Se le acabó la suerte a Rafael Caro Quintero. Después de casi una década de existir a salto de mata, entre casas de seguridad y escondites serranos, el viejo capo fue detenido nuevamente y volverá a pasar la vida tras las rejas. Su destino es la extradición, un juicio de alto perfil (o un arreglo discreto con los fiscales) y una existencia vegetativa en una prisión de alta seguridad en Estados Unidos.
¿Cómo leer este hecho? Van algunos apuntes rápidos.
1. Capturar a un personaje como Caro Quintero en la zona serrana de Sinaloa es una operación con altísimo grado de dificultad. Eso significa que las fuerzas de seguridad, particularmente la Marina, han preservado sus capacidades de inteligencia y operaciones. Pero esa buena noticia se ve empañada por el desplome del helicóptero que transportaba a personal que habría participado en el operativo. Habrá que esperar los peritajes correspondientes, pero se trata de una tragedia en cualquiera de los escenarios.
2. Por más desmentidos que emita el embajador Ken Salazar, una operación de esta naturaleza es impensable sin los recursos técnicos y la red de informantes de las agencias estadounidenses, particularmente la DEA. Es decir, más allá las fricciones y desencuentros que puedan existir en las franjas visibles de la relación bilateral, persiste una interacción fluida al nivel operativo entre dependencias mexicanas y la comunidad de inteligencia de Estados Unidos. Eso no demerita lo que logró la Marina, pero le da contexto.
3. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha afirmado en reiteradas ocasiones que la captura de capos no es prioridad de su gobierno. Sin embargo, lo sucedido en Sinaloa muestra que su gobierno nunca abandonó la estrategia del descabezamiento de grupos criminales. La detención de alguien como Caro Quintero implica meses o años de seguimiento y planeación. Requiere además de autorización al más alto nivel de responsabilidad. Es decir, el presidente avalaba en privado lo que condenaba en público.
4. La captura de Caro es la prueba final de que lo de “abrazos y no balazos” ha sido más retórica que sustancia. Este gobierno usa intensamente a las Fuerzas Armadas para tareas de seguridad pública. Tiene además una franca deriva punitiva y utiliza la prisión preventiva con notable desparpajo. Por otra parte, mide el éxito de su política antinarcóticos en toneladas decomisadas y hectáreas erradicadas. Y sabemos ahora que el descabezamiento de grupos criminales sigue siendo una estrategia con plena vigencia. ¿Podemos dejar ya de pretender que la política de este gobierno es significativamente distinta a la de los dos anteriores?
5. El problema no es tanto la continua persecución de capos como que sus prioridades y secuencia estén determinados por la DEA. Caro Quintero tiene un peso simbólico importante, pero, ya sea en términos de su participación en el mercado ilícito o su impacto en nuestros niveles de violencia, no era ya un actor de primera relevancia. Lo volvieron prioridad porque así lo quisieron los agentes antinarcóticos estadounidenses. ¿Es eso en el mejor interés de México? No lo creo, pero eso acabó siendo consideración irrelevante.
6. Caro Quintero va a ser extraditado a la mayor brevedad posible. Mantenerlo en México se traduce en riesgo de fuga o chicana legal, sospechas de complicidad y enormes presiones estadounidenses. No hay nada a negociar del lado mexicano que compense esos costos.
A manera de epílogo, va un recordatorio: más allá de alguna disrupción temporal, la detención de Caro (o de cualquier otro jefe en lo individual) no tiene ningún efecto en el mercado de drogas. A estas alturas, eso ya no está a discusión.
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