Por estos días de ciudades adormiladas y silenciosas, las ventanas de los barrios más pobres de Colombia gritan ayuda. Trapos, pedazos de tela, disfraces infantiles o camisetas rojas ensartados en palos cuelgan como banderas, como el más doloroso SOS de la pobreza y el hambre.
Empezó en Soacha, a las afueras de Bogotá, el lugar donde habitan cerca de 50.000 desplazados del conflicto armado, el municipio donde hace años el Ejército sacó a un grupo de muchachos pobres, los vistió como guerrilleros y los asesinó; el lugar donde viven miles de migrantes venezolanos y en el que un 36 por ciento de la población padece extrema pobreza. Soacha es hoy, por la estela del coronavirus, un enorme cúmulo de trapos rojos.
“Si usted ve un trapo rojo en la puerta de su vecino significa un llamado de solidaridad”, difundió la alcaldía de Soacha que comenzó con esta estrategia, que revela la desigualdad que supone el confinamiento.
- Buenas tardes, vecina - continúa el vídeo de la campaña - Es que les vi el trapito rojo y les traje una pequeña ayudita- dice una mujer acercándose a un par de viejos.
- Gracias, que dios la bendiga - responde otra que besa una bolsa de arroz.
Colombia es un país patriotero. La bandera se saca por todo: en las fiestas que recuerdan la Independencia, en los feriados o cuando gana la selección de fútbol. Recién comenzó la pandemia, María Juliana Ruíz, esposa del presidente Iván Duque pidió colgar la bandera tiricolor en señal de entusiasmo para superar la pandemia. Pero la realidad convirtió a los trapos rojos en la bandera que se ondea por estos días. Basta mirar solo el edificio de la Plaza La Hoja, en el centro de Bogotá. Una molicie de 14 pisos donde viven víctimas del conflicto armado cuyas ventanas están plagadas de trapos rojos, como si fueran un grito alto de hambre.
Habitantes del sur de Bogotá protestan en las calles. RAÚL ARBOLEDA .- REUTERS)
La postal se repite en los barrios altos de Medellín, donde suenan las cacerolas y la gente sale con banderas blancas pintadas de rojo; en la calurosa Ciénaga (Magdalena), ubicada en el norte del país; o en las laderas farragosas de Ciudad Bolívar, en la capital, donde se han presentado protestas y represión por parte de la policía antidisturbios. O en el barrio Bosa Porvenir, de Bogotá, donde decenas de personas bajaron los trapos rojos de las ventanas y salieron agitarlos y a cantar el himno de Colombia. “Somos una familia de nueve personas y no estamos en ningún listado del gobierno, tengo una mujer embarazada y dos niños más en la casa y no tengo nada para darles de comer. Por eso estoy acá”, decía una mujer mientras sacudía una camisa roja de puntos blancos.
El factor común es que en esas casas habitan personas que usualmente viven del rebusque, de la informalidad- como un 45 por ciento de los colombianos- y que ante la cuarentena obligatoria no pueden salir de sus casas a buscar el sustento. Como ha dicho el alcalde de Soacha, Juan Carlos Saldarriaga, “podría morir más gente de hambre que de coronavirus”. Pero no son los únicos en usar el trapo. La alcaldía de Envigado, el municipio más rico de Colombia, colgó uno en la entrada de su sede administrativa. “Nos sumamos a esa iniciativa popular para pedir una ayuda más ágil del Gobierno nacional y a los empresarios”, dijo el alcalde Braulio Espinosa.
La llamada “estrategia del trapo rojo”, que apuntaba a la solidaridad entre vecinos, es en sí misma una señal de protesta. El gobierno de Iván Duque ha anunciado un subsidio de 160.000 pesos (unos 40 dólares) y la alcaldía de Bogotá, uno de 423.000 pesos, (100 dólares) a 350.000 familias. No les han llegado a todos y a medida que la cuarentena se extiende, las ayudas no alcanzan. “Cuando íbamos llegando la gente gritaba pongan el trapo rojo que llegaron los del censo a ver si nos dan algo”, contó un joven empleado de la alcaldía de Bogotá que estuvo en las calles de tierra de Cazucá, en Ciudad Bolívar. Ahí como en muchos rincones de Colombia, la población más vulnerable parece atrapada entre dos losas de cemento que les va quitando el aire.
Como ocurre con los símbolos que nacen en lo popular los caminos que ha tomado el trapo rojo son impredecibles. Por momentos, recuerda el viejo trapo rojo que identificaba a los liberales en Colombia; en otros, esa idea de identificar las viviendas, trae a la memoria aquella D, de demolición, con que el Gobierno chavista de Nicolás Maduro tachaba las casas de los colombianos deportados desde Venezuela.
Como el pañuelo blanco de las madres de la Plaza de Mayo en Argentina o el verde del derecho a decidir de las mujeres, el trapo rojo va camino a convertirse en la bandera de la desigualdad que ha quedado expuesta con el coronavirus y trasciende las fronteras de Colombia.
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