Segunda llamada, segunda para el presidente y sus intentos de volver a imponer en México un sistema autoritario de partido único y dominante, mediante el debilitamiento y sometimiento de las instituciones democráticas y electorales. Cientos de miles de ciudadanos, seguramente millones en toda la República y en varias ciudades del extranjero, salieron por segunda ocasión a las calles para gritar a voz de cuello que no quieren que López Obrador se meta con su voto, ni con la democracia ni con el organismo electoral que nos costó tantos años, dinero, y luchas políticas y ciudadanas construir.
Podrán Morena y su amado líder descalificar, ignorar, minimizar o estigmatizar estas oleadas ciudadanas, tratando burdamente de etiquetarlas como “conservadoras”, “fifís”, “defensoras de privilegios” o incluso –en el colmo de la estupidez– tratar de vincularlas con el culpable de narcotráfico en Estados Unidos, Genaro García Luna; pero lo que no podrán evitar es que la marea rosa, de inconformidad civil y ciudadana que nació el 13 de noviembre de 2022 y que se reafirmó y consolidó ayer 26 de febrero en el Zócalo capitalino y en las plazas, calles y avenidas de más de 100 ciudades del país y más de una decena de capitales del mundo, los golpee electoralmente y les cobre su soberbia y altanería en las urnas, como ya lo hizo este mismo sector de la sociedad en su momento con el PRI, luego con el PAN y se lo harán también al morenismo y lopezobradorismo.
Porque el presidente se confunde y se autoengaña cuando pretende reducir las muestras de inconformidad, molestia y hasta enojo en su contra que se han visto en estas movilizaciones, a la acción de unos cuantos personajes o activistas, ya sea políticos o empresariales. Decir que los ríos humanos y ciudadanos que salen por voluntad propia a manifestarse, que todos los que gritan consignas en su contra o le piden que pare su autoritarismo y su sed de poder lo hacen porque se los pide Claudio X. González, Felipe Calderón o cualquier otro personaje, es no sólo una vil mentira, sino una ofensa a la inteligencia de los mexicanos, tanto los que le creen y lo siguen, como los que deciden libremente expresar su rechazo a su cuestionado y peligroso Plan B electoral.
López Obrador sabe muy bien que muchos de esos ciudadanos de clases medias o altas a los que hoy desprecia y llama “corruptos”, “conservadores” o “defensores de privilegios”, son los mismos que en 2018 le dieron su voto y le ayudaron a lograr un triunfo histórico en la Presidencia. Porque aunque hoy le griten “ratero”, “autoritario”, “dictador” o “destructor de la democracia”, esos mismos ciudadanos fueron los que hicieron que el tabasqueño alcanzara los 30 millones de votos que nunca, ni en sueños hubiera logrado, solo con su base política y clientelar histórica que no llegaba ni a los 15 millones.
Y debe saber también, el ahora presidente –que traicionó y decepcionó a esos votantes al transformarse en un gobernante soberbio, autoritario y destructor de instituciones– que esos mismos millones de ciudadanos que lo apoyaron y a los que ahora ataca, descalifica, denigra y estigmatiza, le pueden cobrar con sus mismos votos, pero ahora de rechazo y de castigo a su gobierno y a su agresividad, y así como lo ayudaron a ganar, lo pueden ayudar a perder en futuras elecciones, por más que él y su partido se crean ahora omnipotentes e invencibles.
Ese es quizá el mensaje más claro de las marchas, movilizaciones y concentraciones de ayer domingo en casi todo el territorio nacional y, especialmente, en la Plaza de la Constitución que lució abarrotada en su plancha de concreto y en las calles aledañas: que ese voto apartidista y clasemediero que ha definido elecciones, derrotas y alternancias presidenciales, en su momento contra el PRI y el PAN, hoy se está agrupando y tomando fuerza en contra de Morena y de López Obrador, ante los excesos de poder y autoritarismo que pretenden destruir las instituciones electorales, el avance democrático, la equidad y claridad en la contienda política y, sobre todo, el derecho de los mexicanos a tener certeza, legalidad y seguridad en la emisión de sus votos.
La soberbia y el abuso del poder han sido la causa de las derrotas y caídas estrepitosas de imperios, dictaduras, sistemas políticos y partidos en todo el mundo y a lo largo de la historia. Fue la soberbia lo que mató a la llamada “dictadura perfecta” del PRI y sus 75 años, junto con su efímero regreso al poder por 6 años; también fueron las actitudes soberbias y sus excesos y desplantes lo que condenaron al PAN a ser un “ave de paso” de solo dos sexenios en la Presidencia mexicana. Y hoy, cuando López Obrador vuelva a salir a vociferar, difamar, mentir y atacar a sus propios gobernados que le reclaman respeto a su voto y a sus derechos fundamentales, estaremos viendo de nuevo esa soberbia que quizás no hoy, no mañana ni en los próximos meses, pero que seguramente sí cuando llegue la hora de las urnas, le cobrará factura al soberbio y autoritario presidente.
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