Pese a la pandemia, El Chapo Guzmán vuelve a ser noticia en México, esta vez por culpa de su madre. La semana pasada, María Consuelo Loera, de 92 años, acaparó la atención del país cuando saludó, desde su camioneta, a un señor que se acercó a la ventanilla. El señor era el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que había viajado a Sinaloa a visitar las obras de una carretera en la sierra. El mismo trozo de sierra donde nació el narcotraficante. Mamá y mandatario se dieron la mano. Él le dijo que ya había recibido su carta y ella le dio las gracias. López Obrador desata una tormenta política con su saludo a la madre de El Chapo.
La carta en cuestión es una cuartilla mecanografiada, en la que la señora Loera insiste en que su hijo fue extraditado ilegalmente a Estados Unidos, además de comunicar que el país vecino le ha denegado una visa humanitaria para visitarlo. La justicia de aquel país condenó a Guzmán a cadena perpetua el año pasado.
El resto de la carta es una petición para que el Gobierno de México le ayude a verlo antes de que ella muera. Y la constatación de que, en efecto, existe cierta cercanía: “nuestros abogados están en contacto con quienes usted designó para la repatriación de mi hijo”. Es la segunda carta que la señora hace llegar al presidente.
Este jueves, uno de los abogados de la familia Guzmán, José Luis González Meza, trató de quitarle importancia al saludo y la carta en una entrevista en radio, dando a entender que la cercanía que reflejaba el vídeo era la misma que el presidente practica con cualquiera, en sus visitas multitudinarias a los pueblos del país. Es decir, que no hay trato de favor a la familia Guzmán Loera. Sin embargo, el efecto de las palabras del abogado ha sido justo el contrario.
“No fue una reunión consensuada”, decía el letrado a la entrevistadora, la periodista Azucena Uresti. “Yo hablé con una persona de su equipo. Le entregué a la carta. Y le dije, bueno, aquí vamos a estar. Si el señor presidente no tiene ningún inconveniente, que se pare y afortunadamente se paró”. Entonces, Uresti le pregunta “¿había algún riesgo para el presidente?”. Y el abogado contesta, “ninguno, ¡él llegó a la sierra de El Chapo, ji, ji, ji!”. Uresti, que ha visto la veta, contraataca, “¿cuál fue la orden de Joaquín Guzmán Loera?” El abogado pica el anzuelo como pez hambriento: “No dañar al presidente. Cuantas veces vaya a Sinaloa, el presidente va a estar protegido”.
CARTEL SOLAPADO:
Más que una realidad palpable, el narco en México es un teatro de sombras, donde pocas veces se sabe por qué ocurre lo que ocurre. Ante los asesinatos, las detenciones, las fallas procesales, las liberaciones, toda explicación suele ser interpretación y no certeza. Eventos jugosos como el saludo entre el presidente de México y la madre del narcotraficante más famoso desde Pablo Escobar funcionan en la misma línea: más confusión.
La pregunta en México esta semana aludía al motivo. ¿Por qué el presidente va a saludar a la mamá de un narcotraficante convicto? Y sobre todo, ¿a cambio de qué? La respuesta del Gobierno ha sido dejar que hable López Obrador. El lunes, dijo: “Un adulto mayor merece todo mi respeto, independientemente de quien es su hijo. A veces le tengo que dar la mano a delincuentes de cuello blanco que ni siquiera han perdido su respetabilidad, ¿cómo le voy a dejar la mano tendida a una señora?”. El mismo lunes, la secretaría de Hacienda anunció que había congelado 14 cuentas bancarios a empresas y personas en el entorno del cartel de Sinaloa.
Agarrándose de un hilo, la familia Guzmán trata de probar que la extradición del narcotraficante fue ilegal. Su intención última e que Estados Unidos se lo devuelva a México. Parece difícil sin embargo que algo así suceda, más aún después de la cantidad de recursos que el país ha dedicado a investigar, perseguir y armar los procesos en su contra, además del gasto que implicó el juicio: cada vez quela policía lo trasladaba de la cárcel a la sala de audiencia, las autoridades de Nueva York cerraban el puente de Brooklyn.
Durante años, diferentes oficinas de la DEA, la agencia antidrogas de Estados Unidos, el FBI y el Departamento de Seguridad Nacional investigaron a Guzmán y propiciaron que las autoridades mexicanas armaran operativos para capturarlo. Al final lo consiguieron. Dos veces: después de su primera captura en 2014, Guzmán se escapó y las autoridades mexicanas necesitaron de nuevo de la ayuda de las agencias estadounidenses para recapturarlo.
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