Vaya papelón el de la seguridad presidencial: mientras la Presidenta Claudia Sheinbaum paseaba campante por la calle de Argentina, corazón del Centro Histórico, un tipo se le fue encima como si nada, intentó plantarle un beso en el cuello y, ya encarrerado, la abrazó por la espalda, pegadito al pecho, como si no hubiera cámaras, escoltas… ni vergüenza.
¿La reacción de sus guardaespaldas? Bien, gracias. La mandataria tuvo que hacer lo que el equipo de cuidadores no pudo (o no quiso): quitarse de encima las manos del oportunista. Solo hasta que la escena se hizo pública, Juan José Ramírez, jefe de la ayudantía, decidió dejar el modo espectador y aparecer, pero lo suyo, lo suyo… fue tarde y mal.
Recuerde que AMLO desmanteló al legendario Estado Mayor Presidencial, aquel que no dejaba ni que una mosca se acercara. En su lugar nos dejó a “Las Gacelas”, ese club de escoltas modernos que, por lo visto, prefieren mirar el show a intervenir.
¿El saldo? Una mandataria acosada, un agresor identificado y detenido—dicen que se llama Uriel Rivera—y una ayudantía que quedó, otra vez, como relleno decorativo. Puro protocolo para la foto. ¿Y la seguridad? Pregúntenle a Claudia.
Ponen en riesgo a la Presidenta y al pais
Si el episodio de acoso contra la presidenta hubiera escalado a un ataque letal, como el asesinato de Carlos Manzo en Michoacán, el país habría sido sacudido por una crisis política, social e institucional de proporciones históricas.
Impacto inmediato
Un magnicidio de esta magnitud generaría un sismo en la estructura de seguridad nacional, evidenciando una falla absoluta en los cuerpos encargados de proteger al máximo líder del país. El hecho paralelo al caso Manzo —donde un atacante logró asesinar al alcalde de Uruapan en un evento público, a pesar de contar con protección— muestra la vulnerabilidad de las figuras públicas ante ataques armados, y lo poco que basta para consumar una tragedia política.
Reacción social y política
La sociedad mexicana reaccionaría con conmoción, miedo e indignación, similar a como sucedió tras los asesinatos de Luis Donaldo Colosio o políticos emblemáticos del siglo XX. El mensaje hacia la ciudadanía sería brutal: si ni la presidenta está segura, nadie lo está. El gobierno, bajo presión nacional e internacional, tendría que responder con operativos, cambios inmediatos en los protocolos de seguridad e incluso reestructuración de instituciones.
Consecuencias de gobernabilidad y legitimidad
El magnicidio haría estallar disputas internas en el gabinete, en partidos y en sectores de seguridad, reavivando debates sobre el desmantelamiento del Estado Mayor Presidencial y exponiendo la fragilidad del modelo de “ayudantía”. Se pondría en tela de juicio la continuidad gubernamental, la transición de poderes y la capacidad del Estado mexicano para garantizar la seguridad y la estabilidad democrática.
En resumen, un ataque letal no sería solo un agravio personal: detonaría una crisis nacional profundamente desestabilizadora, envuelta en miedo, incertidumbre y desconfianza institucional, cuyos efectos políticos y sociales serían impredecibles y de largo plazo.
Con informacion: ELNORTE/

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