se tomó casi con euforia dentro del grupo cercano a Felipe Calderón, desde donde se alardeaba sobre su saldo positivo en la guerra contra el narcotráfico en la tierra del presidente.
Al día siguiente de la detención, los medios nacionales de comunicación daban cuenta de una ola de violencia desatada en todo el estado de Michoacán. Grupos de sicarios de la Familia atacaron en forma sincronizada los destacamentos de la Policía Federal en ocho de las principales ciudades del estado —Morelia, Lázaro Cárdenas, Zitácuaro, Apatzingán, Huetamo, Taretán y Pátzcuaro—; iniciaron a las 4:30 y concluyeron al filo de las tres de la tarde. Los sicarios de la Familia también fueron contra el cuartel militar del municipio de Zamora, y las agresiones se extendieron a las poblaciones aledañas de Salamanca, en Guanajuato, y Ciudad Altamirano, en Guerrero. La Secretaría de Gobernación atribuyó los ataques a una respuesta de la Familia contra el gobierno federal por la captura del hombre más cercano a Méndez Vargas. Nada más lejano a la verdad.
En realidad se trató de actos de provocación que en forma deliberada hicieron las células leales a Méndez para calentar las plazas asignadas a las células leales a Nazario Moreno; la intención era provocar al gobierno federal para que fuera contra los hombres del Chayo. La guerra se había desatado entre dos grupos que se anunciaban irreconciliables al interior de la Familia; las fuerzas federales se movían al antojo de los dos grupos criminales en función de la información filtrada vía telefónica o con la socorrida denuncia anónima.
Tras los ataques a los cuarteles de las fuerzas federales luego de la captura de Arnoldo Rueda Medina, el gobierno de Calderón decidió reforzar su presencia en Michoacán. Se anunció un blindaje para la sociedad civil que abarcó los municipios de Morelia, Lázaro Cárdenas, Zitácuaro, Apatzingán, Huetamo, Taretán, Zamora y Pátzcuaro. Surtió efecto la estrategia de Jesús Méndez: las células del Chayo se vieron limitadas en el trasiego de drogas ante la notoria presencia de elementos del orden. La economía del trasiego de drogas comenzó a menguar. La falta de negocios en el narcotráfico obligó a las células de Nazario a operar en otros renglones para sostenerse: arreciaron el secuestro, la extorsión, el robo y el financiamiento desde las estructuras de los gobiernos municipales.
Con todo y la presencia histórica de más de once mil efectivos de la SSP del gobierno federal y de la propia Sedena, sobrevino un incremento en los homicidios: el promedio de ejecuciones en toda la entidad alcanzó la cifra de cuarenta muertos por semana. El gobierno estatal, aún bajo la conducción de Leonel Godoy, informaba de una situación de tranquilidad; la tesis era que la violencia se focalizaba sólo en algunas regiones del estado, prueba de ello eran las primeras planas de los medios impresos locales, donde se anunciaban inversiones, obras y discursos oficiales. Se instituyó la política del “no pasa nada”.
Hacia mediados de 2010 las células de Nazario Moreno y Jesús Méndez entraron en una guerra abierta, pero ninguno de los grupos se desistía de utilizar el nombre original de la organización; ante todos seguían siendo la Familia Michoacana. Pese a la situación de confrontación, la presencia del cártel michoacano siguió extendiéndose. Jesús Méndez se posicionó en municipios como Uruapan, Los Reyes, La Ruana, Buenavista, Tancítaro, Sahuayo, Peribán y Cotija; también amplió su influencia en Jalisco, Guerrero y el Estado de México. Los dos grupos seguían utilizando el sistema de llamadas anónimas para informar a la Policía Federal sobre la presencia de células enemigas en sus propias plazas. Las fuerzas federales arreciaron en las detenciones.
Producto de otra llamada telefónica anónima, la mañana del 4 de diciembre de 2010 el gobierno federal movilizó a más de dos mil elementos de la Marina, Policía Federal y Ejército hacia la zona de Tierra Caliente. La voz alertaba sobre una reunión cumbre que se llevaría a cabo en el municipio de Apatzingán: allí estaría Nazario Moreno con todo su estado mayor y los principales jefes de plaza, aseguró el informante. En realidad, Nazario se había reunido en un cerro cercano a Apatzingán para sostener una reunión de organización con algunos de sus colaboradores; hay quien asegura que era una iniciación, como las que llevaba a cabo en la Fortaleza de Anunnaki.
La movilización de las fuerzas federales fue intensa. Desde el 5 de diciembre de 2010 se estableció un cerco en torno a Apatzingán: nadie entraba ni salía de esa localidad sin ser revisado en los retenes. Se decretó el estado de sitio y se practicaron revisiones en muchos de los domicilios donde se sospechaba que se llevaba a cabo la reunión delatada. Grupos afines a Nazario Moreno iniciaron una guerrilla contras las fuerzas federales que tomaron el municipio; desde la noche del 6 de diciembre hubo ataques aislados contra las fuerzas federales. Con vehículos incendiados impedían el paso de los convoyes militares, en las calles del municipio aparecieron barricadas. Desde algún punto Nazario ordenó a algunas de sus células que incendiaran vehículos en todo el estado, para distraer a los federales que intensificaban su presencia en Apatzingán.
Fue en la madrugada del 6 de diciembre cuando un helicóptero Black Hawk de la Marina ubicó lo que parecía un campamento enclavado en la sierra de Acahuato, cerca de la comunidad de Holanda. Se organizó el ataque desde el aire; no hubo enfrentamiento terrestre en la sierra. El ataque fue sorpresivo en punto de las diez de la mañana del 9 de diciembre. Desde lo alto, tres helicópteros artillados dispararon sobre el campamento; la mayoría de los que estaban en el lugar corrieron hacia lo espeso del bosque, otros subieron a las camionetas para descender de la sierra. Nazario Moreno no estaba en el lugar, aseguran fuentes consultadas sobre el hecho. Una caravana de ocho vehículos que descendía con al menos veinte hombres a bordo fue atacada con cohetes desde los tres helicópteros. No quedaron restos para reconocer.
En la zona urbana de Apatzingán los combates de las células leales a Nazario que intentaban expulsar a los federales se extendieron por más de veinticuatro horas; la batalla dejó un saldo de 11 personas muertas, entre ellas cinco policías federales, dos presuntos sicarios y tres civiles. A la lista se agregó el nombre de Nazario Moreno González, el que según presumió Alejandro Poiré, vocero oficial del gobierno federal en materia de seguridad, se encontraba entre las camionetas destrozadas por los cohetes aire-tierra de la Marina. El anuncio de la muerte del Chayo se hizo con bombo y platillo desde el gobierno federal pese a no tener elementos materiales para soportar el dicho; su cuerpo nunca fue encontrado, todo era una suposición con la finalidad de ganar espacios mediáticos y atribuir avance a la lucha contra el narcotráfico que era la bandera de la administración calderonista.
Existe la versión de que cuando supo la noticia de su muerte Nazario Moreno soltó una carcajada. Le gustaba escuchar las noticias en la radio; así se enteró de su fallecimiento mientras cortaba una toronja para comerla en la Fortaleza de Anunnaki, a menos de cuarenta kilómetros de donde se dieron los enfrentamientos. Tras soltar la risa y mover la cabeza, ordenó a uno de sus lugartenientes que pusieran una cruz con su nombre en el lugar donde decía el gobierno que había sido abatido. Sin saberlo, las autoridades le habían decretado la absolución.
A tres días de su “muerte”, Nazario Moreno se reunió con su estado mayor: fueron convocados a la Fortaleza de Anunnaki Enrique Plancarte, Dionisio Loya y Servando Gómez. Revisaron las posibilidades que tenían las fuerzas federales de ubicar el campamento de iniciación en la sierra de Acahuato y completar el operativo de cateo a los domicilios que frecuentaba Nazario. Dedujeron que el gobierno federal se había movilizado en función de información filtrada desde el bando de Jesús Méndez y decidieron ir contra la cabeza del que fundara la Familia Michoacana.
Otras de las decisiones tomadas en esa reunión, celebrada entre el 11 y el 14 de diciembre de 2010 en Apatzingán, fue difundir —con todo el aparato informativo a disposición del grupo criminal— la muerte de Nazario, para permitirle actuar con mayor facilidad y sin la presión de ser el más buscado por las fuerzas federales. Se acordó que Servando Gómez, el más propio en su forma de hablar, hiciera un comunicado oficial a través de internet, anunciando la muerte del líder; pero lo más trascendental fue la resolución de despojar a Jesús Méndez del cártel que había creado. Se acordó formar uno nuevo y dar por sepultada a la Familia Michoacana; se decretó de esa manera el nacimiento de los Caballeros Templarios.
Inicialmente los reunidos en torno a la convocatoria de Nazario no sabían qué nombre debería llevar el nuevo grupo que estaba por anunciarse. La pista la dio Servando Gómez, quien propuso que se llamara “los Caballeros Templarios” toda vez que los jefes de plaza de la organización que estaban a punto de abandonar ya se reconocían entre sí con el nombre clave de “caballero”. La idea se redondeó con una explicación masónica sobre la orden medieval de caballeros pobres al servicio de Cristo cuyo propósito original era proteger las vidas de los cristianos camino de Jerusalén; se acordó también intensificar el adoctrinamiento en el principio de lealtad que tanto resultado le había dado a Nazario Moreno con los grupos que comenzó a formar personalmente.
En ese mismo encuentro se convino difundir con mayor intensidad, ahora con la población en general como destinataria, la ideología de Nazario Moreno, escrita en un legajo que se venía distribuyendo entre todas las células leales. La idea de hacer un libro de ese material surgió de Enrique Plancarte, quien pidió a Servando Gómez, el más letrado al tener el grado de profesor, que hiciera el trabajo de edición y se encargara de la impresión formal; la intención era dotar a la organización de principios ideológicos que pudieran ser aceptados por la sociedad, entre la que con mucho tino pretendían crear una base de apoyo.
Declarado oficialmente muerto, Nazario Moreno renació a su misma vida, tal como hacía cuando jugaba con su medio hermano Arnoldo Mancilla González, al que de cariño apodaba Canchola y al que siempre miró con respeto, como la figura paterna que Nazario nunca tuvo. El gobierno de Felipe Calderón lo consideró muerto y el Chayo hizo lo que en sus juegos de niño: “Nos escondíamos en la maleza o en las rocas y tratábamos de sorprendernos uno al otro, y cuando alguien lograba disparar antes, el otro caía redondito al suelo haciéndose el muerto, pero todavía así tirando balazos. Cuando él me alegaba que me había matado antes, yo le replicaba que solamente me había herido y que todavía tenía alientos para ‘hacer mi deber’. Yo salía ganando porque no me podía demostrar lo contrario. Pero también él me jugaba chueco, pues cuando yo veía clarito que le había dado un balazo en medio pecho, él decía que solamente había sido un rozón. Así, empatábamos la alegata y cada uno se retiraba a esconderse de nuevo; él cojeando y yo dando traspiés, como si de veras estuviéramos heridos”.
A partir de que se decretó su muerte, Nazario Moreno se sometió al menos a tres cirugías estéticas faciales. El lujoso salón que operaba como casino en las noches de fiesta en la Fortaleza de Anunnaki se convirtió en un improvisado quirófano, donde al menos dos médicos especialistas le hicieron modificaciones en el rostro. También cambió su identificación oficial. Pudo obtener dos credenciales, una con el nombre de Ernesto Morelos Villa, en honor a sus tres héroes históricos: Ernesto Che Guevara, José María Morelos y Francisco Villa; y otra con los datos de Faustino Andrade González, con domicilio en la calle Monterrey, número 303 de la colonia Roma, en la ciudad de México.
El 15 de diciembre de 2010 Servando Gómez se convirtió en la cabeza visible del grupo de Nazario Moreno. Tal como se había planeado, lanzó a la red una grabación de audio donde, en tres minutos y nueve segundos, anunciaba la muerte del Chayo: “Compañeros —habló en tono eufórico—, pónganle un poco de atención al Brujito. Tiene toda la razón del mundo, eran las cosas del Doctor, eran las cosas que él nos inculcó. Que Dios lo tenga en su santa gloria. Dondequiera que se encuentre sabe que cuenta con nosotros. No se desesperen —arengó a las células—, algún día tenía que pasar. Esto no se acaba, vamos a seguir adelante, todos unidos con mucha fuerza y con mucho anhelo vamos a lograr lo que el Doctor quería y que con mucho cariño nos inculcó; aunque de alguna manera algunas personas lo tachen de delincuente o de mala persona, eso es una gran mentira, los que lo conocimos sabemos el gran corazón que tenía”.
Después se ordenó que en todos los municipios donde hubiera pequeñas capillas de adoración a la Santa Muerte (la religión casi oficial que implantaron en la entidad los grupos de zetas que llegaron cuando el cártel de Tamaulipas era aliado de los michoacanos) se cambiara su imagen por la de Nazario Moreno. Se mandaron a hacer, entre los artesanos de Pátzcuaro y algunas monjas de Morelia, figuras de yeso de tamaño natural: un portentoso caballero templario ataviado con una túnica blanca y con las manos al pecho, empuñando una espada hacia el piso. En realidad era el molde de san Bernardo de Claraval, pero le agregaron un rostro parecido al de Nazario Moreno, con la inconfundible barba de candado: así nació san Nazario, patrono de los pobres.
Junto con los cientos de bultos del nuevo santo michoacano, se distribuyó una oración entre las células criminales y algunos sectores sociales donde la devoción a san Nazario creció muy pronto. No obstante, el rezo al criminal fue fustigado desde el púlpito por algunos sacerdotes, principalmente en la región de Apatzingán, donde el obispo Miguel Patiño Velázquez condenó el hecho, convirtiéndose así en el principal enemigo del cártel en la zona de Tierra Caliente. El padre Gregorio López Jerónimo fue más allá: amenazó con la excomunión a quien implorara la intercesión de Nazario Moreno ante Dios para la realización de milagros.
El texto que se distribuía entre la población civil por parte de los sicarios rezaba: “Oh Señor Poderoso, / Líbrame de todo pecado / Dame protección bendita / A través de San Nazario. / Protector de los más pobres, / Caballero de los pueblos, / San Nazario danos vida, / O h bendito santo eterno. / Luz bendita de la noche, / Defensor de los enfermos, / San Nazario, santo nuestro, / Siempre a ti yo me encomiendo. / Gloria a Dios Padre, / Te dedico mi rosario, / Danos salud y más trabajo, / Abundancia en nuestras manos, / Que nuestro pueblo esté bendito, / Yo te pido San Nazario”. Junto con la oración se entregaban imágenes de san Nazario, a veces también el libro Me Dicen: El Más Loco.
Mientras la Iglesia desaprobaba la figura y la oración como bases del culto a san Nazario, el gobierno federal se encargó de hacer crecer el mito involuntariamente a través de la curiosidad de la gente. El libro de Nazario Moreno comenzó a prohibirse no sólo en la zona de Tierra Caliente, sino en todo el estado de Michoacán; su sola posesión era, en la lógica del gobierno federal, prueba fehaciente de adhesión a alguna célula criminal de los Caballeros Templarios. A principios de 2011 el Ejército lanzó una campaña para incautarlo en los estados de Guerrero y Michoacán; hubo revisiones en puestos de revistas, librerías de viejo, vehículos, transporte público y en algunos domicilios en busca de copias.
A quienes se les encontraba en su poder un ejemplar de Me Dicen: el Más Loco se les detenía, interrogaba y el libro era decomisado; al menos un centenar de michoacanos fueron procesados como miembros de la Familia con la posesión de la obra de Nazario Moreno como principal prueba de cargo. Una decena de esos detenidos estaba en la cárcel federal de Puente Grande entre mayo de 2008 y mayo de 2011, tratando de evitar sentencias hasta de veinte años de prisión. Al interior del grupo que se estaba separando de la Familia Michoacana se fortaleció la unidad con la utilización de la imagen redentora de Nazario Moreno González.
fuente.-
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