- Él dirigía la Policía, ella reinaba sobre los sicarios; él era el Alcalde, ella su esposa. José Luis Abarca Velázquez y María de los Ángeles Pineda Villa formaban una pareja letal. Ambos pusieron en marcha la noche del 26 de septiembre, el mecanismo infernal que dejó 6 muertos sobre el asfalto de Iguala, hizo desaparecer a 43 estudiantes y sumió a México en un túnel del que aún no ha salido.
Su primer gran acto se celebraba ese viernes en el Zócalo. Ahí iba a empezar su carrera para las elecciones de 2015. Contaba con el apoyo de su marido, el respaldo del principal partido del estado y, sobre todo, tenía el poder de las tinieblas de su parte.
Guerreros Unidos se había infiltrado hasta tal punto en el Ayuntamiento que, según la Procuraduría, era quien elegía los policías. Su marido, además, mantenía la armonía entregando fuertes sumas a la organización (hasta 4 millones de pesos), de los que un buen pellizco iba al bolsillo de los sicarios reconvertidos en agentes.
Con estas alianzas y en un clima de impunidad absoluta, nada parecía poder frenarla. Pero justo ese día llegaron a Iguala dos autobuses cargados de estudiantes de magisterio de la Escuela Rural Normal de Ayotzinapa.
Lucha constante
Los jóvenes, como recordó el procurador general, Jesús Murillo Karam, mantenían un viejo pulso contra el Alcalde. Le culpaban de la tortura y asesinato de un líder campesino, el ingeniero Arturo Hernández Cardona. Y ya en junio de 2013, habían atacado la sede municipal y llenado sus paredes de pintadas acusando del crimen al regidor.
Cuando esa tarde entraron en Iguala, los sicarios que controlan la ciudad alertaron inmediatamente a la sede de la Policía Municipal. Todos creyeron que los estudiantes iban a reventar el acto de María de los Ángeles Pineda.
Nada más lo supo el Alcalde, exigió a sus agentes que lo impidiesen a toda costa. La orden devino en locura. Tras pedir refuerzos a la vecina localidad de Cocula, también en manos del narco, la policía desató su furia y en sucesivos ataques, como si se enfrentasen a un cartel enemigo, acabó a tiros con dos estudiantes; a otro le desollaron la cara y le arrancaron los ojos (una práctica clásica del narco para señalar a sus rivales).
La vorágine siguió luego en una carretera federal, donde mataron a balazos a otras tres personas, entre ellas un chico de 15 años, al confundirlas con normalistas. Entre tanto, decenas de estudiantes fueron detenidos y conducidos a la comandancia policial de Iguala.
Allí la maquinaria del horror volvió a ponerse en marcha. Para borrar rastros, los normalistas fueron entregados a los agentes de Cocula. Estos, cambiando las placas de sus vehículos y falseando sus partes de operaciones, les transportaron y les pusieron en manos de Guerreros Unidos.
La suerte estaba prácticamente echada. El propio jefe de sicarios, en una serie de mensajes por móvil, informó al líder, Sidronio Casarrubias Salgado, de que los responsables de los desórdenes de Iguala eran integrantes de Los Rojos, la organización con la que mantenían una encarnizada guerra. Sidronio, “en defensa de su territorio”, dio luz verde al jefe de asesinos.
En una camioneta de ganado, los normalistas fueron conducidos por un camino de tierra hasta el cerro de Pueblo Viejo, una de las puertas del infierno. En el lugar, la policía descubrió hasta la fecha nueve fosas y desenterrado 30 cadáveres.
La camioneta fue hallada días después en un predio cercano, propiedad del jefe de sicarios. Los cuerpos, pese a que en un principio se descartó que correspondiesen a los normalistas, han vuelto a analizarse ante la posibilidad de que las muestras fueran mal tomadas. La identificación corre a cargo de forenses argentinos curtidos en los horrores australes. Nadie lo dice en voz alta, pero los investigadores creen que ahí pudieron ser asesinados.
Aunque el líder de Guerreros Unidos fue detenido y confesó, el Alcalde y su esposa siguen prófugos. Tras ellos tienen el mayor despliegue policial visto en años. Un País entero aguarda a su captura.
Propiedades
La Policía detectó entre 5 y 6 bienes inmuebles a nombre de familiares del exedil José Luis Abarca Velázquez, y su esposa María de los Ángeles Pineda Villa.
Una de las propiedades se encuentra en el fraccionamiento de Burgos, del Municipio de Temixco, a 10 kilómetros del Estado de Morelos.
En 2008, Abarca anunció la construcción de Galerías Tamarindos. Un complejo comercial de 4 hectáreas, con una tienda de autoservicio, 7 salas de cine, una tienda departamental, 50 locales comerciales y un estacionamiento para 720 autos.
La inversión, se asegura, fue de 300 mdp, pero nunca se supo el origen de esos recursos.
Se le considera también dueño de otras 17 propiedades en Iguala, entre las que hay inmuebles y locales comerciales del “Centro Joyero”, del que es administrador.
La casa de Abarca parece un bunker, fue construida en varios predios que están unidos.
Tiene cámaras de video vigilancia, las paredes son altas y cuentan con alambre de seguridad.
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