La candidatura para gobernador de Guerrero de José Félix Salgado Macedonio, sospechoso de haber cometido dos violaciones y otros abusos sexuales, ha puesto en graves aprietos al partido gobernante, Morena, y al Ejecutivo mismo. A finales del año pasado se supo que Salgado Macedonio sería el elegido para concurrir a las elecciones estatales y ya entonces se alzaron las voces que recordaban su turbio pasado. Meses después, el clamor es general. Las víctimas, que le caracterizan como un depredador sexual, han salido a pedir justicia y eso es algo que deberá resolver los tribunales, pero, de ningún modo, la política puede permanecer ajena al caso, entre otros motivos, porque el escándalo surge por la propia condición de candidato electoral de Salgado Macedonio.
Frente al silencio atronador de los hombres que forman el gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador, su secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, ha tenido el valor de dar un paso adelante y ha recordado que “es responsabilidad de cada partido demostrar que sus candidatos están a la altura de las circunstancias”. La consecuencia de sus palabras es muy sencilla y no hace más que refrendar lo que están pidiendo miles de mujeres en México a Morena: que aparte a Salgado Macedonio. No es difícil entender por qué; su candidatura está bajo sospecha y esta sombra afecta a la imagen del partido y de un Gobierno que se dice enteramente comprometido con la protección de las mujeres víctimas de violencia. Qué gran momento para demostrarlo.
Sin entrar en la abrumadora inoperancia de los tribunales y fiscales de un Estado como Guerrero para resolver casos como este, esperar al decurso de la justicia, como argumenta el presidente, no es más que una forma de evitar asumir la responsabilidad política que le corresponde a Morena por haber permitido que compita en los comicios alguien sobre el que recaen tantos indicios en contra. Lo propio habría sido que esto jamás hubiera ocurrido, que el mismo candidato se hubiera apeado, que su partido lo hubiera forzado a irse o, en última instancia, que el presidente hubiese puesto fin a este bochornoso capítulo. Pero nada de esto ha ocurrido. ¿Cómo es posible?
Sostiene López Obrador que este asunto no es más que una campaña urdida por los adversarios políticos que buscan el fracaso electoral de Salgado Macedonio. Si fuera el caso, habría que agradecérselo por destapar tan sórdido pasado. Pero, ironías aparte, el mensaje presidencial obvia un elemento fundamental y es que las miles de mujeres que piden justicia no buscan el menoscabo de Morena, sino el respeto a su dignidad. Ni son enemigas ni están manipuladas ni son sujetos pasivos mecidos por poderes ocultos y masculinos.
Todo ello, sin embargo, no es lo que está viviendo la sociedad mexicana, donde la declaración de las víctimas, que este periódico recogió y publicó tras largas investigaciones, ha sonado alta y clara. Muchos han escuchado lo que algunos políticos se niegan a oír. La ciudadanía no solo está pidiendo justicia en este caso, está pidiendo política. Y esto es algo que debería alegrar al presidente y a sus secretarios, porque muestra a una sociedad mexicana cada vez más moderna e igualitaria, posiblemente mucho más que sus dirigentes.
La soledad de López Obrador en este caso es patente. Y su mayor argumento, que Salgado Macedonio es el preferido en las encuestas, pierde fuerza cada día que pasa. Tanta que ninguno de sus paladines gubernamentales sale a defenderlo en público. En estas circunstancias, dejar que el problema se enquiste y agrave sería una pésima señal para México. Pero aún hay salida para Morena. Apartar al candidato supondría una muestra de repudio a la violencia que dignificaría al partido. Para ello basta con quitarlo del cartel y colocar en su lugar a una mujer, como exige la paridad que reclama el Instituto Nacional Electoral. En un país donde la violencia mata cada año a 3.000 mujeres, los mensajes políticos deben ser inequívocos al respecto. Y la justicia, más diligente.
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