La hija de Genaro García Luna tiene 24 años. Ha estado presente algunos días en el juicio contra su papá. Pero este viernes llamó la atención porque trajo un oso panda de peluche a la Corte de Distrito Este de Brooklyn, Nueva York. Lo que aparentemente es un amuleto para la buena suerte quedó plasmado en los dibujos que realizan las artistas sobre las escenas del juicio y que venden hasta en 300 dólares a las televisoras. Tampoco pasó desapercibido para los periodistas que debatimos sobre el significado del peluche.
La familia de García Luna se ha caracterizado por tener el mismo semblante que él y su defensa, encabezada por César de Castro. Parecen relajados, confiados y hasta sonrientes, como si no les preocupara la acusación por cinco cargos en su contra y tampoco el veredicto, que podría definirse en esta semana que está por comenzar.
Pero ese semblante no es infinito, es frágil y se rompió con facilidad. La familia de García Luna comía en la cafetería de la Corte, igual que varios compañeros periodistas, cuando corrió la noticia de que el juez Bryan Cogan daría un mensaje en su sala, ubicada en el piso 8. ¿Podría ser el veredicto del jurado? ¿Había terminado la deliberación de los 12 integrantes? Nadie lo sabía, pero era momento de correr a averiguarlo.
El rostro de Cristina Pereyra, la esposa de García Luna, se transformó, según relatan quienes la acompañaron en el elevador. “Tenía ojos de plato y temblaba agarrada de su hija, moría de nervios”, me dijo Blanca Rosa Vílchez, legendaria periodista de Univisión, que también cubrió el juicio contra Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Cristina Pereyra ha sido fundamental en esta trama. No solo por su presencia en la sala todos los días, sino porque fue el único testigo que subió al estrado por parte de Genaro García Luna. Ahí contó cómo se conocieron cuando trabajaron juntos en CISEN. Ella tenía 19 años. Que llevan casados 30. Que su patrimonio tan cuestionado comenzó con la compra de un pequeño departamento en Xochimilco, en 1994. Que luego renunció a CISEN y puso una tienda de artículos para oficina. Que compró, primero con una tarjeta de crédito y luego con su cuenta de cheques, las dos motocicletas Harley Davidson que tenía García Luna, aunque no las podía usar porque siempre tenía que trasladarse en camionetas blindadas. Que Genaro García Luna, ya como funcionario de alto nivel, tuvo que echar mano de su crédito Fovissste, para comprar una casa en Cuernavaca, porque no les alcanzaba. Que se inscribió en una escuela culinaria porque tenía interés en poner un restaurante.
Los próximos días determinarán qué importancia tuvieron sus palabras. Mientras, la sensación en la Corte es de incertidumbre. La decisión final está en manos del jurado de 12 integrantes. Siete mujeres, cinco hombres. En el día de cierre de argumentos de ambas partes pude ver que una de ellas, canosa, de cola de caballo y que ronda por los 65 años, asentía con la cabeza como si diera la razón a lo que decía la fiscal contra García Luna. Más tarde nos enteramos que esa mujer era una integrante suplente y que su voto y opinión no serían tomados en cuenta, a menos de que algún jurado titular se ausentara y ella fuera la elegida. También pude ver una escena similar del otro bando. Dos jurados hombres, jóvenes, uno blanco y otro negro, ellos sí titulares, asentían con la cabeza a las palabras de César de Castro, el abogado de García Luna. Daba la impresión que ya habían tomado una decisión.
El resto del jurado, atento, pero sin dar pistas en su tendencia.
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