CUANDO ES LA NETA,VENGA DE DONDE VENGA:
El 28 de enero, miembros del grupo parlamentario de Morena en la Cámara de Diputados recibieron durante su reunión plenaria a un acérrimo crítico del gobierno de AMLO.
Después de escuchar a la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero; al de Hacienda, Arturo Herrera Gutiérrez; al canciller, Marcelo Ebrard Casaubón, y a la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, le dieron espacio a José Zenteno Dávila, director de la empresa de investigaciones de mercado y estudios de opinión pública MAS DATA.
Los comentarios del analista no pasaron desapercibidos ante un público compuesto por aspirantes a la reelección de Morena –92% de los miembros de la bancada buscan repetir en el cargo–, pues el panorama que presentó para el partido este año se vislumbra más complicado de lo que los mismos morenistas habían querido reconocer.
“La identidad de Morena se ha venido reduciendo desde julio de 2018”, les dijo, y eso –entendieron muy bien– va a tener un costo en las urnas. Y es que la identidad, ese sentido de pertenencia que establece los cimientos de un partido que busca contender en una elección, está completamente debilitado, aquella receta del voto duro –ciudadanos que votan por el partido sin importar quien porte la camiseta– para Morena no es sinónimo de ganancia.
Hace dos décadas, el 85% se identificaba con un partido; actualmente, sólo el 30% de la población lo hace, abrumados por el mal desempeño de los políticos electos, algo que, como maldición, se repite también en esta administración.
“Sin el presidente López Obrador en la boleta, las y los candidatos deberán realizar un mayor esfuerzo”, escucharon.
Una tarea compleja. En la elección intermedia de este año –la más grande y relevante de la historia del país– el partido se juega la ratificación o rectificación del mandato: un reconocimiento público de que la ciudadanía se arrepintió de su voto en 2018.
El temor a un “castigo social” ya se ha analizado en el círculo del actual presidente del partido, Mario Delgado. Conscientes de que la marcada división dentro del partido, así como la elección de ciertos candidatos (como Félix Salgado Macedonio, quien busca la gubernatura de Guerrero pese a denuncias por violación, o Marina del Pilar Ávila, a quien le dieron la candidatura de Baja California bajo una falsa encuesta interna) y, sobre todo, la lejanía de AMLO con ellos, les dificulta el camino, no hallan muy bien qué estrategia tomar.
Para agregarle más dificultad al asunto, la pandemia de Covid-19 es un lastre para el partido que gobierna actualmente, porque los miles y miles de contagios y los miles y miles de fallecidos en el imaginario colectivo sí tienen responsables: visten de rojo marrón.
Para colmo, las elecciones intermedias no son muy populares, los índices de votación siempre son bajísimos y no existe lo que hubo en el 2000, cuando la motivación del voto era sacar al PRI de los Pinos, ni lo de 2018, sacar a la “mafia del poder”.
Aunque, como les dijo el analista en San Lázaro, el 2018 regresó un poco de confianza en el sistema político electoral y muchos ciudadanos están certeros de que su voto sí sirve, la debilidad está en los candidatos. Se necesitan líderes, gente que despierte confianza y esperanza, que sean votables para lograr escapar de la sentencia electoral que indica que, para este 2021, no importan los partidos, sino los candidatos; pero en Morena los buenos candidatos escasean.
Luego está una ramificación de este tema: el hambre de poder, que no ha pasado desapercibida entre los votantes. La lucha interna por quedarse con un puesto –sea la presidencia del partido o una candidatura–, que ha llevado a que los mismos militantes de Morena señalen que el partido “ya es más PRI que el mismo PRI”, en relación a las viejas prácticas que ahora son normalidad en un partido que prometió hacer la diferencia.
De ahí el temor a una de las frases que más hizo eco entre los interesados en la reelección: “una tentación de buscar acumular más poder es castigada por los electores”.
En suma, la cereza en el pastel: la oposición que creían desfigurada, invisible, quizá no lo sea tanto. La unión de las fuerzas políticas –PAN, PRI y PRD– es rentable, capaz de comerse a una Morena debilitada, peleada entre sí, que no logra consolidar acuerdos.
Dicen que la ponencia del analista cayó como balde de agua fría para los cercanos a Delgado, pero también para sus detractores. Las peleas públicas por el padrón, por la dirigencia, las denuncias en contra de unos y otros, lejos de mostrar el brazo fuerte y “honesto” que buscaban, les ha debilitado en un momento clave para su supervivencia. ¿El miedo a la derrota se volverá el pegamento que termine por reconciliar a puros y moderados?.
fuente.-@emeequis
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