Es asombrosa la facilidad con la que los políticos de la Cuarta Transformación cambian sus posturas frente a los temas cruciales y los acomodan a modo, aunque tengan que modificar su punto de vista 180 grados.
Tomen como ejemplo la metamorfosis que vienen experimentando las posturas de la presidenta Claudia Sheinbaum, en torno a las actitudes del gobierno de Donald Trump: la declaración de los cárteles como organizaciones terroristas, la defensa de la soberanía y la advertencia de la no injerencia.
Hasta hace apenas unos días, la inquilina de Palacio Nacional defendía a capa y espada la llamada soberanía de nuestro país, envuelta en la bandera y entonando el Himno Nacional con la estrofa del “Más si osare un extraño enemigo” por delante. No lo permitiremos, decía una y otra vez en sus homilías mañaneras, que si bien servían para adormecer las mentes de las masas no informadas, ningún efecto tenían para modificar la advertencias desde Washington. Simplemente, los posicionamientos de la presidenta Claudia Sheinbaum eran ignorados en la Casa Blanca.
Nada de lo que dijo, ninguna de las advertencias y mucho menos de las amenazas, modificaron la intención del presidente Donald Trump de intervenir en nuestro país para ponerle un alto al narcogobierno morenista y a sus cómplices de los cárteles, que por cierto ayer miércoles ya fueron declarados oficialmente como “grupos terroristas”.
En los primeros días del nuevo gobierno norteamericano, la presidenta Claudia Sheinbaum defendía su posición que rechazaba tajantemente esa calificación sobre los cárteles, lo que permitiría que la Administración Trump pudiera incursionar en territorio mexicano con enfrentamientos quirúrgicos y drones de alta tecnología, para aniquilarlos por significar un problema de Seguridad Nacional para los Estados Unidos.
Pero la realidad vino a estamparse en el rostro de la inquilina de Palacio Nacional, cuando desde todos los frentes de seguridad e inteligencia del gobierno de los Estados Unidos lanzaron, en las últimas dos semanas, abiertas acusaciones de que el gobierno de la Cuarta Transformación era cómplice del crimen organizado, al que durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador se le había cedido, por lo menos, el 40 por ciento de su territorio.
A esa catarata de acusaciones de protección a los cárteles le sobrevinieron las primeras revelaciones de que aeronaves y barcos espías sobrevolaban el espacio aéreo mexicano o se instalaban cerca de las costas mexicanas. “Están en cielos y aguas internacionales”, justificaban desde la Secretaría de la Defensa de la Cuarta Transformación. Son apenas dos vuelos y alguna que otra embarcación.
Las investigaciones del New York Times y de CNN se encargaron de desmentir las declaraciones oficiales de México. Eran, por lo menos, 18 vuelos y una docena de barcos que surcaban los cielos y los mares limítrofes con México en busca de información precisa de las operaciones de los laboratorios de fentanilo y de la ubicación de los jefes de los cárteles.
Y los despachos de los servicios de inteligencia norteamericanos acabaron por revelar una verdad oculta para los mexicanos: todos estos operativos -dicen- se hicieron con el conocimiento e incluso con la cooperación del gobierno de la Cuarta Transformación.
Fue entonces que la presidenta Claudia Sheinbaum se vio obligada a admitir ayer que sí estaban enterados en la Cancillería, en la Defensa y en la Marina, de estas operaciones de espionaje para localizar los potenciales objetivos a atacar, sobre todo, en Sinaloa, Tamaulipas y la costa sur del Pacífico, entre Jalisco, Michoacán y Guerrero. Curiosamente, las sedes de los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, desde ayer ya marcados con la etiqueta de “grupos guerrilleros”.
¿Por qué hasta que no se hicieron evidentes los operativos que revelan toda una estrategia norteamericana, la presidenta Claudia Sheinbaum jamás admitió antes que su gobierno le había dado el visto bueno a los vecinos del norte para que incursionaran en territorio mexicano? ¿En qué momento se modificó el discurso oficial, a ultranza, que defendía la soberanía y condenaba la injerencia norteamericana? ¿A partir de qué acciones el gobierno mexicano pasó de la condena a la “cooperación”?
Quizás, la respuesta está en que desde Palacio Nacional se dieron cuenta de que lo que venía de Washington era inevitable y que, a partir de que ayer miércoles, los cárteles fueran declarados “grupos terroristas” poco habría que hacer. Y fue entonces que se tomó la decisión de sumarse a la narrativa del presidente Donald Trump, aceptando que el gobierno mexicano estaba cooperando y no existió otra salida que admitirlo, fuera cierto o fuera falso.
Lo único cierto es que, la partitura de la guerra contra el narcotráfico, los cárteles y las complicidades de la clase política y financiera de México se está redactando en Washington, con o sin el beneplácito de Palacio Nacional. Y por eso veremos que el discurso presidencial en las mañaneras se irá adecuando -como ya sucedió ayer miércoles- a lo que se dicte desde allá. No existe otra salida. Vienen con todo. Sinaloa y Tamaulipas están en la mira. En primera fila.
Con información: CODIGO MAGENTA
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