La Guardia Nacional es la idea zombi de la Cuarta Transformación. La engendró en campaña Andrés Manuel López Obrador, la mató hace algunas semanas Alfonso Durazo, el probable secretario de seguridad del próximo gobierno, y la acaba de revivir el Presidente electo.
En Tlatelolco, en plena conmemoración del movimiento de 1968, el futuro comandante en jefe de las Fuerzas Armadas afirmó lo siguiente: “Vamos a crear una Guardia Civil a nivel nacional con apoyo del Ejército, de la Marina y de la Policía Federal, vamos a unir a estas corporaciones en una Guardia Civil Nacional, donde se va a limitar el uso de la fuerza y se van a garantizar los Derechos Humanos”.
Esto contradice abiertamente lo señalado por Durazo el 15 de agosto: “La optimización de esos recursos (de las instancias de seguridad) la vamos a garantizar a través de la coordinación y dejamos a un lado el tema de la Guardia Nacional”. Matizó esa declaración dos semanas después, al señalar que “no desestimamos todavía la idea”, pero “en esta etapa las prioridades legislativas son otras”.
Donde manda capitán, no gobierna marinero. Dada la declaración de López Obrador es de suponer que la idea está viva. Y sigue siendo tan mala como en su primera formulación. Reitero la crítica que ya he hecho en varias ocasiones:
1. México sí enfrenta amenazas externas. Allí está Donald Trump por si alguien necesita un recordatorio. O Venezuela, como señal de que nuestro vecindario geopolítico puede ser inestable. Además, nuestro país participa de manera creciente en misiones de mantenimiento de la paz o ayuda humanitaria fuera de territorio nacional.
2. El Ejército y la Marina no son policías. No están hechas para preservar la seguridad pública. Su uso para esos fines siempre ha sido visto, incluso por los más entusiastas defensores de las Fuerzas Armadas, como algo anómalo y temporal. Incorporarlos a una Guardia Nacional dedicada a tareas de policía sería perpetuar la militarización de la seguridad pública.
3. La Guardia Nacional está contemplada en la Constitución, pero no para los fines y con el diseño propuestos por López Obrador. Se trata de una suerte de reserva militar, sujeta al control de los gobiernos estatales. No ha existido en la práctica desde el siglo XIX y no es un instrumento de seguridad pública.
4. El escalafón jerárquico, la estructura de mando, las remuneraciones, el sistema de seguridad social y la cultura organizacional de las Fuerzas Armadas son muy distintos a los existentes en las policías. Fusionar todo el personal en una sola corporación implicaría un rediseño administrativo gigantesco que, siendo muy optimistas, tomaría el sexenio entero.
5. Hay muchas maneras de mejorar la coordinación interinstitucional que no pasan por poner a todo mundo bajo el mismo paraguas organizacional. Es posible, por ejemplo, crear unidades conjuntas con elementos de diversas dependencias o centros de fusión de inteligencia.
6. Si lo que quiere el Presidente electo es una Guardia Civil a la española —un cuerpo intermedio con origen militar que realiza funciones policiales— se puede hacer sin fusionar nada. Las unidades hoy llamadas de Policía Militar podrían ser la simiente de ese cuerpo. Se requeriría, eso sí, una reforma constitucional para permitir una corporación de ese género. No es fácil, pero no requiere trastocar todo el andamiaje legal e institucional de la seguridad pública.
En resumen, este asunto de una corporación que mezcle marinos, soldados y policías es un sinsentido. Lo era en la campaña, lo es en la transición y lo seguirá siendo en el gobierno. Es una mala idea que merece sepultura. Y tal vez una estaca en el corazón para que ya no se levante de entre los muertos.
Fuente.-alejandrohope@outlook.com
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