De plano, aquí la vida no vale nada, ni un reclamo ciudadano transmitido en vivo vale más que un par de disparos sobre una motocicleta roja. En Salvatierra, Guanajuato, Guadalupe “N”, comerciante, líder social y eterno inconforme con los baches y los canales podridos, fue silenciado a balazos justo cuando pedía a las autoridades —oh, esas sombras burocráticas— que hicieran su trabajo.
Transmitía desde su negocio, “Helados Nico”, un templo humilde del escepticismo mexicano, cuando los sicarios llegaron. Dos hombres, rostros cubiertos, aceleraron hacia la vida de un tipo que creía que hablar servía de algo. Seis balas, una cámara aún en vivo y el eco de un país desangrándose entre transmisiones, likes y rezos rotos.
Los gritos se mezclaron con el zumbido del internet, con el temblor de una voz que llamaba a su esposa para despedirse. «Cuida a mis hijos», dijo, mientras la cámara seguía grabando el epitafio de su valentía. Ella llegó corriendo, como llegan tantos en este país: tarde, entre escombros, promesas y la rutina del horror. “No mi amor, yo te voy a salvar”, le dijo, aunque ambos sabían que en México nadie salva a nadie.
Llegaron la Guardia Nacional y la Policía Municipal a cercar la escena. A poner cinta amarilla sobre la vergüenza y redactar comunicados con palabras huecas como “colaboración”, “indagatorias” y “orden” o incluso versiones desmañanadas de la reducción de homicidios. Mientras tanto, Urireo, la comunidad donde todos se conocen y todos callan, sumó un nombre más a su lista de muertos por decir lo que todos piensan y pocos se atreven a pronunciar.
Este país se desangra entre comunicados oficiales y rezos de obispo, entre leyes aduaneras, huachicol fiscal y funerales de párrocos. Es el país donde la denuncia se castiga con plomo y la impunidad se escribe con mayúsculas. México, el de los baches, los balazos y los gobiernos que condenan desde su silla giratoria, ya tiene otra postal para su álbum del horror.
Con informacion: ELNORTE/

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